En el ensayo Aquiles en el gineceo, Javier Gomá decía de Aquiles que este “elegía ser mortal porque la mortalidad es el precio que debía pagar para llegar a ser verdaderamente individual y merecer el título del mejor de los hombres”. En este diálogo Platón acaba diciendo de Sócrates que “era el mejor de los mortales que hemos conocido en nuestro tiempo, y además el más sabio y el más justo de los hombres”. Lo evidente es que ambos han pasado a la posteridad y Sócrates sigue siendo hoy una figura ineludible no sólo como filósofo sino también como ser humano ejemplar.
El otro día comentaba aquí otro diálogo platónico, Gorgias o de la retórica; en Fedón, la materia de estudio es la inmortalidad del alma, un tema que siempre ha preocupado al hombre desde que este tiene uso de razón y al que a día de hoy seguimos, y seguiremos, dándole vueltas, porque pocas preguntas son tan oportunas cómo querer saber qué hay en el más allá, qué sucede cuando morimos.
Sócrates defiende la inmortalidad del alma, diferenciando el alma, del cuerpo, el cual es corrompible, no como el alma, que es imperecedera e inmortal. Cuando morimos nuestro alma permanece y según cómo hayamos sido en vida nuestra alma irá a para a un halcón, si hemos sido rapiñadores, a un asno si hemos sido intemperantes, o a hormigas, abejas o seres humanos si hemos sido justos y templados. Dice Sócrates que saber es recordar y el recuerdo supone un conocimiento anterior. Si el alma se acuerda de cosas que no ha podido conocer en esta vida, es una prueba de que ha existido anteriormente. Sigue leyendo