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El golfo de los Poetas (Fernando Clemot 2009)

El Golfo de los Poetas

Fernando Clemot había publicado hasta la fecha cuentos y relatos. Con esta novela, El golfo de los Poetas, se inicia en las largas distancias. El resultado es muy satisfactorio.

Clemot no se anda con chorradas, nada menos que 286 páginas, sin espacios en blanco y escasamente seis capítulos, uno por día, de lunes a sábado para desgranar la historia de Leo Carver, un personaje de peso.

Leo Carver, ha sido, y es, a pesar de no escribir desde hace años un escritor famoso, que junto a su mujer, la amiga de esta, y su hija se va a pasar unos días a una casita alquilada en la localidad italiana de Marina, próxima a Carrara y Pisa.

Aquello no es un familia reconstituida, sino más bien una familiada prostituida, que hiede. En el aire se respiran reproches, velados o no, agresiones verbales, un mal rollo generalizado que Leo y los suyos no hacen nada por barrenar, sino que más bien siguen alimentando con sus palabras y acciones.

Leo está acabado. Su cuerpo es un vertedero. Un manantial seco que la bebida no regenera. Una miriada de veneros. Un cuerpo fofo y decrépito, incapaz de ajusticiarse, de ponerse fin. Toca pues vivir, remontar días, escalar los minutos, vivir bebiendo, vivir destruyéndose.

La figura de Leo me recuerda a la de Bukowski, el rol de un ser aparentemente despreciable, pero que merced a su pluma y las burradas, de contenido sexual casi todas, que plasma en sus libros, se gana el fervor de las masas, concretamente de chicas y chicos jóvenes para quienes compartir catre con el artista se convertirá en una experiencia única, que no irrepetible, porque luego repiten y reinciden y quedan prendadas de esa ruindad, de lo decrépito y marchito, de ese fracaso y vacío existencial cuyo eco lamerá las heridas de las entregadas amantes.

Leo ha perdido la memoria reciente tras un accidente el año pasado. Va escribiendo desde ese día notas en unas agendas que irá almacenando sin dedicarle apenas tiempo. Tiene Leo deudas pendientes con el pasado y en ese viaje trata de saber lo que paso con Val, su amada poeta, la mujer total, esa Diosa de la que se enamoró, quien le correspondió (cuando lo podía haber despreciado) y a quien perdió. Pero los pensamientos bisagras, al tiempo que nos llevan a una cosa, nos llevan a otra, y así como si de una noria se tratara, algo se va removiendo, hasta que toque actúar y tratar de desvelar finalmente qué paso, coger el toro por los cuernos, y poder afrontar el dolor: la única manera de superarlo o mitigarlo.

Clemot se faja de lo lindo durante casi 300 páginas. El suyo es un ejercicio de estilo. Podía el catalán haber despachado el libro yéndose por otras sendas más trilladas, más cómodas, y seguro que mucho más comerciales y complacientes, pero no, Clemot no es de esos, por eso el autor se faja página a página, y va destilando palabra a palabra, párrafo a párrafo, página a página, con mano de órfebre, con buen pulso, con un lenguaje rico y oportuno, dando cuerpo a una obra que coge forma enseguida y a la que Clemot va dotando luego de consistencia, con matices, variaciones, averiguaciones, impregnado todas ello de lirismo, de poesía (aunque sea para describir la inmundicia humana, su derrumbe, su socavamiento), incluso concediéndose un golpe de efecto postrero y un final que no me esperaba.

Si Clemot vuelve a publicar algo más. Tendrá un lector (deseo que sean miles) esperándole.

De momento mataremos la espera con Safaris inolvidables, y El libro de las maravillas.