A veces encontramos facturas, papeles, tickets entre las hojas de libros, agendas, donde apenas podemos reconocer nada. Quizás por el tipo de papel o de tinta. Con los recuerdos nos sucede algo similar, están ahí y cuando queremos recuperarlos a menudo son poco más que bruma.
Patrick Modiano, en esta novela, sigue con su particular reconstrucción existencial, recopilando retazos como dice Alberto Manguel, simulando escribir -como apunta Vila-Matas– siempre el mismo libro, cosechando elogios de otros escritores como Torné, o palabras como estas que le dedica Adolfo García Ortega en Fantasmas del escritor: Para mí, Modiano es una especie de Balzac contemporáneo, el creador de un fresco parisino, privado y universal a la vez. Y también lo tengo por un escritor tan titánico como Victor Hugo, a la hora de crear personajes en claroscuros, oblicuos, de los que no deja de apiadarse o asombrarse con una sutileza inocente; alabanzas que comparto después de haber leído, con ésta (publicada en Francia en 1996), seis novelas suyas.
Lo interesante cuando leo a Modiano es confirmar cómo es posible construir y echar a andar una novela y que ésta resulte consistente y entretenida con tan escasos mimbres, con un argumento mínimo, con un narrador (que es escritor, y que en sus años de mocedad comerciaba con libros usados y que casualmente decide comprar un libro que leyó anteriormente y le gustó: Huracán en Jamaica) que no se sienta frente al papel para dar cuenta de sus recuerdos (no muchos la verdad, pues Modiano está más cerca del Perec de (Me acuerdo, que de Chateaubriand en su vis memorialista), sino que más bien aprovecha su escritura para ir en pos de los mismos, realizando una labor arqueológica, de exhumación del pasado, de inventariado, quizás porque como creo que dijo Faulkner, el pasado nunca acaba de pasar y así aunque se sucedan las décadas, cuando una pareja se reencuentra, el tiempo se suprime y el ayer y el ahora pasan a ser lo mismo y el espacio se reduce al horizonte del roce de la piel. Un volver al pasado (ahora que superados ya los cuarenta, de todo comienza ya a hacer mucho tiempo) llevará al protagonista, y al lector, a la juventud, sin cumplir los 18, a aquellos momentos leves, ligeros, distendidos, inconclusos, exentos de ataduras y responsabilidades, donde incluso en algunos momentos soplaban los vientos de la felicidad. Escribir es volver ahí, anclarse en ese instante, para avivar el rescoldo del pasado, e ir en busca del tiempo perdido y ahora (por momentos) recuperado o reconstruido.
Me auxilia google maps, a falta de algún mapa al final de la novela, para situar las localizaciones parisinas (y en esta ocasión también las londinenses, pues parte de la novela transcurre en Londres), y me pregunto si al igual que hablamos del Madrid de Galdós, del Londres de Dickens, podemos hablar también ya de la Barcelona de Luis Goytisolo o del París de Modiano.
No sé si existe alguna web donde alguien se haya tomado la molestia topográfica de situar en un callejero de París todos los lugares (calles, bulevares, cafés, plazas, locales, cines…) que aparecen en las novelas de Modiano. Si es así, que me lo haga saber a la voz de ya.
Patrick Modiano en Devaneos | Un circo pasa, El callejón de las tiendas oscuras, La hierba de las noches, Accidente nocturno, En el café de la juventud perdida.