Rafael Borràs (1935), El Napoleón de la edición española en palabras de Rafael Conte, en La subasta, casi una novela, editada por Almuzara, nos traslada, en seis capítulos, de lunes a sábado a la Feria del Libro de Frankfurt de 1982. La comidilla allí será la posible subasta de las memorias apócrifas del Difunto Insigne.
La narración despliega un tono jocoso, humoroso, que hace la lectura muy gozosa, embebido un servidor en los dimes y diretes, chascarrillos y demás ecos de una sociedad preterida, metida la cabeza en los sumideros y mentideros del mundillo editorial que Borràs conoce tan a fondo, ya sea hablándonos, por boca del profesor Elbo o del editor de Ridruejo, sobre la pantomima, muy rentable, de los premios literarios o acerca de la tensión entre la búsqueda de la calidad y la rentabilidad al poner un título en el mercado, con la pugna entre los editores y los directores comerciales cuando no son la misma persona. Fabricantes de libros y muy pocos editores de verdad en Frankfurt, hoy, dice el narrador. ¿Un hoy que no acaba de pasar?. Un oficio de caballeros, el de la edición, cuyo axioma no parece ya sostenerse, parece deducirse en este mundo subastado que cotiza a la baja.
Por las páginas circulan más o menos prestos, personajes como Camilo José Cela, Juan Benet, Manuel Vázquez Montalbán, Paco Umbral, Blanca Andreu, Pere Gimferrer, Pilar Rahola, Jordi Pujol, Hugh Tomas, Caballero Bonald, Alfonso Guerra, Santiago Carrillo, etc… Como los protagonistas de El ministerio del tiempo la voz narradora se permite también el ir y venir entre los siglos XX y XXI, desde los comienzos de los ochenta, y la inminente victoria electoral de PSOE hasta el tiempo presente, en donde, por ejemplo leemos que: los herederos del Difunto Insigne, que persistirán como una pesadilla inacabable, fomentarán de manera suicida el auge del independentismo.
Lo que más me ha interesado son las reflexiones de Borràs sobre la literatura. La literatura que es un intento de explicación y un intento de comunicación. Cómo a veces las novelas dejan documentos históricos imprescriptibles. La colmena de Camilo José Cela se define como un documento inestimable para entender el clima de Madrid de los primeros años 40, o las novelas de Miguel delibes, que nos permiten entender la vida en las zonas rurales de Castilla mucho mejor que bastantes sesudos estudios sobre el tema, se nos dice. Dionisio Ridruejo, decía que El arte termina donde empieza la propaganda y Borràs ahonda en el concepto de compromiso político y los distintos puntos de vista en la escritura sobre unos mismos hechos. Escritores como Ignacio Agustí y Xavier Benguerel son abordados por Borràs en términos parecidos a como se hiciera en este artículo, donde se habla a su vez de qué podemos entender por novela. Se habla también de los hispanistas e historiadores británicos que tantas páginas y tanto y tan bien han iluminado con su concienzudo y prolijo trabajo las vidas de figuras como Lorca o Franco o momentos claves de nuestra historia como La Guerra Civil Española, pienso en Hugh Tomas. Por otra parte, escribir es un trabajo como cualquier otro no, merece una condecoración, afirmación que tratará de bajar de las nubes a más de un endiosado.
Entendida la novela como testimonio, como documento histórico, de gran interés me resultan las páginas dedicadas a la Transición, aquel difícil engarce de la Monarquía (de la que Borràs es una voz muy cualificada) en el juego democrático mediante una monarquía parlamentaria, sin consulta ciudadana y hasta hoy perpetuada; la figura de José Antonio Primo de Rivera, la legalización del partido comunista, los mil motes de los que fue acreedor Adolfo Suárez, las puyas verbales de Alfonso Guerra (su tú a tú con Santiago Carrillo con la literatura como fondo es tronchante), o todo es aluvión de memorias que verían la luz tras la muerte del Dictador y otro buen número de anécdotas que forman parte de nuestro ineluctable pasado.
La subasta, casi un novela uno lamenta que no sea mucho más extensa, pues a pesar de su aparente ligero porte es contundente, sustanciosa y cundida en buena parte de sus casi 300 páginas.