La muerte del Pinflói
Juan Ramón Santos
Baile del Sol Ediciones
Año de publicación: 2022
198 páginas
¿It was just a brick in the wall?. ¿Un yonki, un heavy, un melenudo, un drogata más? ¿Sólo un ladrillo en la pared? ¿Lo es Pascual, más conocido como El Pinflói? ¿Un ladrillo indistinguible de un muro cualquiera? ¿Cabe todo en el mismo montón? ¿Nos conformamos con poner las etiquetas, facetar la realidad y anestesiar los sentidos?.
En su última novela, Juan Ramón Santos, recupera el personaje creado en El verano del endocrino (puede leerse la reseña aquí), aquí convertido en investigador, junto al maestro Constante. La versión labriguense de Sherlock y Watson.
El Pinflói es un hombre de Labriegos que aparece muerto a sus 48 primaveras (agostadas por el óbito), a la orilla de un pantano. ¿Muerte natural, suicidio, asesinato?. La narración pone al Endocrino y Constante a investigar por la zona: Labriegos, la comarca de Ochavia, Aldeacárdena, Pomares, a resultas del expreso deseo de la madre del muerto, la cual quiere saber qué le ha pasado a su retoño.
Un asunto de drogas y listo, podría ser la explicación más rápida. Lo que el texto ofrece es un perderse en la espesura, en las ramificaciones que todo ser humano atesora en su interior, de tal manera que no vale con despachar a alguien con un par de epítetos, y quedarse en la superficie, que por otra parte siempre resulta lo más cómodo al no encontrar ahí, en esa línea de pensamiento (que no lo es), resistencia alguna, sino de ahondar en la personalidad del muerto, en sus múltiples caras y facetas, porque nadie es solo una cosa. Así, a medida que la vivaz narración avance, como en un tablero de la oca (a sabiendas que la última casilla va reservada a la muerte de Paulino, de tal manera que la partida se jugará en sentido inverso; no interesa saber tanto de qué murió, sino de qué mierdas estás hecho, Paulino, para cantarlo con Extremoduro), iremos conociendo más detalles acerca de la figura de Paulino, ya sea su interés por la religión, o la astrología, su pulcritud y docilidad, sus amistades y sus postrimerías.
El Endocrino hará valer su buen olfato para ir siguiendo el curso de los acontecimientos pretéritos, la ilación de pistas, que les permita avanzar e ir templando a sus interlocutores, con una fama que le antecede: la de su buen nombre, allanando resistencias y limando asperezas. A su lado, Constante se siente a ratos como una comparsa, emparentado así con Watson. Que pasa de verse deslumbrado por el Endocrino a decepcionado, para luego reconciliarse. Un Endocrino que sigue poniendo coto a su intimidad, manteniendo de esta manera intacto el misterio sobre su figura y personalidad.
El final parece dejar la puerta abierta a nuevas entregas de esta pareja. Que vengan. Siempre es bienvenida por estos lares la buena literatura Con(s)tante y soñante.