Archivo de la categoría: Editorial Elba

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Un pequeño mundo, un mundo perfecto (Marco Martella)

Descubro la escritura de Marco Martella en su espléndido ensayo Un pequeño mundo, un mundo perfecto, editado en Elba, con traducción de Ernesto Hernández Busto. El pequeño mundo, el mundo perfecto es el jardín, porque de jardines va el ensayo.

Un recorrido que Martella hace por distintos jardines italianos como Bomarzo, Ninfa, la Cassa Rossa de Montagnola de Herman Hesse; franceses como Versalles, Vallée aux loups, el jardín de Chateubriand o el que cultiva Miguel Cordeiro, en Saint Cyr la Rosiére, en la región de Normandía; ingleses como el bosque de las hadas de Cottingley (donde vemos el ánimo espiritista de Conan Doyle, evidenciado cuando leí El caso de las fotografías de espíritus) o la Quebrada de Jerez, en medio del desierto de Atacama.

Como dice Martella en el epílogo, el cultivo de los jardines es hoy un negocio floreciente. Las ciudades se pueblan de zonas verdes, jardines verticales o en azoteas, pero cabe preguntarse qué interés nos mueve, si es la búsqueda de un sentido o sencillamente otra forma de negocio más. Para llegar a esta reflexión seguiremos previamente y con deleite el recorrido que Martella nos ofrece por los jardines antes citados, espacios acotados, ajustados a la mano humana, como Versailles y otros más desenfadados como Saint Cyr la Rosiére, donde Cordeiro atesora toda clase de semillas no para mañana, sino para pasado mañana. Porque lo que late en el ensayo es dónde estamos y hacia dónde vamos, con qué nos conectan hoy los jardines, qué lugar ocupa hoy la phisis en nuestras vidas, qué descubrimos en nuestro contacto con la tierra, con la naturaleza. Qué encontramos si nuestra mirada se pierde en el firmamento. Qué podemos esperar de algo tan inútil, en una sociedad hipermercantilizada (y por tanto tan necesario) como la jardinería.

Ya en harina, recomiendo leer el canto de amor hacia la jardinería que es Recuerdos de un jardinero inglés de Reginald Arkell y El jardinero, el escultor y el fugitivo de César Aira.

MARINA

A favor de la distracción (Marina van Zuylen)

Proust mientras comía una magdalena comenzó a recordar y tirando del hilo de la memoria alumbró casi cuatro mil páginas. Un extravío considerable propio de un titán, de un Funes memorioso. Estos devaneos, desde su segunda acepción, nos hablan de una distracción, de un pasatiempo, es por ello que este gozoso ensayo de Marina van Zuylen –con traducción de Jordi Ainaud i Escudero-, case muy bien con el espíritu de este blog.

Me gusta todo el libro, ya desde el título, porque uno está un poco harto de ver siempre Elogio de…, Breviario de…, Marina va más allá y toma posición por la distracción y lo hace a favor. Leyéndolo creo que guarda ciertas similitudes con aquel ensayo de Ordine titulado La utilidad de lo inútil. Marina nos habla aquí del desinterés interesado. Se concibe el arte como un punto de fuga, de evasión, materia prima para la ensoñación, para fantasear, para dejar el pensamiento en suspenso y amorrarnos si nos place, al tedio, al aburrimiento a la inactividad, algo muy mal visto por una sociedad que relaciona siempre la actividad con el resultado y no ve con buenos ojos la distracción. Ni ahora ni antes. Marina nos habla de filósofos como Descartes, Russell, San Agustín que censuraban y reprobaban la distracción, la inactividad, todo aquello que en definitiva apartarse al ser humano del camino de la razón concienzuda, del esfuerzo, de la concentración en el estudio, el trabajo y el pensamiento.

Marina se posiciona a favor de escritores y filósofos que apuestan por el devaneo, la ensoñación, los meandros de un pensamiento no lineal. Ahí Montaigne y sus deliciosos ensayos o Hume y sus partidas de tablas que le resultaban más apasionantes y vivaces y lo distraían de sus reflexiones y pensamientos sobre el papel que luego le resultaban ridículos, forzados…

Hoy que en ciertos medios digitales los artículos llevan a modo de pórtico el tiempo de lectura que se precisa para leerlos Marina apuesta por otra forma de leer, más pausada y calmada, sin apremios ni urgencias, un leer que vendría a ser como un rumiar -bucólico y pastoril- si nos dejamos llevar. Y para ello recurre a las palabras de Nietzsche, quien envidiaba a las vacas y su estómago rumiante: para practicar de este modo la lectura como arte se necesita ante todo una cosa que es precisamente hoy en día la más olvidada -y por ello ha de pasar tiempo todavía hasta que mis escritos resulten «legibles»- una cosa para la cual se ha de ser casi vaca y, en todo caso, no hombre moderno: el rumiar. Marina considera y defiende la lectura como un arte lento, cree necesario convertir la lectura en un hábito poderoso y necesario. Algo que suscribo.

El ser humano tiene la capacidad de conectarse y desconectarse, de asociar (una mente asociativa que nos transmite sensación de perplejidad y asombro) y disociar al mismo tiempo, algo que otros animales no pueden hacer y pone el ejemplo del simio, que es capaz de morir de pena porque su cerebro lo ocupa un pensamiento de tristeza del que no es capaz de sustraerse. El humano sí, y logra evadirse de su realidad, sus problemas, trascender su yo, a través del arte, así desconecta de su realidad y habita otras realidades virtuales o analógicas (a través de la lectura, la música, el teatro…), el problema está cuando uno se distrae de su realidad para entrar en otra regida por una conectividad tan exigente que transforma la presunta distracción en un quehacer compulsivo. Hoy, comenta Marina la distracción se considera enfermedad y el TDAH se combate desde la farmacología, que busca encauzar el enfermo hacia la concentración, evitando la distracción y la dispersión en su conducta. Así están las cosas.

Lean a Marina y distráiganse, dispérsense, asómbrense, váyanse por los cerros de Úbeda siempre que les plazca y por supuesto, gocen. Todo esto en apenas 90 páginas.

Estantería libros

Lecturas y editoriales

He puesto los enlaces a las editoriales que han publicado los libros que he leído estos últimos años. Una lista que no deja de crecer y que ya supera la centena de editoriales.

Acantilado
Adriana Hidalgo
Alba
Alfabia
Alfaguara
Alianza
Altamarea ediciones
Alrevés
Anagrama
Ápeiron
Ardicia
Árdora
Ariel
Atalanta
Austral
Automática
Avant editorial
Baile del Sol
Bala perdida
Balduque
Barataria
Barrett
Base
Belvedere
Berenice
Blackie Books
Boria
Bruguera
Caballo de Troya
Cabaret Voltaire
Candaya
Carmot Press
Carpe Noctem
Cátedra
Círculo de lectores
Comba
Cuatro Ediciones
Debolsillo
Demipage
De Conatus
e.d.a
Ediciones Casiopea
Destino
Ediciones del Viento
Ediciones La Palma
Ediciones La piedra lunar
Edhasa
El Desvelo
Eneida
Errata Naturae
Espuela de Plata
Eterna Cadencia
Eutelequia
Fragmenta>
Fórcola
Franz Ediciones
Fulgencio Pimentel
Gadir
Galaxia Gutenberg
Gallo Nero
Gatopardo
Gredos
Grijalbo
Hermida
Hoja de Lata
Hueders
Huerga & Fierro
Hurtado & Ortega
Impedimenta
Jekyll & Jill
Kalandraka
KRK
La Discreta
La línea del horizonte
La Navaja Suiza
La uña rota
Las afueras
Lengua de trapo
Libros de Ítaca
Libros del Asteroide
Los Aciertos
Los libros del lince
Lumen
Lupercalia
Malas Tierras
Malpaso
Mármara ediciones
Minúscula
Muchnik
Nórdica
Olañeta editor
Paidos
Páginas de Espuma
Pálido fuego
Papeles mínimos
Paralelo Sur
Pasos perdidos
Pengüin
Península
Pepitas de calabaza
Periférica
Pez de Plata
Plaza Janes
Playa de Ákaba
Pregunta Ediciones
Pre-Textos
Random House
RBA
Reino de Cordelia
Sajalín
Salamandra
Sapere Aude
Seix Barral
Sexto Piso
Siruela
Sloper
Stirner
Talentura
Tandaia
Taurus
Témenos
Trama
Tránsito
Tresmolins
Trifoldi
Trifolium
Tropo
Tusquets
Turner
WunderKammer

www.devaneos.com

Un tiempo para callar (Patrick Leigh Fermor)

Podemos plantearnos la utilidad de los prólogos o podemos directamente leerlos y congraciarnos luego de haberlo hecho, como me ha sucedido con el de Dolores Payás, responsable también de la traducción.

Le envidio mucho a Payás por haber podido compartir ésta su tiempo con Patrick Leigh Fermor (PLF) al que fue a visitar a Grecia en 2009 y frecuentó luego hasta su muerte en 2011. Fruto de ese encuentro nació Drink Time (!que he de leer sin demora alguna!).

Comenta Dolores que un verano de agosto en Barcelona mientras caía el sol a plomo decidió ponerse con Fermor y acabó leyendo toda su obra completa, en inglés. Luego pensó que estaría bien volcar su obra al castellano, ponerla a nuestra disposición y así fue, tal que podemos leer hoy a Fermor en castellano gracias (entre otras) a Dolores, que por lo que veo se ha encargado también de la traducción de Roumeli para Acantilado. A mí me pasaba como a Dolores, pues tengo en casa cinco libros suyos y hasta el momento no me había dado por ponerme con Fermor, hasta hace un par de días que comencé, avancé y me deleité con Un tiempo para callar.

La única revolución pendiente es la del respeto, dijo Fernando de los Ríos, respeto como el que muestra este hombre y escritor exquisito, Patrick Leigh Fermor, no creyente, cuando decide irse a unos monasterios en busca de soledad, paz y quietud, que encuentra sobradamente. PLF ni critica, ni censura, sino que trata de entender, de ampliar su mirada y sus entendederas (ya de por sí bastante dilatadas pues el hombre fue sobrado de erudición y mundanidad desde muy joven, en su andar nómada y errabundo), y pone por escrito sus experiencias monásticas, al tiempo que ofrece datos históricos sobre los tres monasterios sobre los que versan este libro.

El acicate para leer este ensayo autobiográfico, además de querer leer a PLF hacía mucho, tiempo, fue este artículo de Dorenbaum artículo simplón a más no poder pero que cuenta al menos con unas fotos preciosas de José Manuel Ballester.

PLF describe su llegada a la abadía benedictina de Saint Wanderville en Normandía y cómo la paz, tranquilidad y silencio que anhela para poder escribir lo obtiene con creces, al tiempo que siente la soledad en toda su plenitud, al menos los primeros días, hasta que su cuerpo se adecua a su nueva situación, para luego constatar que descontadas las horas dedicadas a dormir -unas cinco- y el tiempo empleado para desayunar, comer y cenar, dispone casi de 19 horas para sí mismo, para escribir, pasear, leer, sustrayéndose así a los «automatismos agotadores y los cientos de ansiosas trivialidades que emponzoñan la vida diaria«.

PLF se pregunta cómo estos monasterios han superado todos estos siglos y han conseguido plantar cara a la modernidad, sin ser devorada por ella, siguiendo los monjes a rajatabla sus normas de apartamiento, de recogimiento, en sus votos de castidad, de silencio, entregados al ora et labora, ofreciendo su vida a la oración; oraciones que para ellos son necesarias y eficaces. Inevitable resulta la típica pregunta, ¿para qué sirve una vida contemplativa, de reclusión y oración?. Una vida que con los presupuestos utilitarios actuales nos puede parecer desperdiciada. PLF hila fino y si le damos la vuelta al planteamiento, los mismos que puedan afirmar esto, si dedicasen un ratito a conocerse a ellos mismos, y a examinarse, a ver en qué se les van las horas, los días y años, en pos de que objetivos y metas, llegarían sin esfuerzo a la conclusión de que no hace falta estar encerrado en un monasterio para dilapidar sus existencias, pero sin la calma, la tranquilidad, la templanza, de la que gozan los monjes para quienes su estancia en estos monasterios es un trampolín hacia la eternidad, monjes que lo único que lamentaban eran haber demorado tanto en el mundo antes de retirarse a la abadía.

Fermor permanece luego unos días en el monasterio de Solesmes camino del monasterio de la Gran Trapa al sur de Normandía, en este monasterio trapense se ve bien la dureza de la vida monacal, donde el ocio y la diversión son una rareza, donde la dieta consiste en raíces y tubérculos, sin probar carne, pescado ni huevos, donde seis meses al año rige un estricto ayuno, donde no hay celdas y duermen en jergones de paja sobre tablones desnudos de madera, sin calefacción, donde la regla del silencio es absoluta, día a día, donde se practica también la mortificación, la abstinencia, la humillación y el trabajo agotador. Todo esto no es óbice para obtener su justa recompensa: paz del alma, una suerte de divino rapto, indescriptible felicidad que un escritor trapense francés describe como un constante presentimiento del paraíso.

A la vista de todo esto Fermor se pregunta si además de los votos de pobreza, obediencia y castidad, no habría que sumar también el de la ignorancia, pues su fundador, Rancé, se declaró en aquel entonces enemigo del estudio.

Para ir al fondo del asunto, este párrafo aclara la cosas:

El secreto de la vida monástica, esa completa abdicación personal y encumbramiento de la voluntad de Dios que resuelve todos los problemas y conflictos y transforma una vida de agudos padecimientos externos en otra de paz y alegría, es algo que muy pocos ajenos al claustro pueden comprender de forma completa.

O este otro, al hilo del misterio de la vocación a la vida del Císter, con respuesta de su abad:

Es muy especial. Apto solo para ciertas naturalezas, pero son muy raras.

El último viaje lo emprende a la Capadocia, escenario de la cristiandad primitiva, en aquel valle de cáscaras vacías, donde Fermor dice que debemos imaginar a san Basilio, a san Gregorio Nicianceno, a san Gregorio de Nisa.

Fermor después de sumar unos cuantos meses en los monasterios, apaciguado y calmado, los abandona perplejo, lleno de incertidumbre, dice y humilde, se ve carente de autoridad para librar un veredicto sobre las condiciones y posibilidades de vida en aquella e invernal soledad.

Así describe Fermor su vuelta, con energías renovadas, a la vida diaria:

Al principio la abadía fue como un cementerio; el mundo exterior después me pareció, por contraste, un infierno de ruido y vulgaridad enteramente poblado de gamberros, fulanas y sinvergüenzas.

Que un ensayo de estas características me resulte subyugante de comienzo a fin, sólo se debe a una cosa, a la magnética prosa de Fermor que convierte la lectura de este libro, no en una experiencia religiosa y mística, pero casi.