Archivo de la categoría: Editorial Gadir

Estantería libros

Lecturas y editoriales

He puesto los enlaces a las editoriales que han publicado los libros que he leído estos últimos años. Una lista que no deja de crecer y que ya supera la centena de editoriales.

Acantilado
Adriana Hidalgo
Alba
Alfabia
Alfaguara
Alianza
Altamarea ediciones
Alrevés
Anagrama
Ápeiron
Ardicia
Árdora
Ariel
Atalanta
Austral
Automática
Avant editorial
Baile del Sol
Bala perdida
Balduque
Barataria
Barrett
Base
Belvedere
Berenice
Blackie Books
Boria
Bruguera
Caballo de Troya
Cabaret Voltaire
Candaya
Carmot Press
Carpe Noctem
Cátedra
Círculo de lectores
Comba
Cuatro Ediciones
Debolsillo
Demipage
De Conatus
e.d.a
Ediciones Casiopea
Destino
Ediciones del Viento
Ediciones La Palma
Ediciones La piedra lunar
Edhasa
El Desvelo
Eneida
Errata Naturae
Espuela de Plata
Eterna Cadencia
Eutelequia
Fragmenta>
Fórcola
Franz Ediciones
Fulgencio Pimentel
Gadir
Galaxia Gutenberg
Gallo Nero
Gatopardo
Gredos
Grijalbo
Hermida
Hoja de Lata
Hueders
Huerga & Fierro
Hurtado & Ortega
Impedimenta
Jekyll & Jill
Kalandraka
KRK
La Discreta
La línea del horizonte
La Navaja Suiza
La uña rota
Las afueras
Lengua de trapo
Libros de Ítaca
Libros del Asteroide
Los Aciertos
Los libros del lince
Lumen
Lupercalia
Malas Tierras
Malpaso
Mármara ediciones
Minúscula
Muchnik
Nórdica
Olañeta editor
Paidos
Páginas de Espuma
Pálido fuego
Papeles mínimos
Paralelo Sur
Pasos perdidos
Pengüin
Península
Pepitas de calabaza
Periférica
Pez de Plata
Plaza Janes
Playa de Ákaba
Pregunta Ediciones
Pre-Textos
Random House
RBA
Reino de Cordelia
Sajalín
Salamandra
Sapere Aude
Seix Barral
Sexto Piso
Siruela
Sloper
Stirner
Talentura
Tandaia
Taurus
Témenos
Trama
Tránsito
Tresmolins
Trifoldi
Trifolium
Tropo
Tusquets
Turner
WunderKammer

www.devaneos.com

Viajar (Herman Melville)

Ocho años después de la publicación de la en su día ninguneada novela Moby Dick (que debo releer pues su lectura o me dejó en su día huella alguna) Herman Melville (de quien recomiendo leer su Bartleby el escribiente), entre 1858-1860, escribe estos ensayos que tienen mucho que ver con su espíritu viajero y se manifiestan en el primero de ellos, en Viajar, donde advierte que el placer y el sufrimiento van de la mano en cualquier viaje, nos dice que para ser un buen viajero hay que ser joven, despreocupado y buen paseante. Nos cuenta que viajar nos enseña una profunda humildad, ampliando nuestro altruismo hasta abarcar la humanidad al completo. Enunciado el último que no resulta del todo cierto, pues la estupidez vemos hoy que no se corrige viajando. Hoy hablaríamos más de turistas que de viajeros.
En Los mares del sur, el segundo ensayo, nos habla de Magallanes y su travesía por el Pacifico al que dio nombre, o de aquellos como Christian, el rebelde del Bounty de quien leí lo que escribió Judith Schlansky en Atlas de islas remotas, que se afincó en la isla Pitcairn, donde murió rodeado de hijos un nietos fruto de sus relaciones con las mestizas, y propone que dejen a las gentes de la Polinesia en paz, con su lengua y sus costumbres, si lo único que podemos ofrecerles a modo de progreso son: hospitales, cárceles y hospicios. No le hicieron mucho caso pues estas islas cayeron en manos de franceses, americanos, neozelandeses, etc.
El libro se cierra con el paso de Melville por Roma donde se extasia contemplando las estatuas romanas, eternos ejemplos de la perfección del arte antiguo, estatuas o bustos de Sócrates, Julio César, Séneca (al que presenta como avaricioso y codicioso), Platón
Lo aquí dicho por Melville me resulta demasiado escaso y a día de hoy existen otros textos mucho más jugosos en relación con el arte escultórico o con el acto de viajar. Hace dos siglos lo aquí enunciado por Melville quizás tuviera cierta repercusión pero leído hoy no le encuentro apenas ningún aliciente.

Gadir. 2011. 95 páginas. Traducción de Elizabeth Falomir Archambault.

Abel Hernández

El canto del cuco. Llanto por un pueblo (Abel Hernández)

Si recordar es volver a pasar por el corazón, así los recuerdos de Abel le permitirán vivificarse, aventar su pasado, desmortajarlo, actualizarlo y confrontarlo con el presente.
Abel, en 2012 bucea en su pasado para volver mental y físicamente a Sarnago, al pueblo de su niñez, en las Tierras Altas de Soria, recuerdos que se alimentan del olor a pan recién hecho, de las copiosas nevadas que propiciaban el aislamiento, del canto de los pájaros, las inveteradas tradiciones, la gran figura de los médicos de cabecera o de los maestros de escuela, aquellos años de pobreza, de austeridad, de duro trabajo, dulcificados por la infancia, recuerdos que brotan con una terminología que nos puede resultar extraña, desconocida, al leer palabras como andosca, bizcobo, cestaño, calambrujo, caloyo, duerma, gamella, magüeta, letuja, marcil, pegujal, támbara, tentemozo, úrguras y otras muchas palabras que podemos consultar en el postrero Glosario. Los recuerdos de Abel hablan de un mundo que sabe ya casi extinguido, porque el despoblamiento rural es un hecho, y cada día son más los que abandonan los pueblos que los que regresan. Un regreso que muchas veces bebe más de lo romántico que de lo práctico.

Años de la niñez, donde había ocasión para las buenas lecturas, aunque fuera como escuchante.
La hora del cuco

Al hilo de esta lectura tengo muy presente otra, la de Paco Cerdà y su libro Los últimos. Voces de la Laponia Española (en el último capítulo del libro de Abel, ¿Nos vamos al pueblo?, como en el libro de Cerdá, aparece Maderuelo, donde se recoge el testimonio de una pareja madrileña que decide dejar la villa de Madrid para instalarse en este pueblo segoviano de poco más de 100 habitantes) y La lluvia amarilla de Llamazares. En este libro de Abel, también nos cuenta cómo un pueblo perdió también a su último habitante. La muerte de un pueblo, la de Valdenegrillo.

Abel cree que el cierre de una escuela es la puntilla al pueblo, aquello que certifica su defunción. No le falta razón. Sin escuela, las familias buscan otros pueblos donde instalarse.
La algarabía de los niños y el olor a pan recién hecho dice Abel que son las dos cimientos rurales, y esto ya es agua pasada. Los niños se han ido y el pan es congelado. Nada queda ya de las antiguas profesiones que conoció en su niñez: guarnicioneros, capadores, cesteros, amolanchines…

El pan y la nieve son el mejor reclamo de la memoria dice Abel. El tono es melancólico (la historia del burro me trae en mientes como no puede ser de otro modo, Al azar, Baltasar), trata a veces de ser alegre, de festejar los agostos en los que los pueblos se pueblan de gente -de paso- y luego todo queda como estaba, pueblos como cascarones vacíos, usado únicamente en los meses de veranos y festividades. Pueblos vacíos, abandonados, cubiertos por el manto del olvido, cuyo paisaje se ve pespunteado y ajado por molinos de viento, su vientre horadado por empeños como el fracking. Ni el paisaje son capaces de dejar en paz, dice Abel. Acierta. Así somos.

Abel Hernández. Gadir Editorial. 2014. 206 páginas