Archivo de la categoría: Editorial Gadir

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El Niño Estrella (Oscar Wilde)

Oscar Wilde plantea un cuento clásico, a saber, un niño abandonado recién nacido que es recogido en un bosque por unos leñadores tras el advenimiento de una estrella y poco después, a medida que el bebé crece demuestra ser un tirano que desprecia por igual a personas y animales, hasta que esa soberbia y maldad se ven corregidas y el entonces niño y ahora ya mozalbete debe, si es posible, corregir sus errores, una reparación que sí resultará posible, aunque ese clásico final en el que que todos son felices y comen perdices, habría que matizarlo, pues Wilde nos deja un regalito para el final.

Me resulta curioso ver cómo autores de la talla de Wilde abordan la literatura juvenil, cómo manteniendo unos cánones clásicos -no faltan los Reyes, los mendigos, las pruebas a superar, los castigos, las recompensas-, aportan su propio estilo, así, Wilde presenta al niño estrella que sin el menor atisbo de ñoñería, ni edulcorantes -sin reparar en la edad del lector- resulta cruel, despótico, despreciable y repugnante y lo que éste da es lo que luego recibe.

Lo edita Gadir con traducción de Elisabeth Falomir Archambault con ilustraciones de Eugenia Ábalos.

9788494044144

El cocodrilo (Fiódor Dostoievski)

Fiodor Dostoievski desata su vis más cómica en El cocodrilo para ofrecernos un relato donde el absurdo toma el mando, tal que un fulano, sin darse cuenta es absorbido por un cocodrilo, sin que la historia devenga gore. Una vez instalado cómodamente el okupa forzoso dentro del animal, quiere éste aprovechar la coyuntura para sacar de ese ingerimiento algo provechoso, entregado al estudio y a sus pensamientos, porque lo que le sobra en esa caverna animal es tiempo.

A su alrededor, su amigo hace lo posible por sacarlo de allí, mientras se suceden las escenas a cual más absurda, como considerar la posibilidad de que la nueva situación laboral del engullido adopte la forma de una comisión de servicios o incluso llegar a valorar la posibilidad de empadronarse allí dentro.

Mientras, los periódicos se hacen eco de la noticia -a su manera-, y se preocupan más de salvar al animal, que tras ingerir a un humano se muestra agotado, !incluso se le saltan las lágrimas del esfuerzo!, que de preocuparse por el estado del humano devorado.

La mujer del desaparecido -ante una situación que parece no incomodarla en demasía- ya ocupa su tiempo libre con otros pretendientes, mientras el dueño del cocodrilo y su mujer, una pareja de alemanes devorados por su afanes crematísticos, sólo están dispuestos a abrir en canal a su mascota a cambio de una cifra astronómica, propiedades inmuebles e incluso rangos militares.

Dostoievski se mofa de los funcionarios, de los periodistas, de la codicia, de la inhumanidad, de ese beneficio económico que se antepone a cualquier otra circunstancia -la vida humana, por ejemplo-, todo ello narrado con mucha ironía y gracejo pero sin dar los zarpazos lacerantes que soltaba por ejemplo en El jugador.

El final queda abierto a cualquier posibilidad.

Lo edita Gadir con traducción de Enrique Moya Carrión e ilustraciones de Eugenia Ábalos.

De vuelta de Italia

De vuelta de Italia (Benito Pérez Galdós)

Benito Pérez Galdós
Gadir Editorial
122 páginas
2013

Al igual que sucede con los diarios, las crónicas de viaje son otra manera de conocer a los escritores, más allá de su novelas de ficción. Benito Pérez Galdós recorrió Italia en 1888 y estas páginas dan testimonio de ese viaje. Benito es humilde, sabe que el camino que él recorre, ya lo han hollado otros muchos antes, otros que han escrito mucho sobre sus periplos, así que él a lo más que aspira es a dar su particular punto de vista sobre lo que ve.

Benito visita Roma, Verona, Venecia, Florencia, Padua, Bolonia, Nápoles y Pompeya. La erudición del autor, se plasma en sus reflexiones sobre el arte, ya sea pictórico o escultórico (y en este aspecto Italia es el paraíso del arte), y también sobre la literatura, con páginas impagables como sus reflexiones sobre esos personajes de ficción como Romeo y Julieta o Don Quijote que llegan a superar incluso a los reales, o lo expuesto por Benito sobre La Divina Comedia de Dante.

Antes de Tripadvisor, Booking y similares, los viajeros se desplazaban bien solos, o en los viajes organizados por Thomas Cook, siguiendo las recomendaciones recogidas en la guía Baedeker, de la que Benito, como hacía Julio Camba en sus Crónicas de Viaje, habla de maravillas, por su rigor, imparcialidad y buen hacer, al proporcionar información de gran utilidad al viajero.

Me hace gracia leer lo que dice Benito de Venecia, poco menos que un oásis de tranquilidad y sosiego, cuando pocos años después, a comienzos del siglo XX, Jean Lorrain aborrecía las multitudes que asolaban la laguna veneciana, en su novela Salvad Venecia.

Hay que contextualizar lo leído pues el Nápoles de 1888 no es el de ahora (al turista no le asaltan miles de personas ofreciéndoles todo tipo de servicios y no parece que más allá de la bondad del clima y de la feracidad del suelo y a pesar de que sus aspiraciones no vayan más allá del pan de cada día como afirma del autor, la pobreza no asome en las degradadas calles del Quartieri Spagnoli), ni tampoco la Italia actual se parece mucho a aquella recientemente unificada.
Esas páginas obran como un documento histórico de gran valor, merced a la sagaz mirada de Benito, que concilia su sabiduría con lo que sus ojos registran (muy potente es la narración de su visita al Vesubio), tal que sus escritos o cartas (publicadas en el diario argentino, La prensa), como las denomina, son amenas, sin caer en lo superficial, superan el tópico, y no abundan en los lugares comunes, lo cual nos permite viajar (gratis) sin movernos del sofá, y disfrutar al tiempo de un periplo corto, fugaz, pero provechoso.

Seducciones

Seducciones (Roberto Vivero)

Roberto Vivero
Gadir Editorial
2014
177 páginas

Releo esta novela ocho años después, en octubre de 2023, y compruebo que me ofrece algo distinto, incluso que alberga la reseña, creo, algunos errores, que van a ser obliterados. De entrada decir que Roberto Vivero (La Coruña, 1972) ha ganado un lector después de haberme leído esta novela inclasificable, en la que un hombre (treintañero) espera, junto a una pareja de amigos, en un hotel caribeño (ahora me parece que el complejo hotelero, o resort prostibulario, está situado en las islas canarias), una espera embutida de molicie, hidratada con muchos palos de ron (beber se bebe y mucho pero no parece que el ron sea la bebida elegida, más bien es la cerveza, o «copas», en general), solazada con ratos de bar y pis-cina y aderezada con miradas procaces y sexo prostibulario (no paga por los servicios recibidos) bajo cielos y mares azules, en un territorio donde uno se aparta del mundo y puede vivir indefinidamente (esos pocos días que pasa en el resort son un infierno, no sabe bien para qué sirve la cacareada libertad si todo deviene en rutinas, en beber-dormir-y-esperar, para volver a dormir-comer-y-esperar, sin ambiciones, ni pretensiones…) , si ese es su deseo y su bolsillo se lo permite, y el protagonista está en la habitación de un hotel y la narración es su voz, el hilo (o maroma) de sus pensamientos y de sus desvaríos, y obsesiones, de sus correrías por la isla junto a la pareja de amigos, en una estéril espera (una «espera» a la que Vila-Matas ya dedicaba algo de espacio en su novela Perder teorías) que no emite apenas ningún acorde, hasta convertirse en estridencia (y así vomitarse encima, y así mearse encima), en un ser que no conoce (lo dice él) la felicidad ni la alegría y que se alimenta del odio hasta que pacte con el todo y con las partes, una narración, una voz, que tiene algo de delirio bernhardiano, con buenas dosis de humor y lucidez cioranesca (y luego la muerte y la desaparición, no el regreso a la nada, sino el seguir siendo la nada; estar vivo es como dormir sin nunca soñar lo que se quiere soñar), y una mirada que registra lo inútil de la existencia (sé que quiero no haber nacido), lo transitorio, la inexperiencia de los viejos (a la postre falsos sabios), la intrusión que supone los móviles y que se permite incluso el lujo de hacer esgrima filósofo-intelectual, a cuenta del ser y la nada, entre el sesudo (promiscuo neuronal) y sexudo protagonista y un recepcionista que se lo ha leído (y entendido) casi todo (Camus, Salustio, Píndaro, Platón, Nietzsche), un libro, este de Vivero del que casi podría decir que da igual por donde se comience (es un libro porcino del que se aprovecha -casi todo-), por dónde se coja, o se retome, aunque recomiendo (no, es necesario) leerlo del tirón, sobre todo si no tienes ningún marcapáginas a mano, porque el libro son 166 páginas, sin capítulos, sin páginas en blanco, sin puntos, sin apeadero ninguno en el que coger aire, un aluvión de palabras (una sola frase de 40750 palabras), que llegan en tropel, y te arrollan, te sumergen, donde leer es boquear y donde da gusto, mucho gusto, leer a Vivero, que juega y experimenta con el lenguaje (con un logrado resultado de forma y fondo), tanto que algunas cosas no sé si son erratas o no (no, no lo son) y leo que en un principio el libro se llamaba Violaciones pero que luego se cambió por Seducciones (el protagonista tiene sexo con una adolescente que no opone resistencia en una cancha de tenis), tras ser premiado por la Fundación Monteleón y ser editado por Gadir, aunque yo creo que le iría mejor el título de Eyaculaciones, y leo y acabo que la naturaleza de las palabras no es otra que la de traer lo que no está o no existe, sea