Archivo de la categoría: Editorial Impedimenta

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Henry y Cato (Iris Murdoch)

Decepcionado. Murdoch plantea unos personajes que son siluetas, poco más que holografías, personajes que los tocas y los traspasas porque no hay nada de nada en ellos, son una ilusión. Murdoch plantea para Henry y Cato, dos amigos de la infancia que vuelven a encontrarse de adultos pero con la misma mentalidad infantil, la posibilidad de la redención, ya sea despojándose de toda riqueza material por parte de Henry o renunciando, en el caso de Cato, al sacerdocio para arrancar del mal a Joe, un joven rubiales del que se ha prendado. A esto se suman dos vacuos personajes femeninos (tres contando a Gerda, la madre de Henry) de trazo grueso, una de las cuales, Stephanie, no ambiciona nada más que comer, beber y comprarse vestidos y la otra, Colette (hermana de Cato) entregar su virginidad al hombre que tiene idealizado desde su más tierna infancia, Henry, para pasar a ser posesión suya.
Los diálogos son en su mayoría irrisorios, casi todo acontece cogido por los pelos, todo es azaroso y finalmente deviene mascarada y farsa, tanto que acabo más que harto de tanta nadería, amor perruno y devaneo diletante.
Henry y Cato la publicó en 1981 Alfaguara. Impedimenta la reeditó en 2013 manteniendo la traducción de Luis Lasse.

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Lección de alemán (Siegfried Lenz)

Siggi, un joven internado en un reformatorio, el día que debe escribir una redacción con el jocoso título de «las alegrías del deber» se bloquea y entrega un ejercicio en blanco. A este acto de insumisión caligráfica, le sucederá un castigo con reclusión y aislamiento en su celda que supondrá que el joven logre extraer parte de su pasado vomitándolo sobre un buen número de cuadernos.

Siggi entonces se aplica, recorre su pasado e irá espigando los momentos que recuerda de su vida: El puesto de policía más al norte de alemania en el que trabaja su padre, Jepsen (donde el Mar del Norte, en un territorio fronterizo entre Alemania y Dinamarca se convierte en un personaje más), Max, el pintor al que se le prohíbe pintar (y al que se le confiscan sus últimos cuadros, impeliéndole a pintar cuadros imaginarios) porque los colores son subversivos, tanto como la claridad nocturna tal que si alguien olvidará sellar las ventanas, la infracción de la ordenanza de oscurecimiento de ventanas supondría un delito, su hermano Klaas el cual se automutila durante la guerra y es detenido, luego deviene fugitivo y más tarde hijo (no) pródigo y entregado a la justicia por su severo padre, más tarde liberado, luego actor, fotógrafo, Asmus Asmussen, Jutta, su hermana Hilke…

Todas las historias que sin proponérmelo, he retenido en mi memoria, empiezan y acaban mal. Todas, nos dice Siggi.

En la narración brilla la relación de Siggi con sus padres, que sin llegar a lo que enuncia Thomas Bernhard en su relato Reencuentro manifiesta una carencia de sentimientos y de sensibilidad brutal, una severidad implacable, un sentido del deber y de la rectitud demoledor y aniquilante, que conlleva para Siggi una obediencia temerosa hacia sus padres, donde siempre median los inevitables castigos corporales por parte de sus progenitores ante los que el joven siente tanta inquietud como miedo. Un sentimiento de odio similar al que experimenta Hilke a quien le cantan las cuarenta al posar de manera procaz y muy poco decorosa según sus padres, para el pintor Max.

La figura del pintor, su rebeldía ante el absurdo y la sinrazón reinante del gobierno nazi que los somete, me ha parecido lo más notable del relato, al tiempo que pone de evidencia el poder intempestivo del arte, en este caso de la pintura.

El pintor demostró de una vez por todas que el gran arte también contiene una venganza frente al mundo, pues condena a la inmortalidad aquello que esté quiere despreciar.

Otro de los puntos destacables de la novela es la manera en la que sociedad criminaliza la diferencia, algo que el régimen homogeneizador nazi llevó hasta sus últimas consecuencias eliminando no solo cualquier atisbo de disidencia hacia su poder (muy recomendable para entender mejor esto es la biografía que Peter Longerich escribió sobre Heinrich Himmler), sino a cualquiera que se apartara de su ideal de pureza racial.

La sociedad siempre se ha sentido desafiada, amenazada o subvertida por aquel que es diferente, y por ese motivo dedica a estos sujetos todo su interés y su desconfianza, y hasta los persigue con odio, dice Wolfgang Mackenroth, el psicólogo que analizará el caso de Siggi y con el que piensa elaborar una tesis.

A medida que Siggi va reconstruyendo su pasado como actor principal, Mackenroth, en su rol de psicólogo, irá sacando conclusiones sobre la conducta de ese joven inadaptado que parece ser Siggi, tratando de explicar la personalidad de éste, recurriendo para ello a hechos objetivos. Hay una frase que me parece clave entre la relación que se establece siempre entre lo objetivo y lo subjetivo.

Sucedió como lo cuentas, pero en realidad no fue así. Le dice Siggi a Mackenroth cuando Siggi lee lo que este último ha escrito en su informe tras leer Mackenroth los cuadernos de Siggi.

Frase que demuestra los límites y el alcance de la psicología, de la misma manera que toda literatura es metáfora de la pérdida o cambio de significado que hay entre lo que el escritor tiene en mente cuando escribe un libro y lo que el lector aprehende con la lectura del mismo.

Un libro basado en la memoria, en la reconstrucción de los hechos, es terreno fecundo para las elipsis, y sucede que esos momentos para mí más interesantes, como sería saber lo que le sucede tanto a Jepsen como a Max cuando son detenidos, cada uno por distintas causas, y luego devueltos a la vida normal, son momentos que Lenz nos sustrae, para contarnos otros momentos a ratos más tediosos, demorándose en cosas que hacen en mi opinión la novela, descompensada, vaya de más a menos, con personajes como Hilke o Klaas que deberían de tener más cuerpo, pues ese campo de fuerzas, esa polaridad entre el sentido del deber (meollo del libro) a ultranza de Jepsen (deber convertido en una adicción, que lejos de sumar, resta y merma todo lo que éste tiene a su alcance) y la mínima observancia del mismo por parte de Max, a veces pierde fuelle y se desaprovecha la oportunidad de apuntalar algunos aspectos que están presentes en la novela sin llegar a entrar a saco en ellos, lo que hubiera hecho de la narración algo todavía más notable.

Impedimenta. 2016. 496 páginas. Traducción de Ernesto Calabuig.

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Solenoide (Mircea Cărtărescu)

…este libro que se escribe solo, que no guarda parecido con nada excepto con la vida misma, que se vive solo….

Mircea Cărtărescu (Solenoide)

Toda la literatura consiste en un esfuerzo por hacer la vida real.

Fernando Pessoa (Libro del desasosiego)

Escribir no significa convertir la realidad en palabras sino hacer que la palabra sea real.

Augusto Roa Bastos (Yo el Supremo)

El personaje que narra, alter ego del autor, sobrevive afincado en su soledad infinita, en su tristeza abisal. Labura como docente en una escuela de Bucarest –la ciudad más triste que se haya erigido jamás sobre la faz de la tierra, proyectada y creada como una ruina, según el narrador- la número 86, denominación tan impersonal como presuntamente gris es el personaje, lector compulsivo: Strindgberg, Hamsun, Camus, Thomas Mann, Lagerkvist, Rousseau, Anatole France, Kafka, Voynich…, profesor de rumano que escribe en la sombra, en su viscoso anonimato, que estuvo a un tris de ser algo en los cenáculos literarios cuando les dio a probar sus poemas, La caída, que resultó ser una profecía autocumplida y alumbró un mundo dual, el renacimiento a los 21 años y desdoblamiento del narrador en dos seres, uno el escritor de éxito que hoy en día es Cărtărescu y el otro el escritor en la sombra, anónimo, con un único lector, él mismo, que escribirá sus diarios, vomitando ahí sus delirios, sus pensamientos, sus experiencias oníricas, durante 13 años, que luego cribará al transcribirlo en su manuscrito, con un escritura que no se quiere ficción, ni poesía, ni novela, sí ensayo del yo, sí zapador de sí mismo, sí exploración del algoritmo del ser, sí conciencia del tiempo, sí flâneur de su ciudadela interior, sí escritura como una puerta a dibujar, como punto de fuga, como una huida, como el cric que nos hace trascender, como sustracción: la tercera dimensión que le permita a él y a nosotros escapar de las dos dimensiones del cerco del papel, de la pegajosa y gravitacional realidad, en su lucha sin cuartel contra el tedio baudelaireano, la de una existencia que sería más consumición que consumación, convertido el narrador en aquel fotógrafo que en su cuba de revelado hace aparecer de forma ora realista ora fantasmagórica imágenes mentales de su deplorable pasado que se principia con su mísera niñez -evocando a su hermano gemelo Victor, cuya temprana muerte lo convertirá en un medio hombre (Victor ya aparecía en el libro estupendo de relatos El ojo castaño de nuestro amor), a su padre, tan presente como inexistente, con el cual solo hablará de fútbol y que alguna vez ejercerá su rol paterno haciendo restallar su cinturón sobre la piel no amada de su hijo, a su madre a la que desconoce y deberá parir de nuevo para volver a ser un solo ser y no alguien confabulada con los médicos y enfermeras torturadoras, siempre con agujas en ristre- de su atormentada y enfermiza adolescencia escalando su particular montaña mágica en Voila, de su tediosa época adulta por donde desfilan sus compañeros de claustro, sean Irina, Caty, Goia, Radulescu, Eftene… y con ellos el sexo levítico, el movimiento piquetista, la aventura febril de la visita a la Fábrica, los ajustes de cuentas de un rosario de odio con su sello de oro e ira que marcará en las coronillas infantiles caligrafías de puntos que no suman nada, la sensual Florabela en el límite de la belleza soportable.

Al nacer viene el miedo a lo desconocido, luego arremete el terror a lo conocido: el padre que pega, el colegio convertido en centro de tortura, la soledad como una segunda piel, los sueños de los que se regresa no con una sonrisa sino con una mueca y el rostro demudado, la enfermedad, las jeringuillas, el olor a moho de la penicilina. Un clamor universal sintetizado en una sola palabra: ¡socorro¡. La escritura es aquí topografía de un miedo que es sustrato y sustancia de la realidad, un narrar que es ir más allá de lo evidente, de la cárcel del cuerpo, de la existencia como anomalía de la nada, hacia el no lugar, hacia la utopía de la cuarta dimensión, hacia un mundo de mundos, universos de universos, donde la imaginación demuestra aquí su infinidad.

Este puñado de palabras aquí vertidas son poco más que la sombra desvaída que proyecta este edificio colosal que ha levantado Cartarescu en ochocientas páginas de poética del yo metamorfoseada, de experiencia desnuda y verdadera, de prosa tricotadora, arborescente, pletórica, alucinada y alucinante, la que nos brinda este majestuoso Solenoide, hacedor de un campo magnético subyugante y levitante por cuyo interior circula -una literatura muy poco- corriente.

Mucho tiene que ver en todo esto la hercúlea traducción de Marian Ochoa de Eribe, que creo que le tiene muy bien cogida la medida a Cărtărescu.

Editorial Impedimenta. 2017. 800 páginas. Traduccion de Marian Ochoa de Eribe. Posfacio de Marius Chivu.

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El libro y la hermandad (Iris Murdoch)

La primera sensación que tuve cuando comencé esta novela de Iris fue de apabullamiento. En un mismo lugar (Oxford) se reúnen más de una docena y media de viejos amigos, donde todos parlotean y el apabullamiento deviene aturdimiento. Luego Iris de manera muy sutil irá tirando de cada hilo, desflecando la madeja, concediendo su espacio a los distintos personajes, refiriéndonos sus historias y las relaciones que durante estas últimas décadas se han ido creando, fortaleciendo o menguando entre ellos. Me gusta poco la narración cuando Iris fija su atención en lo externo, en detalles triviales: todo lo que tiene que ver con el vestuario, la decoración o los atributos físicos personales y me interesa mucho más -y ahí radica en mi opinión el gran valor de la novela- cuando el relato pasa de lo estético a lo ético y abundando en la introspección Iris pasa a todos ellos por el cedazo de la experiencia y la batidora de la moral, los sube al escenario que viene a ser una suerte de ring, donde todos ellos reciben su merecido, y las victorias, en la pugna contra el destino, si las hubiera, son pírricas, o a los puntos. Una experiencia concebida como un sumatorio de actos humanos de distinta índole que van, entre otras muchas, desde la aventura fuera del matrimonio al aborto repentino, pasando por tentativas de suicidio, duelos a pistola, muertes accidentales, el dolor del duelo ante la pérdida de una mascota o la muerte de un ser querido, las confesiones de un amor arrebolado y no correspondido, el gran vacío o fin de ciclo que experimenta el escritor ante el libro ya acabado -un libro convertido en un fascinante macguffin, pues de la hermandad del título aún sabremos algo, pero del libro de marras muy poca cosa- el perdón cauterizador, la felicidad como un objeto de consumo más, la religión emancipadora, los lazos filiales convertidos en cadenas, la transición del idealismo al conservadurismo, el pasar de querer salvar el mundo a querer preservar su pequeño mundo, a cualquier precio.

Los humanos son aquí seres dolientes, indolentes, inseguros, insatisfechos, aburguesados, que al echar la vista atrás y contrastar sus sueños y esperanzas de su juventud con su realidad adult(erad)a y presente comprueban que la argamasa de su día a día, las relaciones, ya sean de amistad o de pareja tienen los huesos de cristal, que la distancia entre la teoría y la práctica, entre el pensamiento y la acción se nutre de impotencia, de resentimiento, que los héroes están en las calles y los cobardes como ellos en sus casas entregados a una verborrea estéril y a un hedonismo a medida.

Podemos pensar en este manojo de vidas folletinescas con el que Iris describe al detalle y con gran agudeza la condición humana como meteoritos del espacio exterior fuera de nuestra órbita. O puede ser que mirar hacia el cielo sea sentir un escalofrío y un ramalazo de melancolía recorriendo nuestro cuerpo, cuando al pensarnos, lo leído nos incumba, desmantele y quién sabe si incluso colisione.

Impedimenta. 654 páginas. Año 2016. Traducción de Jon Bilbao. Postfacio de Rodrigo Fresán.