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Diario Goncourt

La literatura y la enfermedad

Los hermanos Goncourt eran un todo indisoluble, así firmaban su libros, sus artículos, y también este Diario (que pone a nuestro alcance una parte de los nueve tomos que integraban estos Diarios). No eran ni gemelos, ni mellizos, se llevaban ocho años de diferencia, pero durante los últimos veinte años en la vida de Jules, en la literatura lo hicieron todo juntos. Hoy, el apellido Goncourt, al que no haya leído nada de ellos, les sonará por el Premio Goncourt que creara en su día Edmond (1822-1896) en memoria de Jules (1830-1870).

Lo que me ha interesado más del Diario es su tramo final, (aunque por el camino haya pensamientos interesantes como los siguientes: No hablar nunca de uno mismo a los demás y siempre hablarles a ellos de sí mismos esto del arte de agradar. Todos lo saben y todo el mundo lo olvida

La verdad, al hombre, por naturaleza, no le gusta; y es justo que no le plazca. La mentira y el mito son muchos más son mucho más amables. Siempre será más agradable figurarse el genio bajo la forma de una lengua de fuego que bajo la imagen de una neurosis.

!Qué ironía! La gente de inteligencia, de genio, se matan toda la vida para esa grosera bestia de público, despreciando por completo, en el fondo de su corazón, a cada imbécil que lo compone.

Un síntoma de la época. Las librerías ya no tienen sillas. France fue el último librero con asientos y su tienda, la última en que podía perderse un poco de tiempo entre un asunto y otro. Ahora los libros se compran de pie. Una petición y un precio; nada más. Ahí es a donde la devoradora actividad del comercio actual ha llevado la venta del libro, antaño rodeada de ociosidadz, holgazanería y voluptuoso hojeo parlanchín y familiar) allá por 1870, cuando muere Jules.
Edmond que ha estado velándolo, cuidándolo sólo hasta el final, no se sustrae a la escritura, a seguir volcando sobre el papel su amargo y desesperanzado día a día, sin eludir tan duro trance, y su lectura es de las que te ponen un nudo en la garganta.

No he querido ni cuidadora ni monja. Los ojos del agonizante, si a él le fuera concedido un instante de reconocimiento de su gente, no deben encontrar una cara extraña.

Incluso Jules confiesa que visto el percal, los ojos llorosos, el infinito dolor filial, lo irremediable y trágico de la situación: un porvenir agonizante, se le pasó por la mente matar a su hermano y suicidarse después. No lo hizo, aunque ganas no le faltaran.

!Crear un ser como este, tan inteligente, tan personal, tan original, y destruirlo a los treinta y nueve años! ¿Por qué?

Sí, lo repito, de haberlo hecho morir Dios como hace morir a todo el mundo, quizá yo hubiera tenido el valor de soportarlo; pero hacerlo morir, despojándolo, poco a poco, de todo cuanto en él era mi orgullo, produce un sufrimiento superior a mis fuerzas.

Jules y Edmond de Goncourt. Diario. Memorias de la vida literaria (1851-1870). Editorial Renacimiento. Edición y traducción de José Havel.