Archivo de la categoría: Ensayo

IMG_20230315_070754

Un pequeño mundo, un mundo perfecto (Marco Martella)

Descubro la escritura de Marco Martella en su espléndido ensayo Un pequeño mundo, un mundo perfecto, editado en Elba, con traducción de Ernesto Hernández Busto. El pequeño mundo, el mundo perfecto es el jardín, porque de jardines va el ensayo.

Un recorrido que Martella hace por distintos jardines italianos como Bomarzo, Ninfa, la Cassa Rossa de Montagnola de Herman Hesse; franceses como Versalles, Vallée aux loups, el jardín de Chateubriand o el que cultiva Miguel Cordeiro, en Saint Cyr la Rosiére, en la región de Normandía; ingleses como el bosque de las hadas de Cottingley (donde vemos el ánimo espiritista de Conan Doyle, evidenciado cuando leí El caso de las fotografías de espíritus) o la Quebrada de Jerez, en medio del desierto de Atacama.

Como dice Martella en el epílogo, el cultivo de los jardines es hoy un negocio floreciente. Las ciudades se pueblan de zonas verdes, jardines verticales o en azoteas, pero cabe preguntarse qué interés nos mueve, si es la búsqueda de un sentido o sencillamente otra forma de negocio más. Para llegar a esta reflexión seguiremos previamente y con deleite el recorrido que Martella nos ofrece por los jardines antes citados, espacios acotados, ajustados a la mano humana, como Versailles y otros más desenfadados como Saint Cyr la Rosiére, donde Cordeiro atesora toda clase de semillas no para mañana, sino para pasado mañana. Porque lo que late en el ensayo es dónde estamos y hacia dónde vamos, con qué nos conectan hoy los jardines, qué lugar ocupa hoy la phisis en nuestras vidas, qué descubrimos en nuestro contacto con la tierra, con la naturaleza. Qué encontramos si nuestra mirada se pierde en el firmamento. Qué podemos esperar de algo tan inútil, en una sociedad hipermercantilizada (y por tanto tan necesario) como la jardinería.

Ya en harina, recomiendo leer el canto de amor hacia la jardinería que es Recuerdos de un jardinero inglés de Reginald Arkell y El jardinero, el escultor y el fugitivo de César Aira.

IMG_20221027_183720

Palacios, hangares y cuevas (Roberto Valencia)

En Palacios, hangares y cuevas (La Navaja Suiza Editores, 2022) de Roberto Valencia, pasearemos por doce museos europeos. No son los más conocidos, aunque sí comparecen el Palacio del Louvre, El Museo del Prado, o El Museo Egipcio de Turin y la pregunta que como lector de este interesantísimo ensayo me hago es ¿cuál es el hilo conductor?

El arte es hoy un universo en sí mismo. Procede preguntarse cómo nos relacionamos nosotros, los espectadores o visitantes, con el arte que contemplamos en los museos, pues somos los encargados de conferir un sentido, un significado a cuanto vemos. Tarea nada fácil y a menudo imposible. ¿Cómo llevar al pensamiento y a la reflexión esa emoción estética que, en el mejor de los casos, nos sacude en nuestra visita?

Un arte, el contenido en este ensayo, que abarca un gran periodo de la historia de la humanidad, pues nos vamos hasta las pinturas rupestres del Neolítico, pasando por los fósiles de los dinosaurios (la visita al Museo Nacional de la Historia Natural de Francia es la «apoteosis del hueso», las osamentas de 4252 especímenes) o el busto de Nefertiti.

Siempre ha buscado el ser humano en el arte la manera de explicarse su mundo, y los museos son hoy esos grandes depósitos de la memoria. Ya sea en la Casa Museo de Anne Frank (aunque lo que uno visita no es la «casa de atrás» tal y como albergó a Anne Frank, sino una casa vacía que ha sido intervenida con unos pocos paneles explicativos) para que no olvidemos la barbarie ejecutada por los nazis y los millones de vidas, como la de la joven Anne segadas, por ser judía, o la Cueva de Pair-Non-Pair donde las pinturas rupestres, esas primeras manifestaciones artísticas van ligadas al descubrimiento de la conciencia, el pensamiento, el sentido de la vida, y así el testimonio, el presente (y quizás también un mensaje para el futuro) en la piedra.

Roberto no lleva a cabo un análisis exhaustivo de cada museo, tarea por otra parte imposible e innecesaria (habida cuenta de que este libro es un ensayo, una tentativa, y no un folleto turístico), ya que el texto se abre a menudo a la digresión (contando para ella con otras disciplinas del conocimiento), y así por ejemplo en las páginas dedicadas al Museo Oteiza, tan necesario es hablar del museo como del artista. El museo, como espacio físico, alberga al visitante y nos hace partícipes de algo invisible en el día a día: el milagroso transcurso de los segundos, la terrible inmensidad del espacio, el carácter insólito de la vida.

Leyendo sobre el Museo de la Acrópolis parece que el arte quedara reducido a una función de trampantojo, de copia, la que el visitante tiene a su alcance, ya que el original está puesto a buen recaudo bajo la superficie. Arte que en el afán de preservación, resulta invisible, desarraigado, descontextualizado.

En la Berlinische Gallerie el autor repasa la colección permanente Arte en Berlín. 1880-1980. En el siglo XX los autores alemanes son víctimas de Auschwitz, el exilio, la infamia pública, la prohibición de trabajar o la destrucción de sus obras.

El arte contemporáneo nos es servido en el Museo Serralves de la mano del artista Louise Bourgeois. Quizás sea la falta de una mirada educada la que nos impide entender a menudo estas obras. O bien que no haya nada que entender, me pregunto.

Leo:

Los museos de arte contemporáneos exponen un arte que ha sido separado de la vida: pura estética sin un cometido previo, sin engarce a prioristico con las funcionalidades concretas de la existencia, y eso lo convierte en una mercancía económica -como el resto de las cosas- de primer orden.

El arte como mercancía económica. Pensemos en ello.

Dice el autor que el arte no solo habita en los palacios o en las cuevas primigenias sino que también se traslada a pabellones industriales o hangares, como el que cierra el libro El HangarBicoca de Milán.

los espectadores ya no respiren el viejo esplendor de las monarquías sino que escuchan a los fantasmas de la clase obrera tras las paredes, e intuyan también las huellas de los primeros procesos de acumulación de capital de la actividad industrial. Y es que nada tiene un cariz totalmente cultural.

La atención se fija en Kiefer, en su obra Los siete palacios celestiales.

Acompañamos al autor en las reflexiones que la obra de Kiefer le sugiere, a sabiendas de lo difícil que es encontrarle un sentido totalizante a las cosas, que bien puede la obra ofrecer esperanza y consuelo, o bien ser una voz apocalíptica, o un lugar concebido para la oración.

Como se ve, cada obra se abre a múltiples interpretaciones para el espectador y es ahí donde radica el interés del ensayo de Roberto, en la capacidad del autor para reflexionar acerca de lo que ve en su recorrido por los museos (que son también hangares y cuevas) y hacernos partícipes de su pensamientos y reflexiones, y lo hace con digresiones pero sin distracciones, porque no hay una sola imagen (excepto la pequeña ilustración que principia cada capítulo) que nos distraiga en nuestra lectura, tal que la recreación virtual de cada museo, sala, escultura, pintura, ha de correr por cuenta de nuestra imaginación.

Roberto Valencia en Devaneos

Al final uno también muere

espejo

El espejo del cerebro (Nazareth Castellanos)

El espejo del cerebro (La Huerta Grande, 2021) de Nazareth Castellanos, licenciada en Física teórica y doctora en Neurociencia, es un breve ensayo (100 páginas) que me ha resultado muy interesante, al hablarnos acerca de ese gran desconocido que sigue siendo el cerebro.

No resulta el ensayo para nada pesado, porque la gran virtud del mismo es la capacidad o disposición que la autora tiene para beber de Occidente y de Oriente, integrar ciencia y experiencia (que siempre he oído que es la madre de la ciencia), y si en algún capítulo nos explica cómo es la anatomía del cerebro y las distintas parte del mismo, pensemos en el tálamo, hipotálamo, amígdala, insula, la corteza frontal, etcétera, lo interesante es ver la relación que hay entre cuerpo y mente, cómo lo orgánico afecta a nuestra mente, la manera en la que manejamos las emociones (susceptibles de ser trabajadas), las cuales mayoritariamente tienen un carácter automático, aprendido y como el mindfulness nos ayudará a regular, acompañar y aprender a gestionar la emoción. Se habla acerca de la capacidad que tenemos para esculpir nuestro propio cerebro, de las relaciones que se establecen entre el cerebro y otras partes del cuerpo, como el intestino:

Hoy sabemos que los millones de microorganismos que habitan nuestro colon tienen una fuerte potestad sobre la dinámica neuronal. Pero también al revés, desde el cerebro se puede controlar el estómago e intestino.

O acerca de cómo la meditación conlleva una reorganización cerebral.

Otra virtud del ensayo, en mi opinión, es que Nazareth que es una mujer leída, enriquece su ensayo con las palabras de Stefan Zweig, William Blake, Constantino Cavafis, Shakespeare, con letras de canciones de Leonard Cohen, con cuentos ancestrales senegaleses, etc.

IMG_20220915_182301

Abandonar Coasta Boacii. Cioran. Una época en fragmentos (Oriol González Fàbregas)

Otros textos de Emil Cioran ya los he comentado aquí, por ejemplo, Extravíos y Soledad y destino.

Lo que ofrece ahora Oriol González Fàbregas en Abandonar Coasta Boacii. Cioran. Una época de fragmentos, publicado por ediciones del subsuelo, es una biografía en fragmentos, similar a la escritura habitual de Cioran, proclive al aforismo y al ensayo breve.
Y el recorrido que propone Oriol me resulta subyugante, con comentarios propios y la magnífica selección que hace de los textos de Cioran, que nos permite conocer mejor al autor, nacido en Rășinari (pueblo de Transilvania) en los confines del imperio Austro-húngaro, en 1911, que goza de una infancia que será luego el paraíso perdido (no había entonces ansiedad ni angustia), el jardín del que los humanos somos desahuciados, talud que nos aboca al precipicio, a la caída. Un nacimiento, previo, que Cioran considera ya algo irreparable. Es mejor no nacer, piensa. Y decide no tener descendencia. Otras ideas, no logra llevarlas Cioran a la práctica, sin que salgan pues de los dominios del pensamiento, como su afirmación de que había que suicidarse a los 35. Cioran vivió 84 años (testigo por tanto de las dos guerras mundiales, del comunismo y del fascismo, de Hitler y Stalin) y experimentó la decadencia, la degradación que tanto aborrecía.

Fue dejando de lado, camino de la madurez, sus escritos de juventud, fascistoides y antisemitas, para abrazar el desencanto, un lúcido pesimismo. Su naturaleza balcánica y volcánica se fue sofocando, sin llegar a aplacarse. Deseaba el despojamiento y la serenidad de los budistas sin llegar a lograrlo.
Dejó de escribir en rumano para hacerlo en francés. Eso lo salvó de la locura y del suicidio. Se esmeró hasta pulir un estilo en una lengua que no era la suya, pero que logró domeñar. A pesar de hubo quien, como Lacombe, lo llamó meteco.
La revuelta del 68 en París le pilló en su epicentro: su ático a 400 metros de la Sorbona. Vive la revolución como un espectador. Mentalmente, la idea anarquista de aniquilar toda autoridad, se le antoja una de las más hermosas que jamás se hayan concebido.
Sin apenas recursos (solo quienes no trabajan viven: Guy Debord) rebajó sus gastos al mínimo. No tenía libros ni dinero y en la iglesia ortodoxa rumana, en París, leía todo lo que tenían allí, muchos clásicos en su idioma natal.
Amaba desplazarse en bicicleta y andando, por Francia, junto a Simone. Nunca cogió un avión.
Odiaba la ruidosa civilización, el consumismo y la idea del progreso.
Fue dejando de lado escritores que le gustaron antaño, como Dostoievski, Nietzsche (por ingenuo) o Shakespeare. Y sólo le quedó al final Bach, como a su madre.

Vemos también la relación que mantuvo con Beckett, Eliade, Ionesco, Michaux, Valéry, Simone Boue, Celan, Camus… Unas relaciones más profundas que otras, algunas mantenidas epistolarmente, y otras como su encuentro con Camus, reducidas a una sola frase, que viendo el carácter soberbio de Cioran supuso el punto y final con Camus, aunque más tarde, cuando Camus muera, Cioran se replanteará su conducta.

En los fragmentos sí vemos un ejercicio de autocrítica por parte de Cioran, desdeñando algunas conductas pretéritas. Una necesidad también la de pasar desapercibido y abundar en el anonimato. Muy celoso siempre de su intimidad. Ajeno asimismo a los círculos literarios. Quizás por eso tenía buena sintonía con Beckett.

En sus postrimerías le pide a Simone: Supprime-moi! Pero le alcanzó la demencia y no pudo contar con el auxilio que la ley concede hoy con el suicidio asistido, como a Godard.

De qué me valió abandonar Coasta Boacci, se pregunta Cioran al final de su existencia. Este espléndido ensayo de Oriol nos permite enteder mejor a qué atiende la formulacion de esa pregunta o lamento implícito.