Cuando leí el otro día El túnel de Ernesto Sábato, me hizo gracia lo que en la novela se decía sobre las novelas rusas y los patronímicos. Recuerdo que cuando leí La madre, en la adolescencia y luego otras muchas novelas, los nombres rusos siempre me parecieron un cacao.
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El túnel (Ernesto Sábato)
El túnel, novela de Ernesto Sábato publicada en 1948 es la historia de una obsesión, la de Juan Pablo Castel, que un día al ver a una mujer contemplar uno de los cuadros que ha pintado y reparar ella en algo del cuadro en lo que los demás espectadores parecen descartar, ve ahí el nacimiento de un vínculo entre él y ella, lo que será la génesis de una obsesión, pues a partir de entonces Juan Pablo no deja de pensar en ella, fantasea con qué le diría si la volviera a encontrar y se afana en propiciar el reencuentro.
La novela pone las cartas sobre la mesa desde su comienzo. Juan Pablo declara haber asesinado a la mujer, María Iribarne, y se encuentra en la trena. Su relato podría aportar un porqué, si bien no parece que Juan Pablo se sienta muy atormentado por lo que hizo. Al contrario que por ejemplo Raskólnikov, en el que Dostoievski nos tenía 700 páginas pendientes de si el atormentado asesino confesaba o no su crimen, buscando su redención, aquí el asesinato ya es un hecho consumado y lo que Ernesto plantea en su novela son los efectos letales que tienen ciertos comportamientos amorosos, lo que nos daría pie para reflexionar sobre qué entendemos por amor.
Juan Pablo es un pintor reconocido, elogiado por la crítica, pero no parece que haya nada que lo fije a la tierra, ningún hilo afectivo, así que su paso hasta el momento (hasta sus treinta y pico años) por este valle de lágrimas ha sido un transitar por un túnel y ahí uno solo encuentra soledad, oscuridad y silencio. Pero dentro de ese túnel Juan Pablo no deja de fantasear y cuando conoce a María, su horizonte mental se puebla de sombras, miedos, temores, inseguridades, y la relación que entabla con ella se vuelve enfermiza. No solo quiere Juan Pablo estar con ella todo el tiempo, consumar el ayuntamiento carnal, ser su presente y quizás también su futuro, sino también incluso alterar su pasado, y sus cara-a-cara se convierten por parte de él en interrogatorios, en juicios sumarios en los que analizar con lupa todo lo que ella diga, siempre buscando alguna contradicción, en pos él, de una lógica que trata de explicarlo todo con la razón, cuando Juan Pablo no entiende que una persona como María (ni como el resto) no es un electrodoméstico que viene con un manual de instrucciones y realiza sólo un par de funciones, que María tiene su vida, su pasado, su marido, sus amigos, sus relaciones, sus secretos, su bien preciada intimidad.
Juan Pablo no mantiene la distancia ni posee la lucidez necesaria para ver lo asimétrica que es su relación, si se puede considerar sus devaneos de tal; él siempre buscándola, recriminándole todo tipo de cosas, insultándola, buscando a la desesperada una y otra vez el encuentro, y ella rechazándolo, o aceptándolo a medias y a la fuerza y poniendo tierra de por medio, buscando ella una distancia que solo sirve para echar más leña al fuego de este holocausto amoroso; una distancia insalvable, que él, inerme, solo ve capaz de abolir con la muerte de ella.
En apenas cien páginas Sábato traza con maestría el delirio y malestar de un hombre enfermo de soledad, vacío, amor y desamor con una intensidad y profundidad sostenida de principio a fin.
El descacharrante episodio postal bien hubiera podido formar parte de la película Relatos salvajes.