Archivo de la categoría: Fernando Parra Nogueras

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Las cinco vidas del traductor Miranda (Fernando Parra Nogueras)

La religión católica colmó a menudo el vaso de la barbarie. No olvidemos el asesinato, quemado en la hoguera, el 27 de octubre de 1553, de Miguel Servet, médico y teólogo aragonés a quien Calvino se la tenía jurada. Otros, como Nebrija, se libraron de las fauces de la Inquisición y de ser chamuscados en las hogueras purificadoras de herejes, brujas y blasfemos, al contar con muy buenos padrinos.

En 1989 se publicó Los versos satánicos y su autor Salman Rusdhie es condenado a muerte por Jomeini, el ayatolá, el mismo al que Siniestro Total le dedicase unos años antes de la fetua de Jomeini, el tema Ayatollah, no me toques la pirola.

A Rusdhie, Los versos satánicos lo convierten en un escritor famoso, su libro en un superventas, sin necesidad de que su libro sea leído por nadie. Es suficiente para el lector con hacerse con un ejemplar del polémico libro que dicen atentar contra el islam. ¿Conocen a alguien que lo haya leído completo?

Rusdhie encuentra refugio en Londres bajo la identidad de Joseph Anton (como tributo a Conrad y Chéjov). Cambia de residencia a menudo por su seguridad. Él y toda su familia están en el punto de mira. No puede disfrutar del éxito, para darse un baño de multitudes en las presentaciones de sus obras, ni llevar a cabo una vida anónima, ni siquiera cumplir con la rutina de la putrefacción, como los muertos. Rusdhie pasa a ser un fugitivo de sí mismo.

La publicación del libro tiene consecuencias para Rusdhie y para los traductores de sus obras. El traductor al japonés de la obra, Itoshi Igarasi murió asesinado. Ettore Capriolo, que lo hizo al italiano, fue apuñalado. En España, la traducción fue obra de J.L. Miranda, pseudónimo bajo el que se ocultó la verdadera identidad.

La novela fue publicada en España gracias a Mario Lacruz (la novela de Fernando ve la luz en la editorial Funambulista, cuyo responsable es el hijo de Mario, Max Lacruz), personaje también del libro, que repasa mentalmente esa especie de alineación mítica de un equipo de fútbol; la de las dieciocho editoriales que permitieron (coeditaron) que el libro viera la luz.: Aguilar, Anagrama, Alianza, Alfaguara, Cátedra, Círculo de Lectores, Columna, Destino, Empúries, Lumen, Muchnik, Pórtic, Planeta, Siglo XXI de España, Seix Barral, Temas de Hoy, Tusquets y Versal.

La novela de Fernando Parra Nogueras (El antropoide, Candaya 2021), fabula la vida de este sujeto. Asimismo se pone en la piel del incomprendido Rusdhie, para hacernos partícipes de su pe(n)sar, de su travesía por el desierto. Y también oímos la voz de un árabe que tratar de librar su particular batalla contra el infiel.

Al traductor Miranda, la traducción del libro, el verse en el punto de mira, parece avivarle sus instintos más autodestructivos y kamikazes. Menos mal que en su camino se cruzará la angelical Chiasa.

Ofrece Fernando agudas reflexiones sobre el arte de la traducción:

Y, sin embargo, de todos los oficios literarios, compañero, tal vez ninguno reporte tantas satisfacciones y frustraciones a partes iguales como este. Volcar un texto original a un nuevo idioma trasladarlo, que diría Alfonsito el Sabio- es tanto como perpetuar la vida de un libro y multiplicarlo; es alumbrar y tender puentes allá donde las palabras se vuelven abisales para el lector que desea caminarlas; es hacer dichosos a muchos para quienes la felicidad se hallaba en el límite de aquellos renglones incomprensibles y aún no lo sabían hasta que llegamos nosotros con nuestro arte chamánico para mediar con la oscuridad; es convertirse en adalid universal de la cultura y contribuir a su difusión, aunque haga falta para ello vestir los textos con los atavíos de una lengua impostada.

Hay en la narración un hueco para el suspense. Me preguntaba quién era Alicia Esteve. O he de decir Tania Head. Intromisión compresible en una novela, por necesidad proteica, que tan bien reflexiona sobre la cuestión de la identidad.

Quiere el autor que los hilos narrativos confluyan el 11S. Otra fecha ya para los anales, para el agujero negro de la historia.

No era esto, no era esto, no era esto. Es algo que a menudo nos repetimos, ante una situación catastrófica, pero, a veces, fantaseada. ¿Pero cómo modular la ira, la barbarie, la sinrazón, las consecuencias de las palabras, el alcance de nuestros actos?

El 14 de agosto de 2022, 33 años después de su condena a muerte, en la presentación de un libro en Nueva York, Hadi Matar (que en la novela apenas tiene tres años) lo atacó con un cuchillo y Rusdhie, aún hoy un «autor maldito» se defendió valientemente y salvó su vida. Sigue pues Rusdhie luchando por su vida, como lo viene haciendo desde hace tres décadas.

Una novela como la de Fernando, además de hacernos disfrutar durante casi 350 páginas de una prosa aquilatada, bien trabajada, con un vasto lenguaje, deviene también necesaria para encarecer la labor de la literatura -como un espacio necesario y fundamental para la libertad de pensamiento- y también la de los editores que arriesgan con la publicación de ciertos libros, y asimismo la de los traductores, que como vemos, a veces pierden la vida en el desempeño de su oficio.

Novela que es un homenaje a la cultura (y un contrapeso a la desmemoria; como el capítulo dedicado a la Masacre de Sivas), a la necesidad de pensar y de pensarnos (e ir a la raíz) en pos de nuestra identidad, aquello que nos hace ser lo que somos, aquello que da sentido a nuestras existencias.

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El antropoide (Fernando Parra Nogueras)

El antropoide
Fernando Parra Nogueras
Candaya
Año de publicación: 2021
285 páginas

La naturaleza humana busca ser urbanizada, civilizada, culturizada, a fin de acallar la voz interior que ruge y clama y languidece ante el imperio de la razón y la compostura. La voz, o baladro, del antropoide, necesaria sofocar. Antropoide: término que Fernando Parra Nogueras (Tarragona, 1978) registra en el comienzo de su novela, acogedor vestíbulo, recurriendo a Francisco Umbral. Las palabras umbralianas nos ponen en el camino, apuntan una dirección y lo más importante: un sentido (doble).

¿Hablamos de un doppelgänger, o más bien de un ser horliano? ¿no hay por estos lares asomos suicidas, como en el ente maupassantiano, o más bien es el talante del protagonista el comportamiento propio de Jekyll y Hyde: dos naturalezas que conviven, no exento el conflicto, en un mismo cuerpo?

El protagonista de la novela, Eduardo, trata de templar su antropoide, redimirlo a través de la literatura y la cultura que atesora. Pero la pulsión sexual es como lava volcánica que busca aflorar una y otra vez, con virulencia, arrasando (y fertilizando) todo a su paso, sin miramientos. Eduardo, no obstante, se resiste, trata de mantener su antropoide a raya, pero la inercia y empuje de su monstruo es superior a sus fuerzas, a todo parapeto moral que quiera opugnar al mismo.

Eduardo reparte su tiempo entre el hogar -en el que vive situaciones hilarantes a costa de sus vecinos. A pesar de vivir en una urbanización, las paredes son de papel y acaba hasta las narices de la pelotita del padel, de los escarceos sexuales amatorios, pared mediante, que sufre y al mismo tiempo le facultan para cabalgar a lomos de su deseo vertical que maneja con mano diestra hasta el clímax liberador, viscoso, pringoso. Pero el antropoide pide la palabra: heces, redes rotas…- y los dominios laborales, en los que Eduardo se ve ninguneado. Enchufado por su tío en un diario vive una vida muelle, algo que siempre resulta agradable y los cargos de conciencia son leves apuntes en el debe, insignificantes, en el Libro de Cuentas de la Vida. Rencillas en el laburo no faltan, algo que va más allá de ponerse las zancadillas o pisar al de al lado (o al de abajo) para medrar, tampoco las reflexiones acerca de los bestseller y la ninguneada literatura de calidad.
Eduardo se ve maquillando clasificados, elevando el burdo tono de estos anuncios, hasta darles cierto empaque, lo cual atenta precisamente contra la roma naturaleza de aquellos mensajes que pretenden entrar por los ojos o por cualquier orificio de los potenciales clientes con la urgencia de un puñal.

Los gradientes del amor van desde los arreboles románticos en los que cae Eduardo de la mano (inasible pero asible, merced a un destino dadivoso) de Cloe, pasando por los arrebatos convertidos en desahogos con otros hombres, en espacios (aparcamientos, subterráneos, baños, saunas, las ramificaciones del cruising) donde apaciguar el apremio del deseo, y hollando postreramente las promiscuas tierras pomeranas, fruto dulce del amor libre, abierto, intercambiable, tan líquido como lo es el del placer licuante, insatisfactorio, se ve, cuando el culmen son lágrimas.

Fernando se esmera en darle brillo a su prosa y logra un acertado equilibrio entre lo vulgar y lo refinado: los clasificados, pasados por el cedazo de la literatura son una metáfora perfecta de lo que es la novela. Dejó dicho el Maestro: ¿En qué momento uno se convierte en escritor? Posiblemente en el momento en que traspasa la frontera que separa una frase vulgar de una literaria.

Fernando quiere hacer literatura, va en pos de ella, una sombra siempre correosa, pero su esfuerzo y empeño con la urdimbre de las palabras es ese, huir de las frases vulgares en su escritura, no en su contenido, pues literaturiza lo vulgar, la sordidez, el patetismo de una naturaleza que creyendo encumbrarse va a ras de suelo, deshollándose, purulenta, y para este noble quehacer hay multitud de referencias literarias, palabras que como “ajorca” me remiten al Cantar de Cantares, apuntes mitológicos: las Erinias, Sísifo, Perséfone, un lenguaje dúctil y proteico ceñido a las circunstancias de los personajes, con muchos apuntes irónicos y paródicos hacia nuestra realidad que cifran bien la aguda capacidad de observación del autor. La deriva de la novela ofrece también una puerta abierta a la metaliteratura.

Una novela, en definitiva, que como las clásicas tragedias griegas brinda una posibilidad de redención al lector, su particular purga, el espejo en el que mirarse y reconocer sus bajezas y también sus noblezas, aquel brillo tremolante en el filo de las pupilas en el que anida el antropoide, quien fuera un invasor, sino hubiera ya colonizado (o alcanzado un pacto simbiótico) nuestra naturaleza, ya cruzado el limes.