A diferencia de otros discursos, por ejemplo los científicos, la lectura de los relatos de ficción ofrece una mirada sensible del mundo, una especie de construcción afectiva de la realidad. La verdad de la ficción es prosaica. No se trata de una verdad ejemplar, imitable por su grandeza, sino una verdad con minúsculas que demuestra las contradicciones de una vida, sus pequeños detalles que pasan a menudo inadvertidos […] La ficción no se ocupa del Bien sino de la bondad, es el lenguaje de las representaciones, de los afectos, de las respuestas. En contra de lo que podríamos pensar, con la ficción no nos deleitamos por intentar escapar de la realidad, sino porque nos atrae otro tipo de realidad: la verdad emocional subjetiva, la verdad sobre nosotros mismos (*).
(*) Egginton, W., El hombre que inventó la ficción
La sabiduría de lo incierto (Joan-Carles Mèlich)