Cuando leí los Relatos autobiográficos de Thomas Bernhard poco después acabaría leyendo Los demonios de Fiódor Dostoievski, a resultas de las palabras de elogio y alabanza que Thomas dedicaba a esta obra del escritor ruso.
Recientemente leí las memorias de Anastasía Tsvietáieva y había una anécdota muy divertida en la que contaba cómo fue la primera vez en la que leyó una novela de Dostoievski, en concreto ésta, El idiota, novela que le pareció el súmmum.
Después de haber leído ambas novelas (a las que hay que añadir Crimen y castigo, Apuntes de invierno sobre impresiones de verano, La dulce, El cocodrilo y El jugador) puedo decir que a Fiódor no acabo de cogerle el punto. Un punto que sería en todo caso punto y seguido pues no cejo de seguir abundando en su obra.
El idiota, me ha resultado muy irregular y a ratos tediosa.
El arranque, sin embargo, es muy bueno. ¿cómo reaccionaría la sociedad ante alguien presentado como un idiota?. Una idiotez que no consiste en no saber hacer la o con un canuto o ser corto de entendimiento, sino con aquello que está relacionado con la inocencia, la ingenuidad, la pureza, la falta de aristas, la ausencia de puntos ciegos, aquello que manifiesta el idiota, a la sazón el príncipe Myshkin, en sus relaciones con los demás. Idiocia que consistiría en tener un corazón puro, sin mácula, capaz de perdonarlo todo, de empatizar con todos. Una filosofía la del príncipe que él lo resume así: La compasión es la ley más importante, acaso la única, de la existencia de todo el género humano. Y pase lo que pese, podemos añadir.
El principe Myshkin, aquejado de epilepsia y de una enfermedad sin nombre y en parte recuperado de su idiotez, regresa desde Suiza (donde se encontraba al amparo de un benefactor) a San Peterburgo con un as en la manga. No tardará mucho en ser bien acogido. Su precaria situación se verá recompensada prontamente con la confirmación de un soplo de buena fortuna.
Aprovecha Dostoievski para insertar en el relato (por boca del príncipe Myshkin, y relatando una historia que éste ha oído) datos autobiográficos, como su fusilamiento, no he llevado finalmente a cabo, y permutado por trabajos forzosos en Siberia.
Al igual que en Los demonios está muy presente en la novela la sociedad actual de aquella época. El ambiente en el que se mueve el príncipe es la clase alta, de gente adinerada, generales retirados con hijas casaderas, entreverado con jóvenes tuberculosos que restriegan a los demás su infortunio, usureros, nihilistas, arribistas, funcionarios bien colocados, etc, que se reúnen para charlar, para fardar, para exhibir su medianía, abrevar en naderías y consumirse (o regocijarse/refocilarse) en el tedio.
Buena parte de la novela es puro folletín. La novela se publicó por entregas y creo que a Dostoievski muchas veces se le fue la mano, dilatando tramas y momentos con el único fin, a mi entender de ofrecer cuantas más páginas mejor, porque a más palabras, mayor retribución.
El príncipe pendulea en sus afectos amorosos entre la joven y caprichosa hija de un general retirado y Nastasia, una beldad, tan hermosa como desdichada. El relato (digresiones a parte) es un continuo ir y venir entre ambas. La beldad (un trasunto de Madame Bovary, a quien ésta conoce pues poco antes de morir está leyendo la novela de Flaubert) conduce a nuestro príncipe por el camino de la amargura o de la insania, pues el hombre no está preparado para tanto sobresalto emocional y ante tanto devaneo el príncipe solo puede acabar aún más tocado de lo que ya estaba.
Hubiera precisado, a mi entender, la novela una buena poda, a fin de no ir dando vueltas en círculo, cual prosa dervíchica y haber ido al grano (el tête a tête entre Myshkin y Nastasia), habiendo así la novela ganado empaque y profundidad, a fin de evitarnos tantos extravíos.
Alianza editorial. 940 páginas. Traducción de Juan Lopez-Morillas