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La palabra

«Habías leído a Ortega, en un tomo de Obras completas del año 32, con pastas de cartoné entelado y color salmón, que conservo como una parte de ti, sacralizado por tus ojos y oliéndome todavía a la sala donde lo leías, grueso como un misal y de generosos márgenes para el sosiego y la meditación, al que llamabas la Biblia, porque por cualquier página por donde la abrieras encontrabas siempre lo que estabas buscando sin saberlo».

La fatiga del sol (Luciano G. Egido)

Naturs

Alabanza a la tierra

Pero ellos ignoraban aquel silencio, no sabían cómo era el amanecer entre los olivos del valle, ni habían asistido el estupor de las luciérnagas en las noches de agosto y eran ajenos al resol del viento, que se acostaba en la solana del sierro, en la parte alta de la finca. No habían cogido moras en los zarzales del arroyo; ni habían pescado ranas con un trapo rojo, atado a un palo; ni se habían asomado a las temblorosas aguas del pozo, lleno de arañas de patas largas; ni habían sentido, como un regalo esplendoroso del primer otoño, el deslumbramiento amarillo de los membrilleros, cuando sus frutos nada más tocarlos perdían la pelusilla que los envolvía y dejaban ver su piel tersa y brillante; ni habían oído con escepticismo al cuco detrás de una tapia contar los años que nos quedaban de vida; ni se habían desesperado, a la hora de la siesta, con el hervor enloquecido de las chicharras. Nunca habían comido higos al pie de la higuera, ni habían visto por la Candelaria florecer los almendros y llenar de dulzor el ambiente, que te mareaba si no te salías a tiempo y en el que zumbaban los bólidos negros de los abejorros, inofensivos pero amenazantes como obuses locos. Y, sobre todo, desconocían lo que era un crepúsculo otoñal vivido al ralentí, amoratado y sangrante, justo las vísperas de volver al colegio con un esplendor de escenografía wagneriana y un aire sutil de grillos enamorados, mientras pasaban las tórtolas de septiembre.

La fatiga del sol (Luciano G. Egido)

Gloria imperecedera

Esta Semana Santa caminaba por Santiago de Compostela y vi una estatua de Rosalía de Castro, un busto de Valle Inclán, otro de Cervantes. En Pontevedra vi una estatua, esta de cuerpo entero, de Valle Inclán, en Mondoñedo la de Cunqueiro frente a la catedral. No faltan las estatuas y las calles dedicadas a escritores por toda la geografía nacional, algo extensible también a otros países. Leyendo las memorias de Anastasía Tsvietáieva, hay un capítulo titulado Funerales de Lev Tolstói, muerto en 1910, cuando Anastasía tenía 14 años y no quería perderse por nada del mundo ese acontecimiento, para ella y para su hermana Marina, único.
Funeral Lev Tolstói
¿Qué escritor levantaría por estos dominios tantas pasiones?