Ahora que el confinamiento familiar reduce el espacio vital es ineludible no pensar en estas palabras de Montaigne:
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De paso
Uno deja tan poco rastro, ¿sabe usted? Uno nace, y ensaya un camino sin saber por qué, pero sigue esforzándose; lo que sucede es que nacemos junto con muchísimas gentes, al mismo tiempo, todos entremezclados; es como si uno quisiera mover los brazos y las piernas por medio de hilos, y esos hilos se enredasen con otros brazos y otras piernas y todos los demás tratasen igualmente de moverse, y no lo consiguiesen porque todos los hilos se traban, y es como si cuatro o cinco personas quisieran tejer una alfombra en el mismo bastidor: cada uno quiere bordar su propio dibujo. Claro está que todo ello carece de importancia, pues de otra manera quienes dispusieron el bastidor hubieran arreglado mejor las cosas, y a pesar de todo no deja de tener su trascendencia, puesto que uno se esfuerza, y continúa luchando; cuando de pronto todo ha concluido y sólo nos queda un bloque de piedra con unas inscripciones, siempre que alguien se haya acordado o haya tenido el tiempo necesario para hacer grabar esas letras en el mármol. Pasa el tiempo, llueve y brilla el sol y llega un día en que nadie recuerda el nombre y lo que dicen esas letras nada importa ya. Quizá por eso, si uno puede dirigirse a alguno, cuanto más extraño mejor, y darle algo, lo que sea: un pliego de papel o cualquier otra cosa que nada signifique por sí misma, aunque ellos no lo lean ni lo guarden, ni se preocupen siquiera por destruirlo o arrojarlo, ya es algo porque ha sucedido y puede ser recordado, pasando de una mano a otra, de una inteligencia a otra, al menos es como un grabado, algo que deja rastro, algo que existió un día, pues de otro modo no podría morir también; en tanto que el bloque de mármol jamás podría ser presente, puesto que tampoco llegará a ser pasado, es incapaz de morir o terminar…
!Absalón, Absalón!. William Faulkner. Traducción de Beatriz Florencia Nelson
La ficción
A diferencia de otros discursos, por ejemplo los científicos, la lectura de los relatos de ficción ofrece una mirada sensible del mundo, una especie de construcción afectiva de la realidad. La verdad de la ficción es prosaica. No se trata de una verdad ejemplar, imitable por su grandeza, sino una verdad con minúsculas que demuestra las contradicciones de una vida, sus pequeños detalles que pasan a menudo inadvertidos […] La ficción no se ocupa del Bien sino de la bondad, es el lenguaje de las representaciones, de los afectos, de las respuestas. En contra de lo que podríamos pensar, con la ficción no nos deleitamos por intentar escapar de la realidad, sino porque nos atrae otro tipo de realidad: la verdad emocional subjetiva, la verdad sobre nosotros mismos (*).
(*) Egginton, W., El hombre que inventó la ficción
La sabiduría de lo incierto (Joan-Carles Mèlich)
Muro (de papel) de las lamentaciones
El escritor sabe que a la página en blanco se viene llorado de casa. Pero a Vergílio hay ciertas cosas, se lee, que lo traen por el camino de la amargura.
106 Trabajar un libro hasta la minucia de una palabra. Y después el lector lo engulle todo deprisa para saber “de qué trata”. ¿Vale la pena mimar un vino para que se beba como un tintorro?
Pensar. Acantilado. 2006. Traducción de Isabel Soler