Archivo de la categoría: Francisco Álvarez González

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Memoria del vacío (Marcello Fois)

Como se dice en la Biblia, hay que dar de beber al sediento. En caso de no hacerlo, atente a las consecuencias. Así Stocchino.

Marcello Fois (Nuoro, 1960) indaga en la figura de Stochino, sardo convertido en leyenda, a consecuencia de sus crímenes y su capacidad para huir reiteradas veces de sus captores. La figura de Stocchino como se refiere al final de la novela, podría ser la de un santo (pendenciero); una existencia llena de luces y sombras.

Stocchino, viene a este mundo a pesar de los deseos de su madre Antioca, que no quiere más hijos. Un nacimiento maldito, como le hace saber, cual vaticinio oracular, una parroquiana a Antioca, pues el niño es un lobo con piel de cordero, en cuyo interior mora la bestia. Stocchino falsea su fecha de nacimiento y así se enrola a los 16 años en el ejército italiano, para luchar en la Primera Guerra Mundial, primero en territorio africano y luego en Gorizia, (en la hoy frontera de Italia con Eslovenia) contra el ejército austriaco. Su valentía o temeridad, ese encararse con la muerte a pecho descubierto lo convierten en un héroe local. Eso en teoría, porque los caciques locales se la tienen jurada. Un odio que viene de antiguo, que comenzó cuando yendo Stocchino con su padre, Felice, al regreso de un bautizo, de noche, piden agua en casa de un tonelero, y este les niega la caridad líquida. Esa falta de humanidad, de solidaridad, prenderá el pedernal en su interior, la llama del odio en Stocchino, que desde ese día solo se alimentará de venganza, en su empeño de hacerle pagar esa ofensa al tonelero y a todos lo que son tan despreciables como él. Esas diferencias no se resuelven hablando, palabras inermes ante el odio mutuo, ancestral, propio de un bucle infernal que solo entiende de cuchillos, de sangre derramada.

Cuando Stocchino deja el frente, la guerra, la suya particular sigue. A su alrededor se acumulan las muertes familiares, ora su padre, ora su hermano Gonario, asesinado, ora su madre. La destrucción se ve compensada por el amor que le tributa Mariangela, aquella niña que le salvó de niño, cuando Stocchino se precipita por un barranco y acaba yendo a parar a un arbusto que sobresaliendo de la vertical lo acoge en su seno, como el nido al polluelo.

Fois pergeña una historia muy entretenida, subyugante, palpitante, muy vívida y embravecida, sumida del espíritu de las tragedias griegas, pero ambientada bajo los cielos sardos, y ya sea en los escenarios bélicos donde uno siente silbar las balas alrededor o la bayoneta sajando un cuerpo -en esas guerras que son máquinas de picar carne humana- o bien en las escenas que transcurren a campo abierto o en el interior de una gruta, donde Stocchino es ya poco más que una fiera acosada y hostigada (por cuya cabeza, el mismísimo Mussolini fijaría una recompensa astronómica), son los abismos interiores, los precipicios sin fondo, la insondable soledad, la imposibilidad sempiterna, el vacío que lo va tomando todo, lo que tan bien explicita Fois, dando vida, exhumando la figura del forajido, bandolero, desgraciado, malhadado, matarife y justiciero Stocchino, a quien no le dieron de beber de chico y esa sed -ulteriormente de venganza-, ya no se aplacaría nunca. Un Stocchino siempre en caída libre, ya desde su nacimiento.

Una figura grande, muy grande la de Stocchino (que dicho sea de paso me trae en mientes, salvando las distancias, la figura de El Canícula Bayalino), la que pergeña Fois en esta espléndida novela.

No he tenido en ningún momento la sensación de estar leyendo un libro traducido, lo cual dice mucho de la labor de Francisco Álvarez.

Hoja de Lata. 2014. 270 páginas. Traducción de Francisco Álvarez Gónzález.

Marcello Fois en Devaneos | Estirpe

Choque de civilizaciones por un ascensor en Piazza Vittorio

Choque de civilizaciones por un ascensor en Piazza Vittorio (Amara Lakhous)

Amara Lakhous (Argel, 1970) sitúa su novela en Roma, en concreto en la Piazza Vittorio, plaza babélica, crisol de culturas y lenguas. Amara da la voz a los inmigrantes, ya se trate de una cuidadora peruana, un lavaplatos iraní, un comerciante bengalí…, pero la voz preponderante la tiene Amedeo, que vive en un inmueble de esa plaza, vecino, entre otros, de una portera napolitana y hocicona, un holandés que ansía ser director de cine, un profesor que echa pestes en Roma alejado de su Milán querido y un tal Lorenzo, el Gladiador, que un buen día muere asesinado en el ascensor -que sirve como espacio aglutinador, ese sepulcro con ventanas donde se despliega buena parte de lo que sucede en la novela-, y no saben a quién colgarle el muerto.

Amara a través de estas voces de inmigrantes y nativos da su parecer sobre la manera en la que los italianos aceptan o no a los inmigrantes, y la manera en la que estos inmigrantes a su vez se integran, lo cual a menudo no les es fácil, pues siempre se sienten en el exilio, desubicados, añorando a sus seres queridos, los olores, el abrazo de una madre…

El concepto de extranjero no sólo se aplica a los extranjeros, sino a los propios italianos, pues como sucede aquí, siempre afloran a las primeras de cambio, los tópicos propios de las rencillas norte-sur, y en Italia, los del norte se creen los currantes y los del sur pasan a ser los vagos y los mafiosos. Una rivalidad, un encaramiento, que por ejemplo el fútbol aún lo dimensiona más. De boca de Benedetta sale el discurso que siempre oímos, a saber, que los inmigrantes nos roban, nos quitan los puestos de trabajo, violan a nuestras mujeres, cobran todas las ayudas, viven del Estado y espumarajos parecidos. Un inmigrante considerado como un todo, sin importar el país de origen, su cultura o religión, pues para los de aquí, los de allá, son todos son inmigrantes, todos malos. Contra ese dictamen Amara reflexiona con agudeza, y para ello emplea la ironía, el humor, su inteligencia, la sutileza, para ir poniendo en boca de los personajes sentencias y pensamientos que muchos comparten, pero que leídos suenan ridículos, por que lo son, y lo único que demuestran es una combinación letal de ignorancia y mala leche en aquellos que los esgrimen.

El comienzo, con un tal Parviz, el lavaplatos que detesta la pizza me ha resultado algo flojo, pero es cierto que a medida que he avanzado en la lectura me he ido metiendo en la historia, siendo parte, como espectador, de la Piazza Vittorino, de los pormenores de esa inmueble, donde creo que la gran creación de la novela es Amedeo, en el que quiero pensar que Amara ha puesto mucho de sí, pues leyendo su biografía, comparte muchas cosas con Amedeo, esa persona que hace el mundo mejor, sin soflamas, sin discursos, tan solo con su quehacer diario, con sus actos, con su sonrisa, con su conocimiento, de las cosas y de las personas; él, un extranjero que asume otro país mamando su lenguaje, exprimiendo el diccionario, validando lo que dijo Cioran «No habitamos en un país, sino en una lengua«.

Al acabar la novela se comenta que no se nos permite ser neutrales, pues siempre parece que hay que estar en un bando o en otro, y que no se tolera, la equidistancia, algo que a menudo deriva de tener una ideas propias que no caen en terreno de nadie, sino a caballo entre ambos. Amara huyó de su país, Argelia, por su pensamiento, por sus ideas, y ya en Italia, escribió esta novela en italiano en 2006, donde aquel que quiera entender, entenderá, y en cuyo caso creo que la disfrutará tanto como yo.

Creo que es la primera novela que leo de Hoja de Lata. No será la última. La edición impecable. No he encontrado ninguna errata. La traducción, obra Francisco Alvárez González, muy meritoria, si bien se me hacía raro, aunque sea correcto, leer eso de quianti en lugar de chianti.