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Mía es la venganza (Friedrich Torberg)

En julio de 1944 el relato de Vasili Grossman sobre las atrocidades acaecidas en Treblinka fue uno de los primeros en sacar a la luz el holocausto judío perpetrado por los nazis.

Un año antes, Friedrich Torberg escribió Mía es la venganza, relato con traducción de Julia Álvarez Grifoll, en el que un grupo de prisioneros, algunos judíos, están internados en el campo de concentración de Heidenburg, en tierras holandesas.

La encarnación del mal aquí es el nazi Wagenseil, cuyas prácticas abocan a algunos reclusos al suicidio, sin escatimar en torturas y todo aquello que permita vejar y cosificar a las personas hasta reducirlas a una apariencia inexistente. Judaísmo que para Wagenseil ha de ser exterminado y dado que los judíos para él no tienen derecho a la vida, les da la posibilidad de que se quiten la vida por sí mismos. Esto supone un debate en el grupo de judíos porque un aspirante a rabino, desecha en todo caso el camino de la violencia y la venganza, ya que ésta, a su parecer, es una potestad divina que solo puede llevar a cabo Yahvé.
Así parece no haber escapatoria y solo restaría, agostada toda esperanza, dejar que el destino fije la hora final.

Aunque como veremos, sorpresivamente, hay lugar para otra solución final, y luego para el remordimiento y la espera, para entonces, como Drogo, no esperar ya al ejército enemigo, sino buscar en la linea del horizonte los barcos que llegan a puerto, porque la salvación tiene su parte de condena.