Archivo de la categoría: Fulgencio Pimentel

Logroño dibujado

Logroño dibujado (Jesús López-Araquistain)

Una buena manera de la que dispone el viajero para recorrer y conocer una ciudad es recurrir a los libros. Así el arquitecto, fotógrafo y dibujante Jesús López-Araquistain, contando con su talento y una pluma estilográfica, recorre Logroño y sus barrios de cabo a rabo, ilustrando con sus más de cuatrocientas ilustraciones la ciudad, y también al lector, puesto que las ilustraciones dan testimonio de la evolución de la ciudad desde su creación.

Como todo organismo vivo, la ciudad, ha visto nacer y morir sus edificios, tiendas, barrios. Y somos testigos de esa transformación, como sucedió con el edificio de La Beneficiencia, «la bene» o más recientemente con la estación de autobuses. Algunos de los edificios, como el frontón Beti-Jai (uno de sus muchos usos fue como prisión en 1936), el Café de Los Leones (del que nos habla aquí Jorge Alacid), o La Casa del Corcho, han desaparecido o cesado su actividad; esta última en febrero del pasado año.

Logroño dibujado

El libro está dividido en los siguientes apartados: La formación de la ciudad, El centro histórico, La primera corona, El crecimiento compacto, La periferia, y El territorio.

Vemos cómo el éxodo rural a finales de los años 40 del pasado siglo, hizo que Logroño doblase casi su población entre 1940 y 1970, pasando de 43000 a 82000 habitantes. Las últimas décadas Logroño ha dejado de ser una ciudad compacta a media que ha ido ampliando su extensión con barrios nuevos como El Arco, o los más recientes de El Campillo, Valdegastea o Los Lirios. Asimismo otros barrios de carácter industrial, como Cascajos o Piqueras se convirtieron en barrios residenciales.

Las dimensiones del libro no permiten sacarlo a pasear; pero sería lo oportuno: que este libro de Jesús nos acompañara en nuestro recorrido por Logroño, convirtiendo nuestro viaje no solo en un trayecto horizontal a cota cero, cotejando lo visto con las bellas ilustraciones de Jesús, sino también hacer de esta experiencia un emocionante viaje vertical y sentimental hacia nuestro pasado, hacia nuestra memoria.

Logroño dibujado
Jesús López-Araquistain
Fulgencio Pimentel
2020
430 páginas

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El loro de Budapest (André Lorant)

El loro de Budapest
André Lorant
Fulgencio Pimentel
Año de publicación: 2021
416 páginas
Traducción de Alfonso Martínez Galilea

Toda autobiografía tiene algo de reconstrucción, supone ir armando piezas, las suministradas por la memoria, a través de fotografías o recorriendo en persona la topografía erigida por las ya borradas huellas del pasado.

André Lorant, autor de El loro de Budapest, con traducción de Alfonso Martínez Galilea, mediante esta autobiografía se encuentra a sí mismo, ajusta cuentas con su pasado (proceso autobiográfico en el que espera obtener una sentencia absolutoria); sobre la mesa elementos como el perdón y la reconciliación, sobrevolando su figura la sombra de los traumas infantiles, el exilio, el desarraigo, el sentimiento de desterrado que lo ha acompañado siempre.

André Lorant, nacido en 1930, de orígenes judíos, luego converso, fue bautizado como católico. Mantuvo su prepucio pero perdió sus orígenes, afirma. En 1956 abandonará Budapest rumbo a Francia. En la adolescencia sufrirá primero al régimen nazi, al invadir éste Hungría y después, el yugo soviético.

Todo me hacía pensar en el principio fundamental del sistema soviético: la falta de humanidad asociada a la más despiadada represión.

La escritura de estas páginas le permite a André reencontrarse con su padre y su madre, con el propósito de tratar de entender la naturaleza de la relación que mantuvo con ellos. Con su padre depresivo, mediante pesquisas que quizás le permitan borrar la sombra del suicidio paterno. Y dar luz a la relación tan especial que mantuvo con su madre, la persona que más quiso.

Nacido en el seno de una familia burguesa (en sus recuerdos no faltan los viajes estivales de la infancia a Abbazia, en Italia, los recuerdos sobre las niñeras), André alimentó su espíritu ya desde muy joven con la lírica y se hizo aficionado a la ópera a los once años. Más tarde, la literatura, su tesis sobre La comedia humana de Balzac, le abrió las puertas a la docencia, primero en Budapest y más tarde en París.

En 1997, tras cuatro décadas de ausencias, André regresará a Budapest para emprender una travesía por aquellos lugares que definieron su existencia: la casa en la que vivió con sus padres, su barrio, el colegio de los escolapios, la estación de tren en la que abandono Hungría clandestinamente 1956, los comercios ahora cerrados. Regreso doloroso. La herida sigue abierta.

Esta continua vecindad entre los asesinos y sus víctimas y la incapacidad de todos por enfrentarse al pasado han contribuido a acrecentar mi malestar por hallarme aquí.

Su intención es dejar constancia de cosas que han sido ocultadas en su país, al ser el testigo único de algunas que se verá obligado a transmitir a las futuras generaciones. Entre ellas el antisemitismo húngaro del que fue víctima, llegando a portar su inmueble la estrella amarilla, inmueble que será invadido en 1944. Testigo del ascenso, en las postrimerías de La Segunda Guerra Mundial, al poder, de La Cruz Flechada, con Ferenc Szálasi al frente, partido de carácter fascista, proalemán y antisemita.

El flujo y reflujo de la marea de recuerdos a la que se enfrenta André, rompe la cronología de los hechos, tal que los recuerdos que llegan hasta la playa de su memoria arriban como los restos de un naufragio, a los que el autor se asoma con curiosidad y cierta reserva, pues no sabe en qué momento, aquello que registró su mente entonces, se verá ahora desplegado sobre el proyector de su memoria, para ser luego registrado en estas páginas dolientes y cauterizadoras.

El loro de Budapest son las espléndidas y sutiles memorias de un pequeño-judío-de-Budapest-que-todavía-vive.

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El libro de las aguas (Eduard Limónov)

Desde este espacio virtual decir que lamento la muerte de Limónov, ocurrida ayer (17/03/2020). Al escritor hay que rendirle homenaje leyéndolo, y si es antes de su muerte, mejor, a fin de de que éste pueda obtener alguna clase de reconocimiento, el que sea, en vida. Recupero la reseña de El libro de las aguas, que leí el verano pasado.

El libro que Emmanuel Carrère escribiera sobre Limónov, del mismo título, nos puso a este último en el mapa libresco. La editorial riojana Fulgencio Pimentel publica El libro de las aguas de Limónov con traducción de Alfonso Martínez Galilea y Tania Mikhelson y un apéndice de esta última.

La portada del libro es muy representativa de lo que encontraremos en el mismo: balas y condones. Limónov se ve como una mezcla de Casanova y Ché Guevara. Híbrido de hombre de letras y acción. A los veintipocos, en 1972, decide que cuando vea una masa de agua se introducirá en ella. El libro se estructura en capítulos tales como Mares, Ríos, Estanques, Fuentes, Saunas, Baños… sobre los que se irán organizando, es un decir, porque el caos nunca deviene cosmos, los recuerdos de Limónov, en los que primará lo bélico y lo sexual, el semen y las balas.

No entra Limónov en planteamientos ideológicos, pero sí que aparece por ahí el partido bolchevique que fundó, lo vemos haciendo campaña de Diputado, relacionarse con mafiosos, matones y revolucionarios, con todos los bad boys de la guerra (el libro lo escribe Limónov en 2002), escribir desde la cárcel, aunque lo que parece que al autor ruso más le pone es portar un arma automática o montar en un tanque para sentirse titánicamente el puto amo del mundo.

Comprendí, además, que el género literario contemporáneo por excelencia era el biográfico. Así fue como vine a dar aquí. Mis libros son mi biografía, todos de la serie “Vidas ilustres de grandes personajes”, afirma Limónov para justificar estos textos, que se apoyan sobre los dos ejes en que descansa todo diario: el tiempo y el yo, según Tomás Sánchez. De hecho Limónov dice que el libro de las aguas podía haber sido el libro del tiempo, ambos líquidos, inasibles. Aquí no hay entradas diarias, o mensuales, sino referidas a años, pero la idea de fijar los lugares y recuerdos en el tiempo es la misma.

Afirma Limónov que sus colegas no entendieron su inclinación por lo heroico. Limónov es muy dado a la fanfarronada (se ve como el creador de una nueva escuela de periodismo de guerra y no desaprovecha la ocasión para una y otra vez hacer mención a sus libros publicados, verse como un escritor consagrado, etcétera) y me recuerda al personaje de aquella película mítica que soltaba baladronadas del pelo de “Me encanta el olor del Napalm por la mañana. Huele a victoria”. A Limónov la contemplación de las ciudades bombardeadas y en ruinas lo inflan también como a un zepelín rezumante de éter poético, pues ahí ve él la belleza, lo que explicaría que esa inclinación heroica y estética se materialice en ir recorriendo buena parte del globo terráqueo yendo a los avisperos bélicos para meterse directamente en el ánima del cañón. Escindida la retórica bélica, fluye en la narración el diario viajero de un alma errabunda y trotamunda que pone ante los ojos del lector parajes desconocidos, de belleza inusitada, pienso en la reserva del valle de los Tigres en Tayikistán, Pirigov, Dusambé, allá donde Europa se encuentra con Asia, en una mezcla magnética entre lo urbano -donde Limonov flaneará por las calles de ese mundo moderno, creado por Badeaulaire según Limónov, bañándose en fuentes ya sea en París, Roma, o Nueva York, buscando lo húmedo y el sumidero, donde se acumula la roña, lo sórdido, lo salvaje, aquello que Limónov busca a pecho descubierto con intensidad Kamikaze- y lo rural, por parajes esteparios, despoblados, donde el único abrigo y consuelo son el cielo, la tierra y sus frutos, las estrellas, y el runrún de los carros de combate, el sonido de las balas, las miradas extraviadas de los corderos sacrificables.

El recorrido, por ejemplo, por las fuentes de París sirve a su vez, para hilar lo biográfico con la Historia, ya saben las guillotinas, decapitaciones y demás virguerías “ilustradas», pero lo que prima aquí es el inventario de mujeres que entran y salen en la vida de Limónov, menores de edad y muy delgadas la mayoría, incluso dispuestas al sacrificio. Limónov no se corta un pelo y con la moral se forra los jirones de la entrepierna del pantalón, sin pararle mientes a nada.

No sé si Limónov es un personaje o no, pero después de leer su nutricia y refrescante autobiografía me acojo a la incerteza que tan bien cantó mi homónimo, ya saben: Io tutto, io niente, io stronzo e io ubriacone/ Io poeta, io buffone, io anarchico, io fascista/ Io ricco, io senza soldi, io radicale/ Io diverso ed io uguale, negro, ebreo, comunista/ Io frocio […], Io falso, io vero, io genio, io cretino/ Io solo qui alle quattro del mattino/ L’angoscia e un po’ di vino, voglia di bestemmiare/

Fulgencio Pimentel. 2019. Traducción y notas de Alfonso Martínez Galilea y Tania Mikhelson. 354 páginas.

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Los nuestros (Dovlátov)

Hay itinerarios literarios como la obra de Dovlátov que quiero seguir recorriendo. Empeño factible gracias a la labor de la editorial riojana Fulgencio Pimentel que ha rescatado del olvido y publicado en castellano hasta el momento cuatro libros del autor ruso: Retiro, Oficio, La maleta y Los nuestros.

El único a quien quisiera parecerme es a Chéjov decía Dovlátov y con este comparte su gusto por el detalle, como se aprecia bien en este libro que mediante capítulos breves, elabora una especie de autobiografía familiar, de lo más granado, como recoge Tania Mikhelson en su artículo ¿Quiénes son los nuestros?, a saber: Un tío vigoréxico, otro occidentalizado indiferente a todo lo que no sean los pequeños placeres burgueses, un funcionario gris domesticado por el régimen, una tía correctora de estilo y su hijo héroe del proletariado, llamado a un eterno retorno como delincuente. Una madre sufrida y obsesionada con la higiene. Un padre desorientado y fatuo, escritor de intermedios cómicos. Una esposa indolente, casi muda. Y una hija sin excesivo talento, desdeñosa de su infeliz progenitor. Por último, una perrita, quizá el único ser inequívocamente digno del relato. Doce, en total, trece si contamos a su hijo recién nacido.

En los relatos destila el humor absurdo ya desde el comienzo con las andanzas de su bisabuelo Moiséi y prosigue cuando leemos la peculiar historia de amor y convivencia con la imperturbable Lena; también la ironía, la mordacidad, el sarcasmo, el chiste, lo bufonesco, la crítica al régimen comunista, un desencanto cristalizado en una descarnada lucidez que conforma el estilo, la marca de agua, de Dovlátov.

Y, sin embargo, en tiempos de Stalin las cosas iban mejor. En época de Stalin se editaban libros y luego se fusilaba a sus autores. Ahora no se fusila a los escritores. Y tampoco se publican libros. No se cierran los teatros judíos, porque sencillamente no los hay…

Los herederos de Stalin decepcionaron a mi padre. Les faltaba grandeza, brillo, teatralidad. Mi padre estaba dispuesto a aceptar la tiranía, pero una tiranía oriental salvaje y llena de color.

La mayoría de las anécdotas, a cual más divertida y delirante, que refiere Dovlátov tienen que ver con sus familiares pero también nos habla de sí mismo, su empeño por ser escritor y su nulo éxito (al menos durante su estancia en la URSS), finalmente el exilio de su mujer y su hija a los Estados Unidos, y posteriormente el suyo con la madre y la perra. Un sueño americano que más que acogerlo en su seno los ubicará como un quiste en el extrarradio, en la periferia, junto a otros muchos desheredados y compatriotas.

Hay diálogos, como el mantenido con su hija, que cifran el estéril reconocimiento que le llega sito ya en los Estados Unidos.

– Ahora por fin te publican. ¿Y qué ha cambiado?

– Nada… -le dije-. Nada

A pesar de lo cual los fungibles laureles acabarán ornando su testa:

Hace tiempo que soy un escritor profesional; pobre como la mayoría de los escritores serios en occidente, pero del todo respetado, y el volumen de lo escrito sobre me triplica ya lo que yo mismo he logrado escribir

Además, que en una pequeña ciudad como Logroño, casi tres décadas después de la muerte de Dovlátov se le siga leyendo, oreándolo por estos devaneos literarios, seguro que compondría en el rostro del autor una sonrisa de satisfacción y extrañeza.

Fulgencio Pimentel. 2019. Traducción y Epílogo de Ricardo San Vicente. Edición de Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea. 192 páginas