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La maleta (Serguéi Dovlátov)
Cuánta tierra necesita un hombre, se preguntaba Tolstói en una novela. Mucha menos de las que pensamos, unos 6 metros cúbicos. Cabe toda una vida en una maleta, parece preguntarse Dovlátov. Una maleta es el objeto que le permite a éste volver a su pasado. Estos artículos de Marta Rebón y de la editorial que lo publica, sirven para situarnos y conocer mejor al autor.
La maleta exigía por parte de otros lectores una reedición. Lo que ha venido a hacer la editorial riojana Fulgencio Pimentel, que anteriormente a La maleta había publicado otras dos novelas de Dovlátov: Retiro que leí y disfruté mucho y Oficio, que tengo pendiente.
Lo que me depara la lectura de esta maleta son unas cuantas carcajadas, habida cuenta del humor que gasta el autor ruso, el cual pone al mal tiempo buena cara y narra sus recuerdos buscando siempre la ironía, el punto gracioso al asunto, como cuando dice que no se puede tener ningún crédito intelectual en su país, si no se ha pisado una cárcel.
A Dovlátov, siempre crítico con lo que veía, le censuraban sus obras en su país (un artista convertido en una arista para el régimen), y este se lo tomaba todo con humor, seguía escribiendo sin parar, empecinado en ser escritor, encajando centones de rechazos editoriales, y logrará publicar lo escrito una vez afincado en los Estados Unidos.
Dovlátov se toma a chufla a sí mismo, le quita gravedad a toda situación, parece no importarle nada (pero qué páginas dedica a su mujer, y qué bonito refleja ese puyazo que de pronto le supone el amor, una foto mediante), asentado en su atracción por los bajos fondos y aquejado de una indolencia y pasotismo que no le impedirá coger la pluma ni amorrarse a la botella, para ofrecernos una novela narrada como una sucesión de recuerdos bajo la forma de relatos, que nos hacen pasar un buen rato, como si la alegría -en el caso de Dovlátov- siempre saliera a flote, bajo un estilo, una filosofía de vida más bien, que me recuerda en su humor y en sus críticas a un régimen comunista a otra novela insoslayable, Días felices en el infierno, de Faludy, también editada por Fulgencio Pimentel.
Fulgencio Pimentel. 2018. 194 páginas. Traducción de Justo. E. Vasco.
Retiro (Dovlátov)
Qué tendrá la literatura para que levante tantas pasiones y se erijan monumentos de cuerpo entero o bustos, y uno vaya a Mondoñedo y se encuentre con Cunqueiro, o vaya a un garito en Pamplona y comparta barra con Hemingway o vaya a Lisboa y vea a Pessoa en Chiado mientras te tomas un café, y haya escritores como Chejfec que de mocete transcribía párrafos y páginas enteras de Kafka con la idea de que se le pegara algo a la hora de escribir, o aquel que duerme con su novela favorita debajo de la almohada, o bien aquellos escritores que como María Belmonte siguen las huellas de otros escritores, peregrinos de la belleza, por Italia o Grecia, o como Richard Holmes se ponga tras las huellas de los románticos como Stevenson o Gérad de Nerval, como si recorriendo y viendo las cosas que estos vieron, sus biografías fueran más vívidas, más veraces, o como Eduardo Berti que se traslada hasta el sitio en el que vivió Jósef, como plasma en su última novela Un padre extranjero o como sobre la figura de Pushkin se crea -en la residencia en la que permaneció durante los dos años de exilio lejos de San Petersburgo al que fue castigado por el zar Alejandro I- algo parecido a un parque temático -el Zapovednik Puskhinskiye Gory- en tributo a su gloria, ya inmortal. Sobre este último es sobre el que Dovlátov (1941-1990) construye su novela, donde prima el humor absurdo, la gamberrada -con un estilo que me recuerda al de Picabia, de quien hace poco leí con agrado su Pandemonio– el tono disparatado, sarcástico, irreverente, un aire disidente que se mofa del comunismo, pues como dice «todos piden tierras para el pueblo cuando en verdad lo que este quiere (el pueblo) es vodka y nada más, pues no sabría qué hacer con las tierras». Vodka y alcohol hay mucho en la novela porque el narrador, alter ego del autor, es un escritor -al que no le publican nada y al que el éxito y el reconocimiento se le escurre una y otra vez- alcohólico, quien consigue salir de Leningrado y buscar algo de sosiego en un lugar alejado del mundanal ruido donde trabajará como guía turístico mostrando al pueblo la grandeza de Pushkin, una grandeza de la que Dovlátov se burla, pues todo aquel que no manifiesta algo parecido al fervor hacia el genio de las letras rusas se ve poco menos que como un disidente. El sosiego que encuentra allí el narrador se ve puesto en peligro cuando su mujer y su hija dejen el país y se trasladen a los estados unidos y no sepa si acompañarlas o no. El parque le permite a Dovlátov mostrar una muy particular galería de personajes, a los que hay que sumar los inquilinos de la covacha en la que se alojará, que da lugar a escenas descacharrantes. Si se siguen vertiendo al castellano más novelas de Dovlátov (la presente, bellamente editada por Fulgencio Pimentel), por estos pagos tendrá un lector.
Fulgencio Pimentel. 2017. Traducción y notas de Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea. Ensayo biográfico de Lino González Veiguela. 214 páginas.