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El vientre de Nápoles (Matilde Serao)

En La decadencia de la mentira Oscar Wilde arremetía contra los escritores naturalistas como Zola y afirmaba que el lector no tenía por qué estar expuesto a las miserias de los demás, que el arte –siembre en búsqueda de la belleza-, estaba llamado a otros fines. Matilde Serao (1856-1927), creía precisamente lo contrario.

En 1884 tras la epidemia de cólera que asolará Nápoles, el Rey Umberto I, acompañado de su ministro Agostino Depretis, visita algunas calles populares, y a la vista de la situación, este último exclama: “Bisogna sventrare Napoli”, Matilde Serao escritora -de novelas como La virtud de Cecchina– y periodista –fundadora junto a su marido del periódico Il Mattino y ya en solitario de Il Giorno-, aprovecha la exhortación para escribir una serie de artículos bajo el título Il ventre di Napoli -El vientre de Nápoles- donde dará su testimonio, ella que conoce la ciudad de primera mano -a fondo- incluidos los bajos fondos y no sólo la Nápoles de postal que aparece en las novelas.

No sé si Thomas Berhnard leyó estos textos de Serao, supongo que no, pero lo que Serao transmite en estos artículos es muy parecido a lo que Bernhard hizo en su novela autobiográfica El sótano, cuando describía la situación dantesca que se vivía en el poblado de Scherzhauserfeld en la ciudad de Salzburgo, donde florecían la pobreza y la marginalidad, sin que las instituciones quisieran hacer nada por aliviar la situación de los que allí (mal)vivían.

Serao carga las tintas en sus crónicas contra el Estado, al que demanda un mayor compromiso, dado que las acciones gubernamentales van poco más allá de alguna mejora estética; decisiones tomadas con muy poca cabeza, algo razonable, cuando el que toma las decisiones desconoce la situación que pretender arreglar, así Serao describe el fracaso que suponen las viviendas populares, dado que por muy bajo que se el precio del alquiler de las mismas, siguen siendo muy caras para la gente del pueblo que gana unos jornales miserables tras jornadas de doce o más horas diarias.

Serao apela a la dignidad humana, siendo necesario crear unas condiciones higiénicas y de salubridad que hagan que las viviendas de la gente más humilde sean lugares bien ventilados y luminosos, y no covachas infectas, sin luz ni ventilación, donde se hacinan los más pobres, sin red de alcantarillado, lo que les obliga a vivir sobre sus propias inmundicias y desechos, propiciando toda suerte de vicios y abocando a la degradación física y moral.

Hay apuntes del Nápoles más pintoresco, como esas vacas que recorren la ciudad, suministrando leche a los vecinos y dejando todas las calles alfombradas de mierda, o los mercados callejeros sitos en calles que nunca han sido saneadas, de tal manera que resulta casi imposible transitar sin ellas sin ir al borde de la arcada, de la náusea, del indómito vómito.

Serao apela al Gobierno a abrir más escuelas, a priorizar el gasto público, a instar para que se abandonen proyectos faraónicos, que no mejoran en nada la situación del pueblo, sino que agravan en todo caso su situación, contrayendo el Estado deudas.

Serao expone cuales son los males de la sociedad napolitana, porque no solo carga las tintas contra el Estado, sino que también reconoce en el pueblo napolitano su adicción al juego –muy curioso lo que Serao explica sobre la Smorfia, sobre la ciencia de la clave de los sueños, tal que la sociedad se describe a través de guarismos, ya que por ejemplo decirle alguien que alguien es un 22, es tomarlo por loco- y considera Serao que “La lotería es el aguardiente de Nápoles, la lotería, un juego que no los saca de su pobreza y marginalidad, sino que las más de las veces las agrava, al tener que tomar dinero prestado para poder jugar, propiciado por las usureras locales, las Raffaelas, las Grabiellas, que como una alternativa más rápida y eficaz que los bancos, ponen a disposición de los entusiasmados y esperanzados jugadores las cantidades precisas que luego, los boletos no premiados, irán apuntalándolos cada día más en su desesperación e infelicidad, lo que les conmina a buscar dinero por otros medios, surgiendo así los robos, los hurtos y toda suerte de actos ilícitos.

Serao vuelve a sus crónicas en 1904, veinte años después y constata como las cosas han mejorado, al menos en parte, pero a su vez, las grandes bolsas de pobreza, marginalidad y hacinamiento siguen conviviendo con barrios más lustrosos, saneados y ventilados. Se deshace en elogios Serao hablando de la calle Toledo –tuve la ocasión de alojarme en esta calle durante los tres días que permanecí en Nápoles (fotos: I, II, III) y todo lo que afirma Serao, un siglo después se mantiene-, apela a la ejemplaridad política, tal que no importaría la ideología, sino la honestidad, el deseo de mejorar la situación del Pueblo, siempre y cuando los mejores hijos de Nápoles dedicaran su vida, a través del ejercicio político, a hacer de Nápoles una ciudad esplendorosa, ejemplo y orgullo de sus ciudadanos.

En esa vena idealista Serao ofrece alguna crónica que incide en la fraternidad obrera, que lleva a seis mil obreros a declararse en huelga, a fin de que no despidan a ciento y pico de ellos, o el nacimiento de una criatura en plena calle que permita dar cuenta del espíritu solidario del pueblo, cifrado en toda clase de bienes: cunas, trapos, vestidos…

El libro se cierra personalizando y concretando ese espíritu de Serao en la figura de dos personas que le han marcado: Ettore Ciccotti y Teresa Ravaschieri. El primero, aquel que todos en Nápoles conocían como El Padre, dedicado a mejorar la vida de sus ciudadanos, desde la acción, desde el ejemplo, a quien le retiran su acta de Diputado, a un tris esta de devenir dicha acción en un baño de sangre. Teresa es su madre, a quien Serao admira, ama y venera, y a quien trata de emular en su hacer, en su decir, y estas páginas, estas crónicas son prueba de que Serao tenía el mismo espíritu, la misma necesidad de denunciar la injusticia, el mismo anhelo de dar voz a los oprimidos, el mismo convencimiento de que una sociedad digna sería aquella en las que todos los ciudadanos –electores o no- vivirían dignamente, comiendo caliente a diario, y con una educación pública –suministrada por el Estado- que les permitiese saber leer y escribir, y con la posibilidad de un empleo que los alejara de la mendicidad, del robo, de la perdición.

Gallo Nero ediciones. 2016. 166 páginas. Traducción de Juan Antonio Méndez.

Libros

Muy buen año de lecturas. 2016

Este año que finaliza ha sido muy bueno en cuanto al número de lecturas y a la satisfacción que me han deparado la mayoría de ellas. He leído unos cuantos libros que deseaba leer hacía tiempo, libros soberbios, entre otros, como Rayuela, Ulises, La Regenta, La colmena, Historia secreta del mundo, El comienzo de la primavera, Los siete locos, Fedón, Relatos autobiográficos de Bernhard, Días felices en el infierno, La resistencia íntima, Peregrinos de la belleza, La isla, Los ingrávidos, Mujer de rojo sobre fondo gris, Ruido de fondo, Una ambición en el desierto, La noche feroz, Una historia aburrida, El banquete, Sostiene Pereira, Herzog; alguno crucial como el Gorgias y también alguno como Crimen y Castigo, que lo leeré entre este año y comienzos del próximo.

He leído, si no me fallan las cuentas, libros de 66 editoriales distintas, de autores y autoras de distintos países. La mayoría han sido novelas, pero también he leído ensayos, diálogos, poesía y cómics. He descubierto a escritores en los que pienso seguir abundando: Emmanuel Bove, Albert Cossery, Natalia Ginzburg, Roberto Arlt, Thomas Mann, Matilde Serao, Antón P. Chéjov, Fiódor Dostoievski, Álvaro Cunqueiro, Pío Baroja, Stuparich, Szymborska, Cortázar, Borges, Cela, Savinio, Ernesto Pérez Zúñiga…

De todos los libros leídos este año, unos me han gustado más que otros y esto se ve claramente leyendo las reseñas, así que el que tenga tiempo y ganas, ya tiene con lo que matar su tiempo.

Quien siga esta blog creo que ya estará al tanto de mis gustos y de mis disgustos literarios. En cuanto a lo que se ha publicado este año, estos son los libros que más he disfrutado y que gustosamente leería de nuevo: Nemo (Gonzalo Hidalgo Bayal; Tusquets Editores), Nembrot (José María Pérez Álvarez; Editorial Trifolium), Fosa común (Javier Pastor; Literatura Random House), La manzana de Nietzsche (Juan Carlos Chirinos; Ediciones La Palma), Hombres felices (Felipe R. Navarro; Editorial Páginas de Espuma), De profesión, lector (Bernard Pivot; traducción de Amaya García Gallego; Trama editorial), No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (Patricio Pron; Literatura Random House), No cantaremos en tierra de extraños (Ernesto Pérez Zúñiga; Galaxia Gutenberg), Un padre extranjero (Eduardo Berti; Editorial Impedimenta), El ojo castaño de nuestro amor (Mircea Cărtărescu; traducción de Marian Ochoa de Uribe; Editorial Impedimenta), Magistral (Rubén Martín Giráldez; Jekyll & Jill Editores), El sistema (Ricardo Menéndez Salmón; Seix Barral Editorial), El vientre de Nápoles (Matilde Serao; Gallo Nero Ediciones)

!Felices fiestas y lecturas!

Andrea Camilleri
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Gotas de Sicilia (Andrea Camilleri)

Andrea Camilleri
Gallo Nero
2016
Traduccion: David Paradela

De Andrea Camilleri (1925) había leído con agrado algunas de sus populares novelas que tienen al inspector Montalbano por protagonista.

Este libro que edita Gallo Nero en su colección piccola es una cucada. La traducción de David Paradela me gusta, en especial en el relato El tío Cola en el que se nos refiere las anécdotas de un mafioso local mediante un castellano macarrónico que trata de coger el pulso al dialecto que maneja Camilleri y que según el traductor no es nada fácil de verter al castellano; luego hay más de creación que de traslación.

Gotas de Sicilia reúne los relatos que escribió Camilleri en L’Almanacco dell’Altana entre los años 1995 y 2000, y son las gotas propias de un perfume, que dejan el recuerdo persistente de una lectura fragante, muy evocadora, donde leer es viajar a Sicilia, visualizarla, sentirla, al rememorar el autor su infancia, el descubrimiento de la muerte con la ausencia que le dejará su entrañable tío uzz’Arfredo, la firmeza de las tradiciones locales, lo religioso mezclado con lo humorístico y lo político permitiendo la llegada al poder de los comunistas, imagen sagrada mediante en Los primeros comicios, el auge del fascismo o el poder manifestándose con todas sus caras, ora religioso, ora bancario, ora mafioso.

La gran ilusión

La gran ilusión (Mika Waltari)

Mika Waltari
2015
228 páginas
Gallo Nero
Traducción de Luisa Gutiérrez

Esta novela del finés Mika Waltari leo que fue rebautizada como El gran Gatsby finlandés. Así que antes de dar mi parecer he decidido leer El gran Gatsby a fin de comparar, y en algo se parecen, pero escasamente.

La gran ilusión, que da título a la novela, es el amor que Hart, el narrador, siente por la inalcanzable Caritas, un amor no correspondido que se verá agravado en su ninguneo por el amor que Caritas siente por Hellas, el mejor amigo de Hart. El clásico «podemos ser amigos«, que es como hacer pasar el corazón por un embudo.

La novela transcurre en Helsinki en su comienzo y posteriormente en París, tras la finalización de la Gran Guerra, donde parece que todo está por hacer, o por rehacer, y el libro en este sentido más que un individuo, nos plantea una colectividad, una voz que narra que es un nosotros, porque Hart viene a ser la voz de una generación que tras el delirio bélico mundial no sabe bien qué modelo de sociedad quiere, toda vez que el resultado de la guerra según Hart deja una sociedad débil, enferma, apocada. Algo que luego algunos tratarían de enmendar malamente a través del nazismo, con la primacía de la raza blanca, la pureza de sangre, la pretendida sociedad fuerte, vigorosa y sana y que llevó de nuevo a Europa al borde del precipicio tres décadas después de finalizar la Gran Guerra.

Resulta curioso leer como en un momento Hart charla con un alemán que le dice que es imposible que haya una nueva guerra, que los alemanes ya han aprendido la lección, que la violencia no es el camino, un razonamiento que a la sombra del Tratado de Versalles muchos alemanes no compartirían, como hemos podido comprobar, en el futuro.

La novela mezcla el amor incandescente con un sentimiento de angustia, el que experimenta Hellas en pos de su autodestrucción, del regodeo en su sufrimiento, como si la única manera de superar cierto malestar, fuera aboliéndolo de una manera radical. Exitus y punto final.

Con respecto al Gran Gatsby La gran ilusión comparte ese tono frívolo, epidérmico, propio de esas clases altas que ahogan sus naderías en champán caro, se visten con caros ropajes, y dejan que sus conversaciones se agosten tan rápido como lo que dan de sí sus cerebros abotargados por el alcohol y su estupidez inmanente . Si Gastby es todo un personaje, que los demás construyen a base de habladurías, dimes y diretes, aquí los personajes están mejor definidos, sufren más, su dolor es más real, y el sentimiento trágico que desbasta a Hellas casi se palpa.

El amor que Hart siente por Caritas es exaltado, pueril, un arrebol abrasador que a ratos chirría en su desmesura, en sus hechuras hiperbólicas, pero que teniendo en cuenta que esta novela la escribió Waltari sin haber cumplido los veinte años, tiene un pase y que dicho sea de paso me ha gustado bastante más que la novela de Fitzgerald.