Guido Finzi
ACVF Editorial
2015
153 páginas
Este libro de Guido Finzi lo componen 28 relatos. La mayoría de ellos muy breves. En distancias tan cortas el escritor ha de resultar explosivo, arrear un zurdazo al lector y dejarlo atontado, y así, entre achuchón y soplamocos irle soltando relatos, a fin de que el lector acabe el libro conmocionado, alucinando, flipando. De no hacerse más o menos así, corre uno, el lector, el riesgo de ir mirando las páginas que faltan hasta la meta, de ir vaciándose entre bostezos lagrimales, y lo peor de todo, de tener la sensación de estar perdiendo el tiempo. Porque el quid del asunto aquí es saber diferenciar lo que es engalanar una ocurrencia o una mera anécdota de lo que es un relato bien armado (tengo todavía Los caballos azules a galope por mi mente, y es posible que esto que escribo tenga algo que ver).
Finzi se postula como un amante empedernido. En la mayoría de los relatos hay mujeres con las que el autor, a su vez personaje, se acuesta. Digo yo, que a un lector masculino leer como el escritor se va encamando a cuanta mujer se le pone a tiro de nabo, le resultará entre aburrido y molesto. En el caso de las mujeres no lo sé. Algunas estarán deseando encontrarse a Guido por los Madriles para decirle lo talentoso que es, lo fibroso que está, lo bien que le sientan los jeans, y luego si hay suerte encamárselo. Las mujeres a quienes este tipo de francotirador sexual no les atraiga, buena parte de los relatos los pueden obviar.
Además de estos relatos de final seminal, aparecen en otros relatos judíos que huyeron de sus países de origen los años precedentes o durante la II Guerra Mundial, con quienes el narrador se encuentra y le cuentan sus historias, que luego el narrador nos referirá. Ahí se nombra la ciudad de Łódź y hay también un anillo, que va pasando de generación en generación, lo cual me recuerda al libro de Eduardo Halfon, Signor Hoffman.
Hay relatos donde Guido además de ser un semental sexual es un asesino en serio. Y así o bien despacha viejunos letones, antaño miembros de las SS o a seres despreciables que deben morir sí o sí.
Otra cosa que no entiendo es que en relatos mínimos (donde no debe sobrar ni una coma) una y otra vez el autor nos hable de la novela que está escribiendo (algo que de tener algún interés, lo tendría para su editorial), o esas autorreferencias a otros libros publicados, que sorprenden en alguien con dos libros de relatos en el mercado. Dicho lo cual, no es óbice para que algunas mujeres quieran cepillárselo tras haber leído su anterior libro de relatos Rumbo Sur. ¿Escribir sirve para convertir al escritor en un conquistador sexual?. Parece ser que sí. De hecho es un libro que cuesta leer con tanto polvo.
Y si los piropos no te vienen de fuera, pues ya tienes al personaje femenino de marras que recalcará lo sarcástico, tierno, inteligente, vivaz, lúcido, que resulta el autor, a la sazón Guido Finzi.
Y ya para acabar. Si uno es ingenioso, lo es, pero lo demuestra. Algo de eso se barrunta cuando lee los Obituarios imaginarios, pero si uno quiere mofarse de gente que no son buenos escritores, recurrir a Dan Brown, Coelho o Larsson, me parece ir a darse un rulazo por La Plaza Mayor de los Santos Lugares Comunes. Si un tío está forrado llevar un Rolex es otro tópico. Si aparece un holandés, este es alto, rubio, sonrosadete y asalvajado, y los portugueses son chiquititos y …. no sigo, porque en ese caso me vería abocado a tener que releerme el libro de cabo a rabo.