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Otro cielo (Hasier Larretxea)

Llego a Otro cielo de Hasier Larretxea después de haberle haber leído otro poemario suyo, Meridianos de tierra y su ensayo El lenguaje de los bosques. El poemario se estructura en cinco bloques y el poema final, que da título al poemario: Otro cielo.
Otro cielo es un ejercicio de memoria. El primer bloque va dedicado a la infancia. Memoria concebida como un nudo que hay que desanudar, hasta que surge el cabo del que ir tirando. El segundo bloque es el abecedario sonoro y supone una reflexión acerca de cómo suena aquello que nos marca, esto es, el sexo, la ausencia, los recuerdos… El tercer bloque parece meter la cabeza en la pila bautismal del cristianismo, el aflorar de lo mistico, así el perdón, el arrepentimiento, la contemplación, los desaparecidos, todo en un tono que me resulta muy críptico.
En el cuarto bloque la memoria se plantea fluida como un río, el pensamiento como movimiento, lo nuestro es aquello que no va al reflejo. En el quinto bloque ondea el pendón del miedo, la amenaza, el silencio, la pérdida…
Otro cielo, es un aprendizaje, el desplazamiento de los límites, la capitalización del futuro.
Me ha gustado.

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El lenguaje de los bosques (Hasier Larretxea)

Meridianos de tierra me puso en la pista de Hasier Larretxea (Arraioz, 1982), que recién ha publicado El lenguaje de los bosques, expansión y confirmación de lo esbozado en el poemario anterior. Las constantes vitales se mantienen, el amor a la naturaleza y a los animales también.

Habla Hasier ya desde el título de libro de lenguaje, y del diálogo, pues aquí la naturaleza no es algo pasivo acreedor de la mirada arrebolada del viajero, del turista, de aquel para quien la naturaleza es únicamente digna de ser contemplada, fotografiada, retratada (aunque Hasier también dedica unas cuantas páginas en las que nos habla de cómo los bosques, o la naturaleza, les permite a distintos músicos, fotógrafos, pintores y artistas conceptuales exponer su mensaje empleando como materia prima el hábitat natural que articula su obra. O dos directores como Medem o Montxo Armendáriz que han rodado algunas películas en estos parajes, películas como Vacas, Tasio o Silencio roto en Saragüeta), sino que la naturaleza, estos bosques recogidos en esa geografía norteña que se extiende por Navarra, País Vasco, Huesca y llega hasta territorio francés, manifiestan la simbiosis perfecta entre el hombre y el árbol, entre la naturaleza animal del hombre y la vegetal y así el texto se va desgranando en estos términos, y se nos explica poniéndose Hasier en primer plano, cuales son sus raíces tanto paternas como maternas, esa raíz (tradiciones, recuerdos, afectos, donde el relato biográfico se nutre de anécdotas familiares que abordan el contrabando en los duros años de la posguerra civil, y las duras condiciones de vida en los caseríos, donde sin el auxilio de divinidad alguna ni de apoyo institucional, poner un plato de comida encima de la mesa se lograba con mucho esfuerzo. Hasier refiere también un buen número de experiencias de su padre, siempre ligado éste al monte, al bosque, al tacto con los árboles y al negocio de la madera -Hasier habla sobre los distintos tipos de árboles y su aprovechamiento maderero o su utilidad para obrar como cortafuegos, la invasion de los pinos y de los eucaliptos en España en detrimento de otros árboles que tardan más en crecer como los robles o la necesidad de mantener los bosques saneados, dado que la despoblación rural afecta también a los bosques que acaban abandonados a su suerte-, desde que se comienza a curtir a los 17 años en la montaña convertido en algo parecido al Último superviviente) que nos fija al terreno, nos alimenta y sustancia, aquello que nos conforma y nos hace ser lo que somos, aquello, en definitiva, de dónde venimos.
PosadasLuego viene el tronco, el crecimiento personal, el no seguir el surco profundo del camino paterno -y la desilusión de Patxi, su padre, al constatar que ninguno de sus dos hijos seguirá su estela como aizkolari de éxito, aunque al menos uno de ellos proseguirá en el oficio de la madera- y tirar campo atraviesa por los dominios de la poesía, donde Hasier se buscará y encontrará a sí mismo, dejando finalmente Arraioz, su pueblo, en el Baztán, para mudarse a la villa de Madrid, lo que le permite analizar (aunque peque de cierto maniqueísmo) el contraste entre la vida urbana y la vida rural, donde la vida urbana es ruidosa, caótica, contaminante, demoledora, y la vida rural es apacible, calma, silenciosa, beatífica, balsámica.

A lo largo del texto Hasier expone algunos ejemplos sobre cómo la vida urbana puede también conciliarse con la vida natural, citando los proyectos en marcha para una ciudad bosque en China o los rascacielos vegetales de Milán, si bien leyendo otros textos como el ensayo de Paco Cerdà sobre la despoblación rural o Las vidas a la intemperie de Marc Badal, vemos que la vida rural parece una luz que titilase mientras el viento soplara a su alrededor cada vez más fuerte.

A pesar de lo anterior, en el texto se recogen ejemplos de jóvenes ilusionados y empecinados en mantener las tradiciones, en su ilusión por seguir disfrutando con los deportes rurales, como en el caso de los aizkolaris, o de los levantadores de piedras, afición compartida ahora por hombres y mujeres dispuestos en algunos casos, como se lee, a darse auténticas kilometradas cada día para poder hacer aquello que les gusta y poder seguir afianzados en el terruño. Hasier rememora a su vez aquellos oficios que van desapareciendo como lo referido a los almadieros, o el caso de una joven carbonera que mantiene vivo el oficio que le legó su padre.

El libro, que en algunos momentos acusa ciertas redundancias, lo leo como un emotivo y sincero homenaje de Hasier hacia Patxi, no solo ya por lo que supone el rol de un padre para un hijo, sino como esa figura paterna que trasciende hasta erigirse en metáfora de la vida salvaje, natural, libérrima, sincera y honesta, la cual es aquí vindicada, desde el sentimiento filial, desde su raíz hasta la copa, con palabras aventadas entre el humo del ayer y el aliento del porvenir.

El texto se acompaña de fotografías en blanco y negro de Paola Lozano Flores e ilustraciones de Zuri Negrín. Aquí puedes escuchar la banda sonora del libro.

Espasa. 2018. 358 páginas

Meridianos de tierra

meridianos de tierra (hasier larretxea)

No es infrecuente encontrar el ambiente rural en las novelas de Cela, Miguel Delibes, Abel Hernández, Llamazares y tantos otros. Sí me resulta más chocante que un libro como éste de Hasier Larretxea, nacido en el 82, huela a tierra mojada, a escarcha, a rocío, a lana esquilada, a hierba segada, que suene a trino de pájaro, a tajo de hacha, a vuelo de astillas, a cencerros y campanas, a triscar de nubes, que atavíe al lector con bufandas de niebla, con pantalones de ausencias, con gafas de sombras, con linternas de luciérnagas, que pergeñe un texto críptico, que se lee a hachazos, descortezándolo, para ir en pos de su savia, de la sangre derramada; texto poético de lumbre y fogón, de cruces y cunetas, de silencios y esperas, de cicatrices y condenas, de castigos y puños como espinas y también puerta abierta al perdón, a la reconciliación, al futuro, al abrigo y al amparo, bajo una voz salmódica que suena y que son muchas voces, una voz que son ellos o nosotros. Una voz y una escritura, un escribir que es habitar los silencios, un escribir que es otra manera de alargar el vacío.

harpo libros. 2017. 96 páginas.