Afirmó en su día Ortega y Gasset que «la claridad es la cortesía del filósofo«. Ya saben lo que reclamaba Goethe también justo antes de su fundido en negro.
Pues bien, leyendo y subrayando Soledad y destino de Emil Cioran, llego a este párrafo que contradice a Ortega. Nada raro porque a Cioran le gusta pelear a la contra. Virtud que en muchas ocasiones resulta reveladora en sus escritos.
La claridad será tal vez la marca de una inteligencia disciplinada; mas, desde el punto de vista de la riqueza y de la tensión interior, es un signo de deficiencia. A una página escrita con claridad, completamente accesible y legible en cualquier momento del día y de la vida, pero que no produce ninguna tensión, que no induce a la meditación porque no implica más de lo que está escrito, a una distinción sutil, pero estéril, prefiero una página cuya lectura sea un triunfo y que no sea oscura e incomprensible si no para aquel que no sabe que los pensamientos fecundos no pueden revestir formas comunes. La claridad corriente no es más que banalidad, porque decir algo para todo el mundo es privarlo de misterio, destruir la intensidad de la intuición originaria en favor de un esquema vago e inexpresivo […] Mejor la oscuridad que una luz mediocre […] Siento náuseas ante un mundo en el que todo está aclarado, explicado y etiquetado.