Archivo de la categoría: Hernán Ronsino

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Cameron (Hernán Ronsino)

Cameron es la tercera novela que leo de Hernán Ronsino tras Glaxo y La descomposición; me resta de leer Lumbre.
Aún tengo fresca la lectura de la magnífica Vivir abajo y de ahí me vienen imágenes de cárceles que pasan desapercibidas, pues como en los iceberg apenas se aprecia la punta que asoma a la superficie, a ojos de los vecinos, mientras la raíz, su razón de ser, permanece a la sombra, ramificando la violencia y el terror estatal, alimentando la tierra: sementera de cuerpos finados y desaparecidos.

En Cameron, novela breve de apenas ochenta páginas, Ronsino opta por esa misma especie de indefinición, de velamiento, con una ciudad indeterminada, cuyo protagonista, Cameron, vive bajo arresto domiciliario, se acerca a escuchar jazz en una voz femenina, la pasa con un amigo que oficia como locutor radiofónico nocturno y vive apaciblemente en un presente constreñido espacialmente cuyo rebasamiento supone la escorrentía de los recuerdos, el derramamiento temporal, los zarpazos de la memoria, no tanto de la culpa ni del remordimiento, pues pareciera que toda aquella época oscura no fuese más que una noche de resaca que dejara la lengua áspera y una arcada que asomase a los ojos.

La gran virtud de la novela es su clímax, la capacidad de Ronsino para sugerir, para explicar sin explicar, para dosificar la información, la narración de los hechos, la gestión de la memoria, todo aquello que capitalizó en lo que hoy es el demediado Cameron, al que le sustraen una pierna y que vendrá a ser su particular magdalena de Proust, un atentado a cañonazos contra la arboladura de su yo.

Al tirar una piedra en un estanque vemos embobados las ondas concéntricas que crecen ante nuestra mirada, la sorpresa viene cuando en lugar de ondas sentimos descargas, así Cameron, Ronsino mediante.

Eterna Cadencia. 2020. 80 páginas

La descomposición

La descomposición (Hernán Ronsino)

Hernán Ronsino
Eterna Cadencia
2014
144 páginas

La descomposición, Glaxo y Lumbre conforman La trilogía pampeana del argentino Hernán Ronsino. Comencé leyendo Glaxo. Me gustó. He leído ahora La descomposición y pienso seguir con Lumbre.

Me preguntaban mientras me veían leer esta novela que de qué iba. ¿De qué va la vida?. ¿De qué va la memoria, el olvido, de qué vamos nosotros?.

Algunas novelas no tienen un argumento al uso y un final que cierre la narración y lo explique todo. En La descomposición hay personajes, personas más bien, porque Ronsino construye personajes con muy pocos mimbres, suceden cosas, hay afectos, pasiones, envidias, intrigas, sexo, pasión, tragedia y una muerte postrera, inopinada.

Hay un mundo siempre en descomposición, que se derrama como la ceniza entre los dedos, y una literatura que trata de apuntalar algunas anécdotas, de fijar las cosas que pasaron, preservándolas así del óxido del tiempo.

Creo que el empeño de Ronsino consiste en no contar una historia lineal al uso, sino en mostrar jirones de historias, flecos de los que ir tirando, enlazando algunos de ellos, llevando al lector -como si su prosa fuera una máquina del tiempo- del presente al pasado, incesantemente y quizás por eso el libro está repleto de páginas sólo rellenadas por la mitad, como si esos espacios en blancos, esos respiradores, sólo fueran elipsis, aquello que nos toca a nosotros completar, ante, quizás, la imposibilidad de narrar.

«La letra de las letras se dispersa, poco a poco, disgregándose, hasta volverse incompresible. Una mancha aguada, gris. Sin forma».

Glaxo

Glaxo (Hernán Ronsino)

Hernán Ronsino
Eterna Cadencia
2012
96 páginas

Glaxo (2009) es la primera novela que leo de Hernán Ronsino, que con La descomposición (2007) y Lumbre (2013) conforman su trilogía pampeana.

Glaxo es una pieza breve donde el autor desmenuza la narración en cuatro momentos temporales: 1973, 1984, 1966, 1959; jirones de los cuales ir tirando para ir conociendo algo más de la vida de los personajes y de sus relaciones.

Al final de la narración lo que hay es un crimen –el autor ahí arriesga, porque lo más previsible hubiera sido empezar con el muerto- y mucho silencio cómplice en un lugar donde se conocen todos.

Ronsino abusa de las comas, con la pretensión creo de enfriar la narración, obligándonos a leer con calma, con la atención necesaria para no dejar pasar ningún detalle por alto, dado que los datos que se nos refieren nos llegan con cuentagotas y la lectura es entonces una incesante ubicación temporal por parte del lector y un continuo contextualizar cada voz que asoma en el sucinto texto, para ir ligando la historia que se nos refiere.

No siendo argentino, creo que algunas cosas que leo se me quedan por el camino, como la figura del suboficial Folcada, uno del grupo de fusiladores de la masacre de José León Suárez, o esos “zurdos” que pudieron acabar con su vida en Luján o el levantamiento de las vías del tren allá por 1973, del que es testigo la primera voz de la novela, el peluquero Vardemann, un levantamiento que le lleva a éste a soñar con trenes que descarrilan; un mundo tal como lo conocen que va camino de desaparecer, un mundo en el que el visionado de una película en un cine era capaz de transformar luego la mirada que el espectador tenía de cuanto estaba a su alrededor.

A Ronsino el rompecabezas le sale bien y esta novela polifónica resulta fluida, sucinta y precisa.

Después de haber leído hace nada a Herbert (Un mundo infiel), leer a Ronsino es casi un paseo, pues uno se ha visto en la necesidad de recurrir al diccionario en contadas ocasiones.