Estos Escritos críticos y afines de James Joyce (1882-1941) publicados por Eterna Cadencia creo que serán de interés no sólo para los lectores de Joyce sino para todos aquellos que amen la literatura. El mayor interés de estos textos reside en apreciar la evolución del pensamiento de Joyce, iniciándose con las redacciones escolares que datan de cuando Joyce tenía 14 años, en 1896, hasta otras más postreras de 1937, cuatro años antes de su muerte.
Como dice el traductor y editor Pablo Ingberg, estos textos tienen un carácter documental. Textos en los que Joyce abunda en las erratas e incorrecciones ya sean en inglés, como en italiano –lengua en la que están escritos la mayoría de los textos- erratas que luego al ser vertidas al castellano se traducen con erratas, a fin de poder apreciar así el desliz original, a tal punto que al leer, uno no sabe si las erratas advertidas son consecuencia de la traducción o no. Hay abundantes notas a pie de pagina, en auxilio y beneficio nuestro, que facilitan una mejor comprensión de lo leído.
Las redacciones escolares sorprenden, al ver lo que un Joyce de apenas catorce años es capaz de dar de sí. Si bien su pensamiento ahí es muy pueril y epidérmico a media cocción, como no puede ser de otra manera. Las reseñas que hizo de otros libros son bastante pobretonas, si bien no se sustrae al dar su opinión a menudo desfavorable sobre libros infumables, aunque en alguna reseña como la que hace del libro de Ibsen, “Cuando los muertos despertamos”, se esmera más, tanto que le vale el reconocimiento de Ibsen, que enviará una nota de agradecimiento al medio que la publica, el Fortnightly Review. Joyce lee esta pieza teatral en francés, la reseña en inglés y contesta a Ibsen –agradeciéndole sus palabras-, en dano-noruego.
Hay una entrevista a Fourier que luego le serviría a Joyce para su cuento “Después de la carrera” de su libro de relatos Dublineses. Muchos de los pensamientos que aparecen en las conferencias aquí transcritas formarían luego parte, literalmente, o reformuladas en obras posteriores como Ulises o Retrato del artista adolescente.
La parte mollar, con la que más he disfrutado, más que con sus escritos históricos y políticos sobre una Irlanda que se quiere independiente, son los escritos literarios, aquellos en los que con sagacidad y agudeza, Joyce habla de Defoe, Oscar Wilde, Mangan, Shakespeare, Dickens…
Dejo unos párrafos que me han parecido muy jugosos:
James Clarence Mangan era uno de esos extraños extraviados espíritus los cuales creen que su vida artística no debe ser más que la continua y verdadera revelación de su vida espiritual, los cuales creen que su vida interna vale tanto como para no tener necesidad alguna de apoyo popular y por eso se abstienen de proferir confesiones de fe, los cuales creen, en fin, que el poeta es suficiente para sí mismo, heredero y poseedor de un legado secular, y por eso no tiene alguna necesidad urgente de hacerse gritón, predicador o perfumista.
Shakespeare, con su paleta tizianesca, su facundia, su vehemencia epiléptica y su furia creadora es un inglés italianizado.
El primer escritor inglés que escribe sin copiar ni adaptar las obras extranjeras, el cual crea sin modelos literarios e infunde a las criaturas de su pluma un espíritu verdaderamente nacional, el cual fábrica por sí mismo una forma artística que quizá no tiene precedentes, excepción hecha de las monografías sumarias de Salustio y de Plutarco es Daniel Defoe, el padre de la novela inglesa.
Según Joyce, desde los tiempos de Shakespeare, ningún escritor ha influido en la lengua hablada de los habitantes del Imperio Británico como lo ha hecho Dickens.
Cuenta Joyce, que William Blake poco antes de morir decidió aprender la lengua italiana con el único fin de poder leer en el original la Divina Comedia y para ilustrar la visión de Dante con dibujos místicos.
En los escritos finales es curioso ver lo necesario que a veces es el aliento y ayuda que un escritor infunde y ofrece a otro, como hizo Ezra Pound con Joyce cuando esté estaba escribiendo el Ulises o bien ayudándolo a conseguir becas y subsidios cuando llegó a Zurich en 1915, sin trabajo alguno. O la relación entre Joyce e Italo Svevo dándose a leer ambos sus escritos y cómo a través de los parabienes que recibe la obra de Svevo por parte de Joyce, éste empezará a ser reconocido fuera y apreciado dentro de Italia.
Eterna Cadencia. 480 páginas. 2016. Traducción de Pablo Ingberg.