Archivo de la categoría: Joseph Conrad

conrad2

El copartícipe secreto (Joseph Conrad)

En 2005 la editorial Atalanta inauguró su colección Ars brevis publicando El copartícipe secreto de Joseph Conrad con traducción de Francisco Torres Oliver. Acompañaba a la novela un ensayo muy cundido, Joseph Conrad: homo dúplex de Jules Cashford.

La palabra copartícipe (en otras ediciones como la de Bruguera se optó por confidente) en un título me causa el mismo asombro que si leyera, por ejemplo, mancomunado. El copartícipe no es aquí un “otro” como en El Horla de Maupassant que abocaba a su trasunto a la locura, sino más bien un alma gemela.

A bordo de un barco un joven capitán una noche que deambula solo por cubierta descubre aferrado a la escala a un hombre. Sin saber bien por qué en lugar de propalar la noticia por todos los rincones de la nave, se acerca con cautela al extraño, le escucha, cree su versión y en definitiva le salva la vida, escondiéndolo en su camarote.

Ese es el eje principal de la novela, una decisión que marcará el resto del relato, alimentado por una tensión y un suspense que lo recorre de principio a fin. El buen oficio de Conrad narrando es palpable, tanto que te ves de buenas a primeras y sin darte cuenta a bordo de la nave, frente al mar, bajo el cielo, dentro del camarote del capitán, testigo de excepción de esas dos almas gemelas haciendo ambas equilibrismo sobre el alambre. Si al polizón lo descubren sería su final. Si descubren que el capitán protege a un extraño acusado de asesinato no correría mejor fortuna.

El momento en el que los dos hombres se ven por vez primera, marcará todo lo demás. El proceder del capitán interpela al lector y lo lleva a preguntarse qué hubiera hecho él en una situación pareja. Olvidando su cargo, su posición, incluso su “deber” el capitán se deja llevar por algo más primario, más natural, más atávico, que le da vuelta al Homo homini lupus: la bondad, la necesidad irrefrenable de ayudar, incluso quien sabe si de dar alas a un nuevo destino.

Como una lectura te lleva (o incluso te encadena) a otra, a este puerto me ha traído, 8.38 de Luis Rodríguez, dado que la relación entre dos personajes de esa novela era, en su comienzo (y así se nos hacía saber, mentando la obra de Conrad) como la de los dos protagonistas de esta breve y magnífica novela.

Editorial Atalanta. Traducción de Francisco Torres Oliver. 2005. 132 páginas.

Joseph Conrad en Devaneos

El corazón de las tinieblas
El primer lector de Conrad (Enrique Vila-Matas)
Lord Jim
Un padre extranjero (Eduardo Berti)

Lecturas periféricas ¿Por qué Conrad? (Roberto Breña)

Joseph Conrad

Lord Jim (Joseph Conrad)

Decía Rafael Sánchez-Ferlosio respecto de Crimen y castigo que a pesar de los estupendos diálogos con el juez no pasaba de ser un mediocre folletón, no como Lord Jim, que según él era una obra maestra, porque en esta última funcionaba exclusivamente la moral de Lord Jim y sólo él era responsable y agente de su propia redención, mientras que en Crimen y castigo, la redención de Raskólnikov, es algo a todas luces querido y dirigido por Dostoievski. El final de Crimen y castigo no me convenció, no me resultó coherente con lo anterior. Llevaba años queriendo leer Lord Jim. Finalmente hoy lo he concluido.

Dijo Bioy Casares que por las digresiones penetra la vida y Lord Jim es una digresión continua, con una historia central y otras muchas orbitando a su alrededor. Hablar de Lord Jim es hablar de su final, así que quien lea esto sería conveniente que lo haga después de haber leído la novela.

Jim, Lord Jim, muere y su final es consecuente dado que parece que no hay redención posible, o no una redención total, a pesar de que Jim, logra por unos años rehabilitarse, reinsertarse, recuperar la confianza en sí mismo, erigirse como un líder, alguien a quien seguir, alguien confiable, lejos del mundanal ruido, allá a lo lejos, en un lugar recóndito, apartado, rodeado de gentes sencillas, donde su único afán será conseguir el bien común, evitar los derramamientos de sangre inútiles; mejorar en definitiva la vida de cuantos los rodean.

La vida de Jim nos llega velada, a través de fragmentos, que son jirones de la existencia que Marlowe -que oficia de cronista- nos irá refiriendo. Jim, capitán de barco, hace una Schettinada en toda regla y se da el piro ante el inminente hundimiento de la nave. Jim es juzgado, absuelto, sobrevive, y luego es un alma en pena, preso de los remordimientos, siempre cuestionando lo que hizo, y por qué lo hizo. Un acto que luego trata de purgar, como se refiere arriba. Un acto vil que Jim necesita redimir, al margen de la humanidad, la misma que puede salvarle, y librarlo de sus cadenas.

Poderosa y muy entretenida es la narración de Conrad en la descripción de los paisajes (tras esa muralla de bosques bordeada por una cenefa de espuma blanca, tras esa costa, que bajo el sol poniente, parece la misma fortaleza de la noche), sean marinos o de interior. Pero más allá de tantas aventuras y desventuras, de tantos afanes, lo que está en juego es Jim y su conducta, su moral, el enjuiciamiento de sus actos, de ahí que quizás donde la novela se engrandezca es en ese tratar de desentrañar un alma donde anidan sentimientos encontrados (los de un ser trágico, dueño de su destino), lo que impide las etiquetas, las clasificaciones, porque un acto de cobardía no está reñido con un acto de grandeza, la exposición pública con el retraimiento social, y sobre eso es sobre lo que Conrad crea su discurso, en ese terreno ceniciento, lejos del blanco y del negro, en el que alma humana lucha, se debate y a veces naufraga.

Como dice uno de los personajes femeninos de Los monederos falsos de Gide la cual sufrió un naufragio «comprendí que había dejado hundirse una parte de mí con el Borgoña, que en adelante cortaría los dedos y las muñecas a un montón de sentimientos delicados para impedirles meterse y hacer que zozobre mi corazón«.

El hundimiento de Jim no es solo físico, es espiritual.

Pre-Textos. 508 páginas. Año 1998. Traducción: José Manuel Benítez Ariza