La obra maestra es robar la escultura de Richard Serra, no hacerla, dice Isidoro Valcárcel.
Una buena historia hace un libro, creo.
Que una escultura (Equal-Parallel/Guernica-Bengasi) de treinta y ocho toneladas desaparezca de un almacén sin dejar rastro resulta muy novelable. Esa idea le rondará a Juan Tallón durante años hasta que puede llevarla finalmente a término.
Una novela que en la suma de testimonios de todo tipo (artistas, políticos, el propio Serra, taxistas, empresarios, celadores, escultores, escritores, juezas de instrucción, policías, funcionarios del Reina Sofía y un largo etcétera) pudiera resultar infinita o inabarcable.
La obra desaparecida no aparece y esa desaparición es un misterio sobre el que los múltiples testimonios aquí vertidos (algunos de ellos controvertidos) no arrojan ninguna luz.
En la naturaleza polifacética de la novela (muy interesante la relación que se establece entre Serra y Oteiza) es donde reside la grandeza de la obra. En una obra que además de enganchar nos hace también pensar acerca, por ejemplo, de la naturaleza del arte moderno, y en concreto en la particularidad de las obras de Serra que son indisolubles del tiempo y el espacio que ocupan.
Un trabajo el de Serra que precisa de tanta gente que se convierte en una «compañía». Obras algunas efímeras. Escultor capaz de convertir las ideas en técnica.
Al leer sobre La materia del tiempo y su permanencia en el Guggenheim, recuerdo que en 2003 visité el museo y que recorrí la sala y los volúmenes de acero. Ahora sé que eran de Serra. Dos décadas después descubro que me paseaba por entre una obra maestra.
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Elogio de la imaginación
Dentro de los Encuentros de Pamplona 72-22, que se desarrollan del 6 al 18 de octubre en diversas sedes de la capital navarra, esta mañana a las 11 en el edificio Civivox Condestable, en Pamplona, ha tenido lugar la mesa redonda titulada Elogio de la imaginación con Roberto Valencia (Al final uno también muere) como moderador y con Belén Gopegui (La escala de los mapas), Ignacio Echevarría y Juan Tallón (Fin de poema) como invitados.
Descontado el tiempo para las preguntas de los asistentes y la presentación de Roberto, la hora y cuarto restante me ha resultado muy corta.
La mayor presencia de libros de autoficción parece que quita protagonismo a la ficción en las novelas hoy en día. Ficción que hay que reivindicar. No toda, claro está, como ha puntualizado Belén, siguiendo las palabras de Susan Sontag, en la necesidad de hacer categorías en la ficción y no meter todo en un mismo saco. Tallón ha comentado que siente que las novela basadas en hechos reales presentan para los lectores un aval, en relación a aquellas que no lo están.
La ficción fue la manera de hacer ver que las historias de la religión eran falsas, también una herramienta para cuestionar el poder. La ficción no se mueve en términos de verdadero o falso y es capaz de cuestionar cada cosa. Hoy parece que las fronteras entre lo que es ficción y lo que no lo es, se desmoronan porque las novelas presentan elementos de ambas y tienden a confundirlo todo. Gopegui reflexiona acerca del valor del testimonio, acerca de qué me quiere contar el otro, cómo me lo quiere contar, qué espera de ese testimonio, si cae en lo obsceno o no, porque uno tiende más que a contar, a justificarse, a contarse, a contarnos, con un relato capaz de redimirlo, ¿dónde queda la sinceridad? Gopegui busca más el pensamiento que la emoción en la lectura, el leer nos lleva a hacernos preguntas no a embaucarnos. Comentaba también Belén cómo la realidad se convierte hoy en un relato, cuando habría que dar más importancia a los hechos y que esto es así porque no se hace bien la labor política. El ejemplo es la guerra en Ucrania. Lo que nos llega es un relato que impide cuestionarnos nada, cualquier movilización, un No a la guerra, por ejemplo. Asimismo ha comentado Belén la tendencia ombliguista de cierta autoficción masculina, y cómo la autoficción femenina atiende a la necesidad de contar sus historias, porque nadie las había contado antes. Pensemos en Gornick.
La realidad, ha apuntado Tallón es hoy a la carta de cada usuario, donde cada uno se hace su propia realidad, cuando la realidad, ha matizado Belén es una, si bien, cada cual la interpreta a su manera, en un horizonte, como ha señalado Ignacio, más homogéneo, porque la realidad nos entra casi en su totalidad y a todos por igual, a través de los teléfonos móviles.
Una conversación a cuatro bandas muy amena y sustanciosa.
Y como regalo he podido conocer a Roberto Valencia y saludar a J. A. González Sainz (La vida pequeña. El arte de la fuga).
Fin de poema (Juan Tallón)
Juan Tallón
Editorial Alrevés
160 páginas
2015
Este libro de Juan Tallón, de quien no había leído nada hasta ahora, ha sido una muy grata sorpresa. Lo publicó hace dos años en gallego y a finales de 2015 el autor lo tradujo al castellano. Recoge el devenir de cuatro poetas; Cesare Pavese, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton y Gabriel Ferrater. Lo acertado de la selección viene dado por lo singular que resulta cada uno de ellos, por su deambular cerca del precipicio. Hay un alimento común en este cuarteto: la soledad.
Más allá de su prestigio, de su fama, de los libros que pudieran vender, se sentían solos, lo suficientemente solos y desamparados como para pensar en suicidarse y llevarlo a cabo. A menudo, quien no deja a nadie atrás, no muestra tantas reticencias de cara a dar el paso final.
Tallón, en breves capítulos nos va avanzando retazos de la vida de cada uno de ellos y los va intercalando. Las anécdotas se suceden y algunas son memorables como la de la joven Pizarnik encargada de pasar a máquina Rayuela de Cortázar, ensimismada con la lectura novela, al punto de hacer dejación de sus funciones de mecanógrafa y finalmente desapareciendo (temporalmente) el manuscrito en su casa, para desesperación del escritor. O bien, la negación de Cesare Pavese a publicar en la editorial Einaudi, Si fuera un hombre de Levi, porque buscaban cosas más modernas y lo que Levi le mostraba resultaba trasnochado. Libro que luego se convirtió en un clásico y que para mí es de obligada lectura. Un Levi que después de trabajar durante más de diez horas de químico llegaba a su casa y se ponía a escribir, a contar su vida, a revivir. Eso se llama tesón.
Tenemos al poeta Ferrater, emboscado en el alcohol, sin escribir poesía, porque cree en lo que enuncia.
«El verdadero poeta deja de hacer las cosas cuando ya las sabe hacer, no las alarga, porque entonces hace estilo de su propio estilo»
En cuanto a Anne Sexton, su vida es un desastre, con intentos de suicidio, internamientos en sanatorios, saltos de amante en amante, pero hay algo diferente: la poesía. Una Sexton a quien un cura al que confiesa sus ganas de suicidarse le replicará.
«Dios está en tu máquina de escribir…tienes que seguir escribiendo, mucha gente necesita tus versos, sobre todo esos versos son necesarios para ti».
Cesare, persevera en el amor, sin éxito, lo cual le ha hecho fracasar el doble, el triple, ilimitadamente. Una lógica que el poeta no entiende, pues lo que suele funcionar en otros terrenos, en el amor no funciona.
La prosa de Tallón, pródiga en hallazgos, aviva la narración, la ilumina, nos subyuga y sitúa frente a los poetas, nos deja ser testigos de excepción de su intimidad, y certifica que ni la literatura, ni la poesía, son capaces de vencer al impulso suicida, más bien, en algunos casos, dará argumentos al suicida para llevar a cabo su jugada maestra.
Leer los artículos de Enrique Vila Matas o libros soberbios como este de Juan Tallón, los concibo como el mejor Plan de fomento de la lectura y de paso una manera de amar la literatura y a aquellos escritores que la sustancian y dan esplendor. Aquello que experimenté hace ya casi dos décadas leyendo El periodismo es un cuento, lo he vuelto a sentir con esta obra de Tallón.