Maximiliano Barrientos
126 páginas
2011
Editorial Periférica
La última novela de Maximiliano Barrientos, La desaparición del paisaje, es la crónica de un regreso, un ejercicio de reconstrucción de un pasado, velado, cercenado y fragmentado. En esta novela, escrita en 2011, los personajes en lugar de regresar, huyen, son fugitivos de sus propias vidas, que se extravían por carreteras desiertas, dormitando en Hoteles, hablando con extraños, acumulando kilómetros, y experiencias, quieren creer que construyéndose un pasado, fabricando imágenes, que son las que construye y plasma sobre el papel Barrientos, flashes de escaso impacto, como cuando nos alumbran con una linterna y luego el haz de luz se dirige a otra parte.
El autor registra este tiempo fugitivo en tres voces que narran. Las voces de Tero, Abigail y Adriana. La última, es una niña que fantasea con los efectos de una tercera guerra mundial. Los dos primeros una pareja de adultos, ex actores porno. Circunstancia esta que parece reclamar una atención que luego cae en saco roto, dado que esa profesión no afectará a la historia en grado mínimo (más allá del típico tópico que hace que la gente rechace o no mire con buenos ojos a quienes hacen de la pornografía su medio de vida).
Barrientos plasma la sociedad líquida en la se insertan estos jóvenes. Si la vida de sus padres fueron largos viajes, relaciones duraderas, costumbres solidificadas, la de estos jóvenes por el contrario es la vida del movimiento, del deambular en múltiples viajes rápidos, cortos y a menudo dolorosas relaciones.
Si en La desaparición del paisaje Barrientos (novela de mucho mayor recorrido que esta) ofrecía una mirada capaz de emocionar, estos Hoteles, y el deambular de los personajes, deja poco margen a la imaginación. Sus personajes son como los coches que vemos pasar desde un área de servicio a toda velocidad: presencias reales a quienes la velocidad transfiere la cualidad de fantasmagóricas y episódicas.
La lectura de Hoteles me confirma el salto que Barrientos ha dado en estos cuatro años. Aquí ya había cosas que iban cogiendo forma, personajes que pedían la palabra, cierto estilo embrionario, que en su última novela Barrientos resuelve con maestría.