Archivo de la categoría: Literatura Boliviana

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Tierra fresca de su tumba (Giovanna Rivero)

Tierra fresca de su tumba
Giovanna Rivero
Candaya
Año de publicación: 2021
174 páginas

Seis relatos componen Tierra fresca de su tumba, escritos por la autora boliviana Giovanna Rivero (Montero, 1972).

Uno de los muchos alicientes de los relatos son sus tramas, muy variadas. Los personajes se sitúan en la periferia, viven en comunidades religiosas como la menonita, en una colonia japonesa en Bolivia, encuentran amparo en la música, en el gospel en una iglesia canadiense (en Piel de asno), parecen querer huir también de sí mismos, de sus miedos, sus traumas, de las garras del pasado. Los elementos perturbadores se manifiestan a través de la violencia, la violación (en Mansedumbre y Socorro), la enfermedad, el alcoholismo, los abusos sexuales, la familia, la ciencia, cuando emplea humanos como cobayas codiciosas (en Hermano ciervo), etc, pero todos estos elementos, debido a la extensión de los relatos, permiten trascender la mera anécdota y dan lugar a algo mucho más consistente.

Leyendo a Giovanna es evidente la capacidad de la autora para amasar las palabras, que uno lee y paladea y también para amansarlas, pues a pesar de lo que hay en juego, no se abunda en el tremendismo, en la vacua sensiblería pirotécnica. La realidad y la fantasía, las podemos ver como una puerta giratoria, evidenciada por ejemplo, con toda la sutileza, en el relato Cuando llueve parece humano. El terror puro se logra no tanto por lo que se muestra, como por lo que no se sabe, y queda oculto, pero se intuye, en el diálogo entre una madre que ha perdido a su hijo en el mar y el testimonio de quién estuvo a su lado en el naufragio, en Pez, tortuga, buitre.

La prosa delicada, matizada y bella, a pesar de la crudeza de lo expuesto, me remite a la técnica del origami de uno de los relatos, es en esa delicadeza del papel, deslumbrante por su plástica belleza -si se quiere, aquí convulsa- donde cristalizan los méritos de estos espléndidos relatos, muy capaces de remover y conmover y pienso, por ejemplo, en el primer relato La mansedumbre, que me trae ecos de Enero, de Sara Gallardo, si bien aquí la sequedad, no es tal, más bien, tierra húmeda en las manos, cuyo contacto al rastrillar nos trae la memoria de nuestro ser material, orgánico, natural.

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Nuestro mundo muerto (Liliana Colanzi)

El libro lo conforman ocho relatos y una vez leídos no me he dejado huella ninguno de ellos. Pululan ideas interesantes como la de los primeros colonos en Marte, pero la labor del escritor es desarrollarlas y acabarlas con éxito y no he visto nada de esto por ninguna parte. La prosa de Liliana Colanzi (Santa Cruz, Bolivia, 1981) me parece muy mortecina, muy de manual, muy de buscar temas resultones que quedan muy bien en la contraportada del libro pero que leídos nos convierten en esclavos de Morfeo.
Esperaba muchísimo más, porque tenía entendido que Liliana era un promesa o una realidad, no lo sé exactamente, pero a mí no me ha parecido ni una cosa ni la otra. Será que he leído recientemente novelas muy potentes de autoras como Rita Indiana, Fernanda Melchor o Mónica Ojeda (La mucama de Omicunlé, Temporada de huracanes, Nefando) y esto me ha resultado muy deslavado, escasamente absorbente, relatos que emiten como estrellas luz muerta hacia este mundo nuestro.

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Una casa en llamas (Maximiliano Barrientos)

Maximiliano Barrientos
2015
96 páginas
Eterna Cadencia

No cuesta reconocer en estos relatos de Maximiliano Barrientos lo que ya estaba presente en sus dos anteriores novelas, Hoteles y La desaparición del paisaje, novelas en las que Maximiliano construía potentes imágenes en las que sus personajes indagaban en un pasado que reconstruían como un puzzle en el que faltaban muchas piezas y en donde el lector asistía a una recomposición, mezcla de recuerdos y ficciones, si acaso a menudo no son lo mismo.

En La casa en llamas, publicado por Eterna Cadencia, Maximiliano reúne seis relatos y hay un hilo conductor, una especie de mal fario, que no solo flota en el ambiente, sino que cala en los personajes, a los que parece que la soledad, la tristeza, la desesperanza, el dolor y los recuerdos trágicos, los acorralan y los dejan a la intemperie, al albur de un presente tan líquido como precario.

En No hay música en el mundo tenemos a un boxeador en el ocaso de su carrera a quien la derrota sobre el ring se unirá la mofa por parte de unos cazadores, donde las ganas de descansar del boxeador, quizás de reinventarse, se verá reemplazadas fatalmente por el sueño eterno.

En Algo allá fuera, en la lluvia, mientras al protagonista le comen la verga, éste no se quita a su padre de la cabeza. Una familia rota, el pasado hecho añicos, la cabeza maltrecha, esos procesos químicos que conducen a hacer cosas arbitrarias, ante las que un por qué, produce un eco mudo.

En Sara, una mujer, Sara, se cobra su particular venganza secuestrando temporalmente al hijo del hombre que en su día permitió que la violaran. Una mujer que constata que una parte suya ha muerto cuando ve en un bar a otras mujeres más jóvenes, más joviales, mujeres en las que ya no se reconoce, mientras su pasado traumático, no acaba de pasar, ni de pesarle.

En La memoria de Tomás Jordán un joven celebrará cada año con la mujer de su hermano asesinado en un atraco, la muerte de éste, una rememoración macabra, donde el pasado, convertido en presente continuo es una herida que mana, que nunca cicatriza porque el protagonista así lo quiere, como si ese recuerdo trágico, pero recuerdo al fin y al cabo, fuera la única manera de sentir a su hermano muerto, de resucitarlo y de sentirse él a su vez vivo también.

En Fuego tenemos a una pareja que se une y desune, donde no faltan las infidelidades, el amor trágico, un aborto. Una relación durante un lustro. Una relación que se malogra con la locura de ella. Una imposibilidad más.

El relato que cierra el libro, el más largo, de título Gringo, es el más salvaje de todos. Un extranjero, el Gringo, el tío del narrador, pasa al primer plano con unas fotos antiguas en las que se le ve haciendo cosas horribles. Ante esas fotos, surge la duda de qué hacer. Esa duda ante la que el narrador ejercerá de juez, para cambiar, no unos actos pretéritos, sino para evitar las consecuencias que los mismos pueden tener. Lo que nos llevaría a pensar acerca de en qué medida la verdad a secas, opera como una liberación o bien como una condena. En qué medida, saber, nos ayuda o nos esclaviza al pasado.

Creo que la mejor novela de Maximiliano todavía está por venir, dado que ya hay una voz, un estilo y cosas que contar.