Archivo de la categoría: Literatura Colombiana

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Azares del cuerpo (María Ospina Pizano)

Azares del cuerpo se me antoja un título muy sugerente, aunque luego la lectura del contenido de los seis relatos me lo desmiente. La colombiana María Ospina (Bogotá, 1977) debuta en la ficción con este libro.

El mejor relato es el primero titulado Policarpa. Marcela, una guerrillera fugada es acogida por el gobierno colombiano bajo un plan de reinserción y empieza a trabajar en un hipermercado. Ha tomado unas notas con forma de relato autobiográfico de sus vivencias en la selva, y trata de darle formato con la ayuda de una editora. Lo interesante viene cuando ese relato que se quiere autobiográfico, se ve enriquecido por parte de la editora que añade cosas que no pasaron y por parte de la autora que hace lo propio. Esa materia en bruto que es el testimonio acaba convertida en otra cosa, ya que se está más pendiente de la recepción del lector, que de los hechos en sí, hechos que por otra parte no son muy interesantes ya que Marcela no deja de ser más que una pieza minúscula dentro de un gran engranaje que solo se aprecia bien cuando se coge la oportuna distancia, de la que ella carece. Sobre esta base hubiera sido interesante un relato que hubiera conjugado en su totalidad los dos textos, el original y el obliterado por la editora.

De los otros cinco: Ocasión, Salvación de señoritas, Fauna de las eras, Collateral Beauty, y Azares del cuerpo no salvaría ninguno. En ellos María Ospina nos habla de una mujer que trata de salvar a una novicia (en Salvación de señoritas), una salvación que siempre es un tema delicado, pues no se sabe a menudo quién salva a quien.

La convivencia en el hogar con un sinfín de bichos, en Fauna de las eras, es el más simple y el peor relato -con formato de diario- del libro, con un chat horripilante.

En Collateral Beauty y Azares del cuerpo, tenemos mujeres muy dadas al coleccionismo, ya sean muñecas o tijeritas, personajes que se comunican algunos de ellos hoy en día curiosamente por carta, y que tal y como los desarrolla María caen, a mi parecer, en la nadería más absoluta, sin dotarlos del menor interés, ni a sus personajes, ni a sus circunstancias, con una prosa deslucida que proporciona muy pocas alegrías y bastante aburrición.

Las afueras. 2020. 172 páginas

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La perra (Pilar Quintana)

Poco más de cien páginas le bastan a Pilar Quintana (Cali, 1972) para montar una historia robusta, subyugante, que se lee en dos arreones.

Todo bascula sobre la perra del título y el ansia de la cuarentona Damaris por ser madre, sin éxito, junto a su pareja Rogelio, drama que nos puede traer ecos de los parejos sinsabores de la mujer yerma lorquiana.

A pesar de su brevedad la novela irá mostrando distintos recovecos en la forma de actuar de Damaris, que bien pudieran pillar al lector desprevenido, pues de entrada, que Damaris a falta de hijos supla la carencia y se encariñe y encapriche con una perra cachorrita es algo comprensible. La cosa se enrarece y da un golpe brusco de timón cuando esa relación entre la mujer y la perra (ya adulta e indisciplinada) se afile, corte y rasguñe. Donde anidó el amor bien pudiera anidar ahora el odio, alimentado por la envidia, pues vemos, tirando de refranero, cómo a menudo Dios da pan a quien no tiene dientes.

La historia se ubica en una casa frente al mar -océano- Pacífico, en un acantilado, donde la pareja vive en precario, peleando cada día por su subsistencia: Rogelio faenando, ella limpiando las casas de gente adinerada y ausente de la zona, que las mantiene deshabitadas.

La frondosidad vegetal, la selva acechante encarnando el peligro o la muerte, las constantes lluvias, el calor asfixiante, los zancudos siempre ávidos y siempre jodiendo la piel ajena, los gallinazos caligrafiando la parca mirada celestial, crea todo ello una atmósfera tan sensitiva como pegajosa, donde se adhieren también los recuerdos de Damaris, como el del finado Nicolasito, que lejos de corroerse con el óxido del tiempo están siempre ahí rondando, esperando su ocasión para malmeter, aventando la culpa, impeliendo a Damaris a embocarse en el precipicio de su propio ser.

Literatura Random House. 2019. 108 páginas

Escritoras latinoamericanas en Devaneos

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Declive (Antonio García Ángel)

129 páginas que se me han hecho eternas. Sí, hay una metamorfosis, la del lector, que pasa del aburrimiento al sopor en escasos minutos, porque la historia de Antonio es tan simple y su prosa tan mediocre que uno acaba harto de leer marcas comerciales ya sean entidades financieras o bebidas refrescantes, de seguir el deambuleo de Jorge, el protagonista, por las calles de Bogotá, de diálogos insulsos ceñidos al habla coloquial (Dale, prueba la mazorca que está deli. ¿Por qué te separaste? Soy muy metida; si no quieres contarme, fresco) con textos de canciones de reggeton incluidas (Mi jeva me quiere matal, ella me hace peldé el control…mi jeva quiere vacilón, quiere bailal, quiere gozal toa la noche) y sobre todo porque esta historia tan insulsa no hay por donde cogerla, pues Jorge que está enfermo, por mucho de que todos a su alrededor le hagan ver que no se encuentra bien y a pesar de que cursara en su día unos cursos de enfermería, es el último en enterarse de que esas hormigas que cree ver, cifran su declive y lo llevan por el camino de la amargura, son fruto (envenenado) de su mente.

Literatura Random House. 2017. 129 páginas.

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Cien años de soledad (Gabriel García Márquez)

Oímos los truenos y esperamos el rayo. Y es tan dulce y tan arrullador el sonido de la lluvia, que nos olvidamos del rayo. Queremos que la lluvia siga, que siga diluviando y así beber de esta sopa de letras que alimenta y esponja el alma. Queremos vivir indefinidamente bajo esta lluvia orquestada de truenos. En este Macondo irreverente, delirante, grotesco, sorprendente y mágico, ubicado al borde de la pesadilla, de la alucinación, en una ciénaga, dónde los humanos sobreviven, se aparean, se atormentan, se vierten con furia en otros cuerpos y se pierden en el laberinto y oquedades de la carne ajena, entre caricias apremiantes, víctimas del ávido deseo húmedo y clamoroso, de las servidumbres de una estirpe que se resiste a ser esterilizada, donde se libran guerras absurdas e interminables, bajo la luz fúnebre de un letrero de guarismos sanguinolentos: 3408, tiempos convulsos y erizados por la áspera caricia de una aurora de dedos artrósicos, figuras centenarias apacentando la espera sin desesperación, libando la hiel de la soledad, donde la vida, siempre de parranda, resulta exultante, cálida, y se llega a una edad en la que se pasa de fabricar recuerdos a sacarles brillo, inermes ante los zarpazos del olvido. Macondo, alucinado y alucinante, inolvidable, es ya carne de nuestra carne, comején de nuestras certezas, alimento de nuestros sueños y quien sabe si también de la peste de nuestras pesadillas. Buendía el que me decidí a leer (buena parte de la misma en voz alta) esta novela. Gabo, allá donde te encuentres, gracias por depararme tantas horas Arcádicas de gozosa lectura. Más de medio millón de ratings de esta novela en GR. Cuando Gabo se cogió un año sabático, que fueron 18 meses y acabó endeudado, no sé si era consciente de que el correr de los años -y el éxito de crítica y público- la acabaría convirtiendo en una obra maestra.