Archivo de la categoría: Literatura Inglesa

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Recuerdos de un jardinero inglés (Reginald Arkell)

Recuerdos de un jardinero inglés
Reginald Arkell
Traducción de Ángeles de los Santos
Editorial Periférica
Año de publicación: 2020
224 páginas

Para abordar la estupenda novela de Reginald Arkell (1872-1959) escrita en 1950 recurro a estas palabras de Hölderlinpuede que actualmente los jardines existan para recordarnos que en otro tiempo habitábamos la Tierra de una forma más poética o para rescatarnos de la soledad en la que nos ha sumido nuestra fe en el progreso y la tecnología. El camino de vuelta al jardín es también el reencuentro con nosotros mismos, con el jardinero y el poeta que resiste a pesar de la creciente desnaturalización de nuestro entorno“.

Palabras muy oportunas que se adaptan como la lycra al espíritu de la novela, dado que el protagonista de la misma es Herbert, un jardinero inglés para quien su jardín es una especie de limbo, al margen de las dos guerras mundiales que sucederán a su alrededor, un paraíso sustraído a la tecnología y el progreso. El suyo es un saber ancestral, en el que Herbert desplegará su especial sensibilidad. No obstante, cualquier manifestación artística del espíritu (como lo es también la jardinería) en momentos de guerra pasa a considerarse algo accesorio, así en el caso de Herbert su jardín será visto durante la contienda bélica con los ojos del utilitarismo, orientado a producir algo que palie el hambre y no el procurar un placer estético a ojos cegados.

Acompasado con las cuatro estaciones el octogenario Herbert nos refiere su vida, una vida dichosa, una primavera marcada por la orfandad, pero alegre, con una profesora, Mary Brain, que le iniciará en el mundo vegetal, dando a cada flor y planta su nombre; un verano en el que tomar las bridas de su existencia, negarse a ejercer de campesino o trabajar en una granja, pues lo suyo, lo tiene claro desde muy pronto, es la jardinería. En su auxilio vendrá Charlotte Charteris que lo pondrá al frente del jardín de su mansión. El otoño de su existencia, de los cincuenta a los sesenta y cinco años, marcará su periodo más satisfactorio, la obtención del reconocimiento por parte de sus compañeros de profesión, la asunción del prestigio y una honorabilidad bien asentada en la comunidad, no obstante, el progreso, la manera en que la juventud tiene de tratar a sus mayores, cada vez más irrespetuosa, mudará a peor, algo que Herbert experimentará en su persona, si bien su inteligencia y audacia le permitirá salir airoso de las asechanzas y desafíos que las nuevas juventudes le presentan, preservando para sí buena parte de ese bien tan preciado que es la autoridad bien ejercida.

Herbert en manos de Arkell con una prosa chispeante, vívida, alegre, humorosa, beatífica diría, en estos tiempos coronavíricos tan aciagos, fragante y colorista (cómo no ver y oler esos lirios, prímulas, nomeolvides, dedaleras, gordolobos, julianas, orquídeas, lilas, clavellinas…), resulta un personaje memorable, no por sus múltiples hazañas que no las hay, sino por su temple, su filosofía de vida, su empeño, su incólume dignidad y una entrega, la suya, que se verá recompensada, ante un mundo convulso y acelerado que no puede controlar ni conservar, al contrario que su bien preciado jardín, donde sí pudo durante seis décadas cuidar, mimar y amar a sus retoños.

El extraño caso del Dr. Jekyll  y Mr. Hyde

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Robert Louis Stevenson)

Hay novelas breves que pasan a la historia por méritos propios. Cuando Robert Louis Stevenson publicó en 1886 a sus 35 años El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y le fueron llegando comentarios a su obra, algunos de los cuales cuestionaban ciertas partes de la novela, por su falta de verosimilitud, o mejor, porque ciertas cosas que se decían no parecían propias de un rufián como Hyde, Stevenson se defendía aduciendo que si hubiera tenido un año para escribirla y no unos pocos meses y mucha estrechez económica, además del socavamiento de una maltrecha salud, la novela hubiera sido otra. Mejor no, muy probablemente.

Leída hoy, el lector ya va avisado, porque la novela de Stevenson y el binomio Jekyll y Hyde forman parte ya de nuestra cultura moderna. Hay adaptaciones cinematográficas para aburrir. Hace nada estaba viendo la sexta temporada de la serie Once upon a time y salían Jekyll y Hyde y aquello -junto a las horas confinado en el domicilio, y a que para un lector voraz y buen amigo esta novela sea su preferida- actuó como acicate para esta lectura. Lo interesante sería saber qué sentiría un lector cuando tuviera entre manos a finales del siglo XIX una novela como ésta, precursora -como se anuncia en la introducción a cargo de Manuel Garrido– de géneros como la novela de detectives y la ficción científica. En el plano psicológico parece que el entramado de Freud, sería a su vez, como algo creado ad hoc para explicar la novela de Stevenson. Henry James se preguntó al leerla si aquella era una obra de elevada intención filosófica o la más ingeniosa e irresponsable de las ficciones. Esta pregunta ya va a cuenta del lector de una obra que ha mantenido vivo su espíritu con el paso de los siglos, como se ve.

Stevenson genera suspense desde el comienzo y hasta casi el final no se desvela el pastel y esto redunda en favor de la tensión narrativa, generando una atmósfera enfermiza, un climax sostenido y muy bien dosificado que se acrecienta en su final, cuando queda finalmente claro qué relación existe entre Jekyll y Hyde, cuando el doctor trata de explicarse y entenderse por escrito, aduciendo razones psicológicas para desentrañar la disociación que experimenta, los dos polos personales que no se tocan, actuando uno como contrapeso del otro, pero sin la fuerza necesaria para que Hyde no se desmadre y se rinda a sus obscuras y letales pasiones, ante lo cual solo la muerte (doble) parezca resultarle a Jekyll una opción válida.

El halo fantástico de la novela de Stevenson aboca irremediablemente a otra novela anterior, Frankestein, publicada en 1818. En 1882 Maupassant había publicado, a su vez, un relato fascinante, titulado El Horla, donde también se daba una disociación, narración con la que Maupassant trataba de expiar sus fantasmas personales, los mismos que lo conducirían a la locura y la muerte.

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Un hombre con atributos (David Lodge)

H. G. Wells (1866-1946) llegó a ser durante la primera y la segunda década del siglo XX uno de los escritores más populares en todo el mundo merced a novelas como La guerra de los mundos, La máquina del tiempo, El hombre invisible o La isla del doctor Moreau.

El título de esta magnífica novela de David Lodge (Londres, 1935) publicada en Impedimenta con traducción de Mariano Peyrou, Un hombre con atributos, es un título con retranca y certero, dado que más que la genialidad del autor -que además de novelista, fue también ensayista, conferenciante, enciclopedista y desarrolló su vis política, en pos de una utópica Gran bretaña Socialista, militando en la Sociedad Fabiana- se hace más hincapié en su genitalidad: Wells sacará todo el jugo a su extenso miembro, una y otra vez, sin dejar pasar por alto ninguna de las múltiples ocasiones en las que pueda consumar el acto sexual. Su existencia la podemos ver bajo la apariencia de una bicicleta en la que si una de las dos ruedas falla: el sexo o la creación literaria, todo se iría al traste irremediablemente.

«Él tenía que escribir lo que tenía que escribir, necesitaba desahogarse y pasar al siguiente libro. El trabajo, la práctica incesante de la escritura, con interrupciones ocasionales para distraerse por medio de encuentros sexuales o de juegos, era algo esencial para él si no quería verse abrumado por el nihilismo y la desesperación».

Si la novela fuese solo un sumatorio de lances amorosos o passades: Isabel, Jane, Amber, Amy Catherine, Rosamund, Rebecca, E, Moura, etc, etc, etc… tendría, creo, un alcance e interés limitados. Lodge hábilmente va entrelazando momentos que se inician en 1945, con los bombardeos alemanes, de las V1 y V2 sobre Londres, para remontarse luego hasta la niñez y adolescencia de Wells, para hablarnos de su origen humilde y del acicate que sintió pronto por aprender, por el conocimiento en todas sus vertientes, sus primeros trabajos como dependiente y luego como profesor, para más tarde ir alumbrando textos como Apariciones, La dama del mar, Kipps, Ann Veronica, novelas cortas, algunas publicadas por entregas en los periódicos, que irán dando relieve y notoriedad a su figura de escritor, escalando ininterrumpidamente en la jerarquía literaria y haciéndolo rico, lo que le permitirá vivir saneadamente y mejorar su salud.

De todas las figuras literarias que aparecen en la novela –Chesterton, Gorki, Bernard Shaw, los hermanos James, Arnold Bennett, Edith Nesbit, a la que Wells admira profundamente (fuente de inspiración para posteriores escritores como J. K. Rowling: «esa mujer te toca la fibra sensible como una arpista«; después de leer Los niños del ferrocarril, Wells le pregunta a Jane, su mujer, si alguna vez ha llorado leyendo algunos de sus libros y ella réplica que no, que ese no es su fuerte- la que más presencia tiene es la figura de Henry James, con quien Wells mantiene una relación epistolar amoldada a las felicitaciones y reconocimientos mutuos a sus respectivas obras, no sin ciertas reservas, hasta que la relación se hará añicos tras publicarse Boon, sátira de Wells en la que ponía al hilo a distintos escritores, y donde la personalidad más afectada sería la de James, que morirá sin que medie la reconciliación. Entre ellos siempre hubo distintas concepciones del arte. Para Henry James primaba lo estético, mientras que Wells en su escritura apresurada daba más importancia al mensaje, a la ideología de sus personajes, a que estos tuvieron algo que decir -Wells era considerado un eminente pensador-, como le reprochaba Wells a James respecto de sus personajes.

La presencia de Wells en la Sociedad Fabiana presenta múltiples contradicciones. Wells quiere un mundo socialista que reparta mejor la riqueza y beneficie a la sociedad en su conjunto, aunque vislumbra el horizonte desde su atalaya; ya sea una casita frente al mar, o un lago suizo, en la montaña, en la Provenza, en las verdes praderas que rodean Londres; bajo la premisa de que yo renunciaré a mis privilegios cuando todos los demás lo hagan, pero yo no daré el primer paso, yo no renunciaré a todo lo que tengo, es decir a mis privilegios, mi estatus, mi fortuna, mis múltiples posesiones tan alegremente. La sociedad Fabiana de la que formaba recogía en sus bases que la asociación estaba formado por socialistas que aspiraban a reorganizar la sociedad por medio de la expropiación de la tierra y el capital industrial a sus propietarios particulares y de su entrega a la comunidad en beneficio de todos. Si bien esto eran vaguedades porque no se decía cómo hacerlo y no salía del marco teórico, por lo que muchos formaban parte de esta sociedad sin miedo a tener que renunciar a sus propiedades privadas y verse así en la amarga tesitura de tener que entregárselas al Estado. Wells tendría siempre sus más y sus menos con los fabianistas hasta que decidió finalmente darse de baja en dicha sociedad.

En alguna de sus novelas futuristas planteaba un mundo en el que la sociedad debería estar gobernada al estilo platónico por una especie de aristocracia, casta que dirigiría el destino de la humanidad, dividida la sociedad entre los poetas, escritores y creadores, la parte más técnica; científico-laboral y la parte de mendigos o indeseables que estarían apartados en unas islas inaccesibles al resto a fin de que no contaminase la masa social. Obras fantásticas, como La guerra de los mundos, La guerra en el aire o El mundo liberado, que anticiparon, a modo de advertencia (con la presencia por ejemplo de bombas atómicas), lo que serían las masacres que tuvieron lugar durante la primera y la segunda guerra mundial y de las que Wells fue testigo, acabando al final desencantando de un mundo que parecía no haber aprendido nada de sus errores/horrores.

Wells se casa con Jane y enseguida comprueban que ella no puede satisfacer las desmedidas apetencias sexuales de Wells, aunque seguirán casados y ella le dará luz verde para que Wells tenga las aventuras que estime oportunas. Situación pareja a la que vivió, o sufrió, Zweig con Friderike, que al igual que Jane además de esposa y mecanógrafa, era más bien una compañera, una amiga, una asistente personal, una santa en boca de Wells, con muchas tragaderas, cuyos únicos objetivos parecen consistir para ambas en hacer la vida más cómoda a sus respectivos.

Wells además de dedicarse en cuerpo y alma al placer, al hedonismo extremo, no quiere ocupar su tiempo con nada (salvo copular) ni nadie (aquellas con las que copula) que lo distraiga de su quehacer literario así que cuándo se escape con Amber, una de sus amantes, descubrirá por unos días lo que es la vida cotidiana, aquella en la que uno debe hacerse las cosas a sí mismo sin la recua de criados.

Había que dedicar tanto tiempo a realizar tareas inusuales, porque no había quien las hiciera o por la falta de comodidades en el domicilio, que él apenas tenía tiempo para avanzar con su trabajo, por lo cual estaba nervioso e irritable.

Wells es un ultrafondista sexual que requiere del sexo como del comer, sexo que no debía implicar nada más que la satisfacción de su deseo.

Compartía con Elizabeth que el sexo era una fuente de placer y no la expresión de un profundo compromiso emocional.

Wells como los tenistas de élite no da por perdida ninguna bola, siendo muy capaz de remontar cualquier marcador adverso, superar dos set en contra, proseguir con un tie break interminable y alzarse con la victoria marcándose puntos con ángulos inverosímiles que lo abocan a finalizar copulando al aire libre sobre una hoja de periódico, por ejemplo. Wells registró todas sus aventuras sexuales en un libro/inventario que se publicaría en 1984, bastante después de su muerte y las de las mujeres citadas, que son una parte de las que Lodge menta, encuentros a los que Wells rara vez se resistía; ocasiones para el ayuntamiento se le presentaban al literato por doquier.

Cuando leemos una biografía lo que se nos presenta viene a ser como la declaración sin preguntas de un político: la narración de una serie de actos, logros, fracasos, etcétera, pero sin que alcancemos a descifrar qué le supone y aporta todo eso al biografiado, en qué medida lo metamoforsean, en el caso de Wells, la exitosa venta de libros como sus múltiples aventuras sexuales -llevando Wells a la práctica el amor libre que propugna, creando triángulos sexuales, viviendo varias vidas paralelas, manteniendo relaciones, en ocasiones con jóvenes de 20 años (para quienes Wells resulta una presencia arrebatadora y bien encamable), difíciles de mantener, en pos de un equilibrio que parece imposible- y ese es uno de los aspectos más interesantes -de los muchos que presenta la trepidante novela de Lodge- es su estructura, dado que Lodge crea una voz en la que Wells muda el monólogo en entrevista y se formula a sí mismo una serie de preguntas, con sus respuestas, en las que Lodge se permite, a fin de no morderse la lengua, interpelar, cuestionar, censurar, inquirir y reprobar, las acciones u omisiones de Wells y ya que en El arte de la ficción Wells no aparecía, Lodge le dedica 600 páginas muy vívidas a dar brillo la figura de Wells, dejando en todo caso la pelota en el tejado del lector, a fin de que sea este el que opte por olvidarse ya por siempre de Wells o bien que siga vivo a través de las continuas resurrecciones que faculten la lectura de sus obras.

Impedimenta. 600 paginas. 2019. Traducción de Mariano Peyrou

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La dama que se transformó en zorro (David Garnett)

La dama que se transformó en zorro es una novela del británico David Garnett (1892-1981) escrita en 1922 y publicada por la Editorial Periférica en 2014 con traducción de Laura Salas Rodríguez.

El título de la novela es explícito y nos avanza la transformación de su protagonista, que pasará de ser humano a convertirse en un animal, un zorro hembra.

El narrador es alguien que quiere ajustarse a los detalles y contarnos la historia tal cual fue. Tarea por otra parte imposible pues habla de oídas, así que lo referido irá a cargo de un narrador omnisciente.

Lo curioso de la transformación no pasa por ver exclusivamente cómo este hecho afecta a la damnificada, a Silvia, la cual a pesar de ser un zorro siente (al principio) como una humana y con esos ojos la ve su marido, sino cómo será la relación que mantendrá con este a partir de entonces, a medida que ella vaya asumiendo su nuevo rol animal, lejos del ámbito doméstico.

La historia podría degenerar hacia cualquier parte y lo curioso en esta ocasión es que a la transformación de ella habría que añadir la transformación de él, pues a su manera este envidia la nueva condición de su mujer y por su parte desarrollará ese punto ciego del buen salvaje, toda vez que convertido en un misántropo y alejado del mundanal ruido encuentre solaz en el bosque, junto a su mujer y sus cachorros.

David Garnett narra con precisión, humor soltura y agudeza, sin abundar en los planteamientos metafisicos de la cuestión sobrevenida, vistiendo su escueta narración (poco más de cien páginas) con las galas de la fábula, amén de que esta resulte divertidísima, y leve (a pesar de la fatalidad) como acaba siendo.