2011
KRK Ediciones
202 páginas
Incendios del libanés Wajdi Mouawad (1968, Líbano) forma parte de la tetralogía La sangre de las promesas compuesta por Litoral, Bosques, Incendios y Cielos.
Incendios, al igual que el resto de los títulos de la saga, los publica KRK ediciones, editorial asturiana. Un libro, este de Wajdi, que es una maravilla tener entre las manos, todo un placer estético y ético.
Después de leer recientemente Ánima tenía ganas de leer más cosas de Wajdi. Incendios, por lo que había leído por ahí parecía ser su mejor obra. El resto de la tetralogía no la conozco (de momento) pero lo que sí que puedo decir es que Incendios es un libro extraordinario y que su lectura me ha resultado placentera (un placer doloroso), emocionante y provechosa.
Incendios, como sucedía en Ánima no es otra cosa que una vuelta al pasado, donde los personajes ante unas circunstancias inesperadas deben enfrentarse a saber quienes son en verdad, de dónde vienen, de territorios bañados en sangre desde tiempos inmemoriales.
La historia arranca con la muerte de Narwan, mujer cerrada en su hermetismo durante los últimos años de su vida. A su muerte, en el testamento, como su última voluntad, les encomienda unos cometidos a sus dos hijos. A su hija Jeanne le da el encargo de buscar a su padre y entregarle un sobre y a su hijo Simon , el cometido de buscar a su hermano y darle a su vez un sobre.
Ambos quedan descolocados porque pensaban que su padre estaba muerto y no tenían ni idea de que tenían un hermano. Queriendo o no, eso cambiará sus vidas. Jeanne se muestra partidaria de cometer su misión sin poner pegas, curiosa por saber quién es su padre y de paso saber más cosas de su madre, dónde nació, como vivió, como fue su vida, en definitiva. Simon además de jurar y poner a su madre a bajar de un burro, no quiere hacer lo que su madre le encomienda, al menos al principio, pero luego a medida que vayan aflorando hechos de la vida de su progenitora, que ambos hijos desconocían, no le quedará otra que tomar partido, siendo el pasado un enemigo a quien golpear con sus guantes de boxeo.
El libro de Wajid es una reflexión sobre la violencia que se transmite de generación en generación, donde cada una de ellas viven en la misma miseria, perpetuándose en el mismo odio, en la misma sangre derramada, como si vivieran en un bucle infernal en el que no hubiera escapatoria posible.
Narwan tuvo un niño siendo niña, un niño que su madre le arrebató y lo entregó a otras personas. Narwan quiere recuperarlo, salir de este ambiente opresor, infectado de dolor, tristeza y miseria. Narwan encuentra la salida gracias a su abuela, la cual, antes de morir le pide que se desprende de la miseria que la rodea que aprenda a leer, a hablar, a escribir, a contar y a pensar. Sólo así podrá salir de allí, le dice, ver mundo, y tener una vida distinta a la de su madre, a la de su abuela, a la de su bisabuela, a la de su taratabuela, y así hasta el principio de los tiempos. Narwan se irá del poblado aprenderá a leer, a escribir, a pensar y a luchar, sufrirá la prisión en sus carnes, será violada y de ahí nacerán Jeanne y Simon.
Todo esto solo lo sabe ella, su pasado es algo cerrado, algo nunca compartido en vida con sus hijos.
Jeanne profesora en la Universidad dilapidará su tiempo con problemas matemáticos insolubles, lo cual le ayudará al abordar la historia de su madre, porque en una historia de venganzas, odios, asesinatos, crímenes, violaciones, el problema de una violencia que parece no tener nunca fin también resulta insoluble, pero este caso esta imposibilidad de resolución al contrario de lo que sucede con la teoría de los grafos, de bello tiene poco.
Jeanne irá al pueblo de su madre, y de casa en casa, de persona en persona, de historia en historia llegará a cumplir su misión. No le resultará fácil ni a él ni a su hermano arrostrarse el pasado de su madre, un pasado macabro, aciago, desdichado, conmovedor, de una belleza y pureza sobrecogedora.
Hay quienes afirman que en estos casos lo mejor es olvidar, se hizo a menudo en nuestro país después de acabar la guerra civil, porque era mejor, pensaban las víctimas, que nadie supiera lo que les pasó, cual fue su dolor, sus tragedias personales, para no perpetuar en sus descendientes el sentimiento de venganza, el cual es muy fácil de avivar.
Wajid apuesta por saber, por conocer, por recuperar la memoria, pero no para vengarse, no para ir detrás de los verdugos, sino para entenderte a ti mismo, para completarte como persona, aunque sea un plenitud inmensa de dolor, de tristeza, porque como les pasa a Simon y a Jeanne aunque sea tarde, cuando su madre ya está muerta, entender la historia de su madre, su dilatado silencio, les permite también conocer su historia y asumirla.
Los dos venimos de la misma tierra, de la misma lengua, de la misma historia, y cada tierra, cada lengua, cada historia es responsable de su pueblo, y cada pueblo es responsable de sus traidores, y de sus héroes. Responsable de sus vérdugos, y de sus víctimas, responsables de sus victorias y de sus derrotas. En este sentido yo soy responsable de usted y usted, responsable de mí. No amamos la guerra ni la violencia, y hemos hecho la guerra y hemos sido violentos. En este momento, nos queda todavía nuestra posible dignidad. Hemos fracasado en todo, podemos talvez salvar aún eso: la dignidad. Hablarle hoy como le hablo es testimonio de la promesa cumplida a una mujer que un día me hizo comprender de la importancia de desprenderse de la miseria: <
El libro es teatro, el primero de estas características que comento aquí. Y esto lejos de resultar un problema, lo que permite es reforzar más si cabe la potente e intensa prosa de Wajdi. En algunos momentos las voces de los distintos personajes se suman, solapándose, logrando un climax como pocas veces he experimentado leyendo una novela.
Cómo Anima me gustó e Incendios me ha maravillado, leeré más cosas de Wajdi, pero de momento ya estoy gozando con Buzzati y su desierto.
Wajdi Mouawad | Ánima