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Leer puede matar

la intolerancia, la desconfianza, el aburrimiento, el dolor, el desánimo, la ignorancia…

Leer puede matar Santos Ochoa

En Logroño no tenemos un Fnac, ni una Casa del Libro, ni La Central, ni librerías-enotecas como Tipos Infames.

Es una pena.

Nos tenemos que conformar pues con librerías como las de Santos Ochoa, las cuales sí que incorporan, al menos dos (de las cinco que hay en Logroño) de ellas una cafetería y organizan talleres y traen a escritores famosos a presentar sus libros.

Hoy internet posibilita en gran medida comprar el libro deseado sin pisar una tienda física. Pero al igual que le sucede a un niño ante el escaparate de una pastelería (ahora sería ante una tienda de móviles), el menda ve como su pulso se acelera, cuando ha tenido ocasión de visitar alguno de esos templos de venta de libros arriba mencionados y en los cuales el espacio dedicado a una sección cualquiera (filosofía, historia, sociología) es similar al destinado (espacio cada vez más reducido) a todos los libros de todas las demás secciones en Santos Ochoa, porque estas librerías además de libros, venden también artículos de papelería, cds, dvds, videojuegos, linternas para lectura, bolsos, peluches, etc,…..

Semana Santa 2013: La cofradía del lector impenitente

Lecturas Semana Santa 2013

Como uno huye de los Pasos, procesiones y de las cofradías (salvo la del lector que a falta de omnipotente es impenitente) como del demonio, a fin de aguantar esta Semana Santa como buenamente se pueda, qué mejor que aplicarse a la lectura, lejos de los sonidos de los tambores y de los quejíos de las saetas.

Entre mis propósitos está hincarle el diente a los libros de la foto.

1. Billie Ruth de Edmundo Paz Soldán. No he leído nada de un escritor Boliviano, de Cochabamba además. Ya toca. Esto da muchíiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisimo juego cuando en el Parque te encuentras con algún Boliviano. El mismo juego que cuando aquí mentas a escritores como Repila, Gopegui, Olmos, Rosa, Clemot, Grande, Ferrando, Moreno y los caretos de tus interlocutores se convierten en un gesto de extrañeza y encogimiento de hombros de lo más gracioso, hasta que dejas caer un Reverte, un Falcones, una Navarro, una Asensi, unas sombras de Grey, un Follete, un paquete Morton….y la vida vuelve a ser maravillosa…

2. La máquina de languidecer de Ángel Olgoso. Visto que tenemos la lluvia encima y uno también languidece, muy a su pesar, con ese cielo convertido en un sudario, es menester descubrir a ese escritor oculto llamado Ángel Olgoso para propulsionarlo desde aquí con los cientos de miles de visitas diarias que recibe esta blog hasta el infinito y más allá.

3. Saliendo de la estación de Atocha de Ben Lerner. No quiero ser el único español (ni americano interesado en nuestro país) que no haya leído este libro (de moda). Ya puedes leer la crítica.

4. Peaje de Julio de la Rosa. Julio de la Rosa, el ex-El Hombre burbuja, el cantante y compositor de B.B.S.S.O.O (Primos, Grupo 7, After) metido a escritor, o el escritor metido a cantante, o las dos cosas, o ninguna. Si otros cantantes como Llach, Nesbo, Sr. Chinarro o Roberto Iniesta han publicado ¿por qué no iba a intentarlo (y además parece que con éxito a tenor de lo que he leído por ahí) este Leonardo da Vinci moderno, este hombre Renacenista (esto nos dicen los de su editorial) que atiende al nombre de Julio de la Rosa?. Seguro que la nota supera con creces el 6,40.

5. Todo lo que se llevó el diablo de Javier Pérez Andujar. Porque tras haber leído Los príncipes valientes y Paseos con mi madre quiero hacer un hat-trick.

6. Amantes en el tiempo de la infamia de Diego Doncel. Porque me lo han regalado y es mejor leerlo (y a poder ser que te guste) que mentir y decir que te ha gustado.

7. La transmigración de los cuerpos de Yuri Herrera. Porque tras la experiencia nefasta con Ugo Cornia quería darle otra oportunidad a la editorial Periférica, que las editoriales grandes ya van sobradas de publicidad.

8. La otra orilla de Rafael Chirbes. Porque leer a Chirbes es como hacer balance de lo publicado en la prensa durante este último lustro (o más), pero despojada de la ideología partidista, de comadreos e intereses empresariales. Uno quiere saber cómo es el mundo, cómo la sociedad española de estos últimos años, y leyendo a Chirbes te aproximas bastante a entender entre otras muchas cosas, los efectos del pelotazo. Tras el Crematorio, ahora es el turno del rescoldo.

El niño que robó el caballo de Atila (Iván Repila 2013)

El niño que robó el caballo de Atila Iván Repila Libros del Silencio

Iván Repila
Libros del Silencio
2013
136 páginas

La lectura de El niño que robó el caballo de Atila, de Iván Repila (Bilbao 1978) arrolla todo a su paso, como lo hace una tromba de agua al lamer un cauce seco: la piel curtida del lector. Y lo hace con una sencillez solo aparente, porque lo que comienza como un trasunto de Buried, con dos hermanos en lugar de un adulto, cautivos en un pozo de tierra en medio de un bosque, en lugar de un ataúd bajo tierra, va cogiendo consistencia, a medida que se van enhebrando las páginas, porque esos niños, El Grande y El Pequeño son la piel ajada del mundo, la apariencia infantil del universo, en continuo cambio interior, mudando la piel cada hora y a la velocidad de la luz, como si la soledad, el desamparo y la muerte que les ronda, acelerase la madurez, como si soñando la muerte, ésta atendiera a su reclamo.

Se suceden los días y llegan los delirios, el calor, el frío, la sequía, el hambre, la soledad dando bocados a la razón, pensamientos negros, como negra es la noche y el reverso de la esperanza. Y uno avanza en su lectura, reteniendo pero fluyendo, con un quiero y no puedo, porque la prosa de Iván indigesta el ánimo, vela las pupilas de humedad, añurga el espíritu ante esa humanidad descarnada o descuartizada, ensordece nuestros sentidos ante el chirrido de los goznes de esas jaulas que está por ver si se abrirán.
Un libro, el de Iván Repila capaz de destilar el alma humana gota a gota, para que nosotros, lectores ávidos de sensaciones persistentes, nos saciemos de esta literatura hecha fruto, jugosa y alimenticia.
No sé el vuelo que cogerá esta obra, pero los parabienes que obtenga, serán merecidos.

Buda en el ático (Julie Otsuka 2011)

Buda en el ático portada libro

Buda en el ático es el libro que está en boca de todos, del que casi todos se deshacen en halagos, multipremiado (Premio PEN/Faulkner), pero que a mí me ha resultado insufrible.
Lo bueno es que son sólo 150 páginas.
Lo escribe Julie Otsuka, de padres japoneses, nacida en Estados Unidos. Su libro relata las aventuras sufridas por un puñado de mujeres que dejaron Japón a comienzos del Siglo XX, para ir a los Estados Unidos a casarse con los hombres de las fotografías que tenían en sus manos y que al tiempo que bajaban del barco descubrieron que todo había sido un engaño (ni tan ricos, ni tan apuestos, ni tan buenos, ni tan solícitos…). En suelo americano les tocó pasar las de Caín, currar a destajo en el campo, soportar a maridos de todo tipo y vivir situaciones la mayoría dramáticas.
La forma que tiene de narrar Otsuka consiste en no centrar esta aventura en un puñado de personajes sino que todo se confunde en un nosotros.

Un, nosotros, que en mi opinión es lo peor de libro, porque su lectura resulta plomiza y aburrida, ya que Otsuka tras haber recopilado un puñado de historias como las que se cuentan el libro, hace una criba, las filtra y luego las pone todas juntas, basándose sólo en unos cuantos aspectos: la primera noche, los hijos, los bebés, la primera noche, el último día, etc.

Uno quería una batería como la del Rey del Swing con sus platillos incorporados. Uno quería un poni moteado. Uno quería disponer de su propia ruta para repartir periódicos. Una quería una habitación propia con cerrojo en la puerta. Uno quería convertirse en artista y vivir una buhardilla de París. Uno quería estudiar climatización. Uno quería tocar el piano….(página 92)

El libro podía haber dado muchísimo más de sí de lo que depara la lectura de este batiburrillo de retazos de historias sin entidad, y sin alma, que a mí lejos de conmeverme me ha aburrido por lo simplón de la escritura y su muy escaso recorrido en todas sus páginas. El reflejo de la realidad (la muy triste realidad de esas mujeres japonesas) a secas, sin un ejercicio de estilo por parte de la autora, que lo ponga en valor y por escrito, se reduce a eso, a un reflejo, un espejismo, una literatura que se autodestruye al tiempo que se lee y se olvida. Una pena.