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Una noche en el paraíso

Una noche en el paraíso (Lucia Berlin)

Cuando leí Manual para chicas de la limpieza, el anterior y exitoso libro de relatos de Lucia Berlin (1936-2004) ya comentaba que me parecía demasiado extenso (eran 43 relatos), que le hubiese venido bien una buena poda, tal que el conjunto restante hubiera ganado así en intensidad. Una noche en el paraíso va en esta línea. Son 22 relatos, no muy largos, con traducción de Eugenia Vázquez Nacarino, ambientados en Chile, México, Manhattan y Oakland a lo largo de unas cuantas décadas.

Las protagonistas de los relatos son mujeres, pues los hombres son de quita y pon. La mayoría de ellos sabemos de su existencia porque han dejado tirada o embarazada a alguna mujer y se han dado el piro. O bien hombres que están ahí pero como si no lo estuvieran. David. Habla conmigo por favor, le impreca una mujer a su esposo al concluir el relato Tiempo de cerezos en flor. Hay espacio para el remordimiento como esa amiga que no tiene coartada ni justificación para la muerte de su amiga, asesinada, pues cuando ella le llamaba por teléfono no atendió a su (última) llamada. O bien esa abuela que su flotar en el mar viene a ser como un baño placentario, como una vuelta a la vida previa, liberada ya de las cargas familiares, libre al fin y agradecida por ello a la Virgen.

En los relatos de Lucia el amor, la necesidad de querer, es una pulsión irrefrenable, así vemos por ejemplo cómo en Andado, un romance gótico, una joven que se siente subyugada por un hombre y más tarde conquistada y con el que hace el amor,en su primera vez, se enterará de que ha sido mancillada ¿por un momento tan breve y confuso? ¿lo sabrá la gente al mirarme? se pregunta. Otros relatos ofrecen ciertas novedades como Perdida en el Louvre donde la protagonista se pasea por París sin que tanta belleza la conmueva, entre otras cosas porque va sola y no tiene a nadie con quien compartir ni lo que ve ni lo que piensa. En ese relato hay una sentencia interesante: Morir es como derramar mercurio. Enseguida resbala para volver a mezclarse en la amalgama palpitante de la vida.
Estos relatos exudan vida, sí, son vitalistas, la vida palpita y rezuma en ellos y Lucia sin grandes alardes, sin una prosa recargada, consigue emocionar, merced a una ternura que sin echar balones fuera, logra algo parecido a una reconciliación con la naturaleza humana, a menudo tan alterada, levantisca, mostrenca e inconformista. Creo que solo por eso ya vale la pena dedicarle unas horas a leer estos relatos de Lucia.

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Manual para mujeres de la limpieza (Lucia Berlin)

43 relatos (de los 76 que publicó en vida) forman este libro de Lucia Berlin (1936 -2004) que causó sensación y recibió un buen número de halagos, tanto de la crítica especializada como del público, hace un par de años y que hizo incluso que algunos por vez primera leyeran relatos.

No creo que todos los relatos brillen ni mucho menos al mismo nivel (se trata de un amplio recopilatorio póstumo, en cuya elección de los relatos la autora por tanto no participó) pero en estas más de cuatrocientas páginas de una prosa expresiva y seductora sí que uno aprecia el humor, la agudeza necesaria en todo aquel escritor que quiera escribir bien y que precisa y se sostiene en una mirada inteligente y en un narrar que sea capaz de mostrar, tanto como de desvelar, y de hurgar en los orificios de la realidad, como es el caso de Lucia, cuyos personajes y recurriendo en gran medida a su propia experiencia y avatares autobiográficos (su múltiples matrimonios e hijos, el usó del corsé ortopédico, su alcoholismo, su existencia errabunda, que se compendian bien en uno de los relatos más extensos, A ver esa sonrisa), en su mayoría, pueblan los bajos fondos de un realismo que es aquí espejo y también ventana a través de la que se filtra una realidad proteica, mestiza, heteróclita, en la cual ambienta la autora sus relatos: lavanderías, psiquiátricos, cárceles, centros de abortos clandestinos, barracas caravanas, hospitales, consultas, playas…y en donde no se edulcora nada, más bien al contrario: tenemos a madres que según sus hijos salen por la puerta para ir al colegio, ellas hacen lo propio para encaminarse hacia alguna licorería a calmar su sed, está presente la soledad en la vejez, la enfermedad y sus secuelas, la moral correosa, la incomunicación, los abusos sexuales, el maltrato, el infanticidio… La naturaleza humana se nos muestra aquí al natural, en todo su jugo y crudeza y está sustanciada en el amor, siempre esquivo y en la lucha, como la de esas mujeres apesadumbradas que dicen estar agotadas de tanto bregar. Ahí creo que reside el espíritu de estos relatos, en la capacidad humana para sobreponerse a todo (que no sabemos si es nuestra bendición o nuestra condena), para luchar hasta el final y para buscar también el Carpe diem que da título a uno de los relatos, la alegría y la felicidad en cualquier lugar y ocasión (como acontece en los voluptuosos relatos acuáticos, donde la vida deviene -episódicamente- bonancible, ligera, bella), donde la narradora no juzga, censura, ni reprueba a sus personajes, sino que los deja hacer, errar, descomponerse, renacer si es el caso, como si los estuviera escuchando apoyada en la barra de un bar, en una conversación que bien podría ser un floreo, pero que no lo es.

En los relatos la clave está en saber rematarlos y Lucia lo hace bastante bien, porque cuando leemos relatos a menudo corremos el riesgo de finalizarlos con caras largas y un monosílabo interpelador, con un ¿y?. Sin embargo aquí Lucia buena parte de sus relatos los clausura de tal manera que logra dibujar en nuestros rostros ora una sonrisa, ora una mueca alegre, ora un velo húmedo en la mirada.

Dice Berlin por boca de sus personajes que les puede el romanticismo y creo que algo (o mucho) de ese romanticismo, contagioso, hay aquí en el enjuiciamiento de estos relatos, como si fuera menester llevar a cabo de vez en cuando una especie de justicia poética, dando relieve y sacando del anonimato a una escritora que muerta hace casi 15 años está ahora en boca de todos. Es un decir.