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Gente que conocí en los sueños (Luis Mateo Díez)

No cejo de abundar en la obra de Luis Mateo Díez (Villablino, 1942), a mi parecer, uno de los mejores prosistas españoles vivos, que aúna el perfecto control de un rico lenguaje con una inventiva que no dejará de sorprender al lector curioso y atento.

Gente que conocí en los sueños reúne cuatro relatos fantasmagóricos bellamente ilustrados por MO Gutiérrez Serna. Son relatos breves en los que parece no sobrar una palabra, que piden ser declamados para tomar mayor conciencia de esas palabras que como las ondas de la piedra al caer en el estanque fijan nuestra atención en tanto duran, antes de subsumirnos de nuevo en la quietud inerte.

Grosso modo puedo decir que por aquí (en esta particular geografía inventada de nombres extraviados: Lamberto, Sauro, Calvero, Columbaria, Malvina…) andan de rondón el diablo haciendo de las suyas, una monja inopinada homicida que busca redención, un fantasma al que todos rehúyen o un joven con querencia por esconderse al que la muerte le ofrece la desaparición máxima.

MO Gutiérrez Serna

MO Gutiérrez Serna

Esta es la primera capa, la de la descripción, luego vienen las distintas capas en las que el texto gana en matices, profundidad, creando ecos, resonancias, correspondencias, significación, franqueando entonces la fina línea hacia lo irreal y fantástico, con un lenguaje en estado de gracia.

Nórdica. 120 páginas. Ilustraciones de MO Gutiérrez Serna.

Luis Mateo Díez en Devaneos

El fulgor de la pobreza
Días del desván
Las lecciones de las cosas

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Las lecciones de las cosas (Luis Mateo Díez)

Las grandes fortunas pueden dedicar parte de su capital a financiar un régimen totalitario, como sucedió durante la segunda guerra mundial, cuando los industriales alemanes pusieron a disposición de Hitler cantidades exorbitantes, como bien recoge Éric Vuillard en su reciente novela El orden del día o dedicar este capital a obras sociales, como la educación.

Aquí el acaudalado es Francisco Sierra-Pambley (cuya fortuna, su herencia material, le viene de la mano de su orfandad) quien en noviembre de 1885 se reúne con Francisco Giner de los Ríos, Manuel B. Cossío y Gumersindo de Azcárate, para crear una Fundación a través de la cual crear escuelas de enseñanza gratuita dentro del marco de la Institución Libre de Enseñanza.

Luis Mateo Díez recrea en su relato sucintamente este encuentro, desde el penoso viaje que les supone a Francisco, Manuel y Gumersindo la llegada al Valle, a Villablino (León), con las nieves acechando en las cumbres y un medio de transporte que aquel entonces era el carro, agravado por la circunstancia de tener al frente a un cochero inexperto, si bien, no todo son penalidades pues al llegar a la posta de Cabrillanes, al lar de un buen fuego y mejores caldos y viandas, Gumersindo siente que en el orden de las satisfacciones sencillas se asentaba el orden de las mejores cosas de la vida, las que ocupan un espacio pequeño y un tiempo doméstico y venial.

Francisco Giner de los Ríos apuesta por otra pedagogía para superar aquello de que la letra con sangre entra o el memorismo, optando más por el naturalismo que por el racionalismo. Manuel cree que el niño debe aprender jugando (lo que me trae en mientes el libro Desenterrando el silencio. Antoni Benaiges el profesor que prometió el mar y el método pedagógico Freinet) a través de un método activo y heurístico, determinado por el esfuerzo y el trabajo personal, para que la memoria deje de ser el único instrumento de la enseñanza. !Fijémonos que esto lo dicen en 1885!

Veo a los niños rescatados de la oscuridad de la ignorancia, elevados a la libre motivación, al trabajo personal, a la recta orientación de su conducta. Los veo cuidando de su cuerpo y de su espíritu, afirma Francisco Sierra.

Me conmueve hoy oír esto, y querer y lograr llevarlo a la práctica en 1885 para que pocas décadas después el poder quedara en manos de personajes capaces de gritar aquello de «Muera la inteligencia» (que ahora parece que habría que reemplazar por Muera la intelectualidad traidora) y por ende, el regreso a la oscuridad de las cavernas durante décadas.

Publicaciones de la Residencia de Estudiantes. Fundación Sierra-Pambley. Fundación Francisco Giner de los Ríos. 112 páginas. 2012.

Luis Mateo Díez

Días del desván (Luis Mateo Díez)

Un acercamiento a la biblioteca de un familiar me ha llevado a leer de nuevo -y del tirón- a Luis Mateo Díez, al que no leía desde 2006, cuando cayó El fulgor de la pobreza.

En Días del desván, publicado en 1997, Luis no se conforma con la sombra de los hechos, sino con los hechos mismos, que el autor rememora con meridiana claridad, a lo largo de treinta capítulos de cuatro o cinco páginas, cuyo título ya nos sitúa en el contenido de cada uno de ellos: El bosque, La nieve, La fuente, El pie, El preso, Hallazgos, La tiza

Los recuerdos le llevan al narrador a un pueblo en la montaña, al manto níveo del hibierno, con los ecos (o vozarrones) de un guerra fratricida que acaeció no hace tanto, donde el desván es la columna vertebral de la narración, pues para los niños aquella parte del inmueble les depara amparo, seguridad, al tiempo que les ofrece objetos que alimentan su curiosidad, o bien les sirve para guardar objetos tales como botellas de sidra, revistas de señoras. Para ellos el desván es su infancia, y una inocencia que se irá desbaratando con el paso y el peso de los años, filtrándose el misterio y lo fantástico a través de Ciro, un muerto que no se considera tal y que se les aparece desde el baúl del desván para contarles historias y entretenerlos, a esos niños que sufren los zarpazos de docentes agresivos (contradictorios también), que sienten el puyazo del deseo ante la contemplación del sexo opuesto que tratan de aliviar con los intempestivos juegos de médicos y enfermeras, extasiados con las primeras películas visionadas en un cine, los primeros bailes…

Como el profesor Arno, Luis también ejerce sobre el papel de miniaturista, para con una prosa desengrasada y en treinta piezas breves, hablarnos del esplendor, la alegría, la vivacidad, el asombro y la inocencia de una infancia que siempre dejamos atrás, idealizándola quizás, perfilándose como una Ítaca mítica, a la que sabemos que jamás podremos volver, cuando asumimos que la vida solo expide billetes de ida.

El fulgor de la pobreza (Luis Mateo Díez)

El fulgor de la pobreza

Después del varapalo -ya esperado- sufrido con la lectura de La Catedral del Mar de Ildefonso Falcones (el libro más vendido en España en el 2006), pero reconfortado por la anterior lectura de el Héroe de Manuel Rivas, tenía ganas desde hacía tiempo de leer algo de Luis Mateo Díez (Villablino, León 1942). Este escritor leonés viene avalado por premios de la relevancia del Premio Nacional de Literatura y el Premio de la Crítica, por “La fuente de la edad”. En el 2000 obtuvo con “La Ruina del cielo” el Premio Nacional de Narrativa y el Premio de la Crítica. Además Luis Mateo Díez es miembro de la Real Academia Española desde mayo de 2001. La tarjeta de presentación pues no puede ser más halagüeña.

Elegí este libro de Luis y no otro, a raíz de una entrevista en la radio, dónde éste presentaba “El fulgor de la pobreza” que se publicó a finales de septiembre de 2005, y me encandiló. Luis es de esos escritores que habla tan bien como escribe. Durante todos estos años ha compaginado su oficio de escritor con su labor como funcionario del Cuerpo de Técnicos de Administración General del Ayuntamiento de Madrid.

El fulgor de la pobreza se compone de tres relatos cortos: El fulgor de la pobreza, La mano del amigo y Deudas del tiempo, de unas setenta páginas cada uno. Luis da buena muestra de su perfecto dominio del lenguaje. Los tres relatos relatos comparten la misma desesperanza y elementos comunes: la necesidad de huir, la amistad corrompida por la traición o el recuerdo como vía expiatoria.

En el primer relato, Cosmo, un hombre de negocios desaparece el día que su hija cumple 25 años, dejando una breve nota de despedida. Su hija, aquejada de una enfermedad, que no se describe pero que la consume, trata de entender la conducta de su padre, encontrar los porqués a la conducta paterna. Todo sucede como consecuencia de que la semilla de la pobreza ha germinado en el corazón de Cosmo y todo cuanto le rodea a éste se le antoja ahora fútil. Nada puede por tanto volver a ser igual que antes.

En el segundo relato, La mano del amigo, comienza con Roncel precipitándose al vacío al recelar de la mano que le presta su “amigoElio. Para llegar hasta este momento, el autor va dando forma a la fábula, en la que los chicos que formaban parte de la cuadrilla «miraban pasmados desde un tiempo al que probablemente ni siquiera pertenecían» de Elio y Roncel aportan datos, que permiten al lector conocer la especial relación que mantenían los amigos: no se enamoran, pero que se comportan como tales, en una relación alimentada por el amor y el odio. Hay interesantes descripciones acerca de la racionalidad de la amistad, de su componente bondadoso y desinteresado, de estar ahí a las duras y a las maduras. Todo ello basado en la confianza como elemento cohesionador, cuya fortaleza permite superar los escollos inevitables que surgen en el día a día y cauterizador de las heridas y afrentas, incluso de la delación.

En el tercer relato, Deudas del tiempo, la historia ahonda también en el pasado. Dacio que así se llama el protagonista, regresa a Armenta tras haber emigrado de joven y dedicado su vida al trabajo. Cuando su mujer fallece, Dacio sin ser acreedor del afecto de los hijos decide volver. Tras sufrir una angina de pecho busca tranquilidad en el pueblo de Buril, cuidado por Lumina. Dacio busca tranquilidad en la soledad, sin pretender pasar más allá de un cordial saludo con sus vecinos, hasta que recibe la visita de Tello Leda, vecino de Doza, que porta una fotografía. Dacio orilla sus resquemores y baja la guardia, iniciando una amistad con Tello, el cual quiere charlar con él, demandando información sobre un familiar suyo que viajó en el Veracruz, el mismo barco en el que Dacio inició una nueva vida, cuando lo dejó todo para convertirse en “emigrante”, y del que nunca más Tello y los suyos volvieron a saber nada. Dacio no puede morir en paz, hasta que salde sus deudas. «Tantos años de sufrimiento y trabajo contribuía a afianzar unos poderes que su propio carácter habia ido asimilando, hasta que en su modo de ser se produjeron todas las transformaciones precisas para que las emociones se enfriaran y la voluntad derrotara a los sentimientos o al menos, los pusiera en su sitio, sin que las responsabilidades se contaminasen más de lo debido, por encima de lo que no fueran los intereses y un razonable criterio de consideración y eficacia».

En la fotografía de Tello hallará el camino a la salvación.

Los dos primeros relatos por tanto comienzan con el hecho ya consumado: la desaparición de Cosmo, y la muerte de Roncel. En el tercer relato sin embargo comienza con Dacio aquejado de una angina pecho, y ha de ir al pasado, de la mano de Tello, rememorar momentos que quisiera sepultar, borrar de la memoria, para saldar la deudas y poder así finalmente descansar en soledad, y lo más importante, en paz.

El libro lo he disfrutado por su concisión y calado, donde hay párrafos que se deben leer varias veces para sacarles todo el jugo. Nada sobra ni redunda, las descripciones tanto como los esponjosos diálogos acrecienten el interés por su lectura.