Rara, rara, rara. Esta novela de Mario Bellatin, la primera que leo, es extraña y me recuerda a NOG. Las citas de Diderot y de Mateo al comienzo nos dan unas cuantas pistas. Qué podemos esperar de una narración a cargo de una invidente, sorda pero cocleada, custodia de su hermano, también invidente y sordo, en un centro donde están recluidos desde que allí los dejara su madre y que sirven como alimento de una jauría de perros hambrientos, si osasen salirse del centro, mientras que ocupan su tiempo en so-correrse mutuamente y en un taller de escritura, a cargo de un escritor famoso, dice él, que les anima a escribir y a tomar consciencia de lo que sienten al tiempo que escriben y crean personajes y situaciones. Lo curioso aquí es ver qué sentimos nosotros al leer una narración tan peregrina, tan inasible y tan extraña, al enfrentarnos a la oscuridad con un cirio en ristre, mientras sopla el viento, una narración donde se mentan a Rulfo, Lydia Davis, Mahoma, piras de perros carbonizados…, que me traía en mientes un relato donde a unos fulanos les dio por plantar un faro en medio de un desierto a cientos de kilómetros del mar, algo de eso hay aquí, de romper las costuras de la realidad, de la razón y lo verosímil (la narradora es ella y él, según le vaya dando) e ir hacia algo más primario, como sería aprehender este mundo nauseabundo y áspero con el tacto y el olfato, no en busca de frases aseadas y pulidas, sino espigando algo de este caos, de este sinsentido, de este mundo que desde la ceguera y la sordera se antoja tan difícil de arrostrar, como para el lector será encarar esta «novela».
Anagrama. 2017. 90 páginas.