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Cartas a un joven novelista

Cartas a un joven novelista (Mario Vargas Llosa)

Uno de los mejores escritores del siglo XX: Mario Vargas Llosa, publicó en 1997 Cartas a un joven novelista. En este texto breve (apenas 150 páginas), a lo largo de doce cartas, establece una correspondencia en la que aborda distintas cuestiones que tienen que ver con el proceso de escribir. Distintos capítulos como El poder de la persuasión, El estilo, El narrador. El espacio, El tiempo, El nivel de realidad, El dato escondido, etc. El libro se cierra con un índice onomástico que recoge todas las obras de otros autores citadas en las cartas: Faulkner, Flaubert, Cervantes, Cortázar, Thomas Wolfe, Virginia Woolf, Joyce, Hemingway, Borges, Carpentier

El escritor se convierte en un esclavo feliz de la escritura; la vocación literaria establece una dependencia total entre el escritor y su oficio. Esto leo en el capítulo Parábola de la solitaria.

Luego, de una manera muy clara y muy bien explicada, Mario irá desgranando todas aquellas cuestiones y dudas que van surgiendo en la escritura, a la hora de narrar, sobre qué manejo hemos de hacer del tiempo y del espacio, de ese pacto que se establece con el lector para dejar en suspenso su incredulidad.

Sobre qué temas maneja un escritor, la capacidad de elección del autor, según Mario es casi nulo, porque son temas los que eligen al autor. Es evidente que no escribimos ex-nihilo, es decir, de la nada, sino desde el mundo que habitamos, y también desde nuestros recuerdos, vivencias y experiencias, que son al fin y al cabo nuestra materia prima.

La lectura del libro será interesante para el lector, que encontrará aquí razones (Mario disecciona bien el espíritu de unas cuantas novelas) para decidirse a leer obras pendientes. Así me pasó a mí con Orlando. Y al escritor le permitirá seguir alimentando la solitaria que lleva dentro, tomar conciencia de su trabajo y reflexionar sobre el cómo y el porqué de su escritura.

Prima la sensatez en el texto. Y me quedo con esta frase relativa a la creación:

“Nadie puede enseñar a otro a crear; a lo más, a escribir y leer”.

Y dicho esto, el que quiera escribir que se ponga a ello. Ya.

Cartas a un joven novelista
Mario Vargas Llosa
Círculo de Lectores
1997
161 páginas

Los cachorros

Los cachorros (Mario Vargas Llosa)

!Hay que ver lo que 32 páginas bien apretadas dan de sí!. Una novela soberbia. La versión definitiva de Los cachorros data de 1966. Mario Vargas Llosa solo tenía entonces 30 años.

La lectura de la novela me trae en mente dos cosas. Una, cuando el joven Cuéllar toma conciencia de que la vida va en serio y a derecho y al levantar la cabeza del ombligo siente una especie de vértigo, de arcada; ese frío que a todos nos ha recorrido el espinazo alguna vez como si una de las Parcas estuviera trajinando con nuestro hilo vital. Hilando luego nosotros quién sabe si reflexiones como siguen:
No existía. Existía. Ya no existo. ¿Ha importado?

La segunda es que el desarrollo de la novela, un portento de movimiento y de musicalidad, según Bolaño, es a su vez un festín del lenguaje que se muestra aquí opulento, vivaz; una polifonía de voces que en volandas nos llevan desde el nacimiento de Cuéllar, en la ciudad de Lima y sus correrías con otros muchachos del barrio de Miraflores, hasta su muerte. Ahí, en esa concreción, pienso en Dixon, en su Wife in reverse, que dice así: Su esposa muere, la boca ligeramente torcida y un ojo abierto. Él golpea la puerta del dormitorio de su hija menor y dice: “Mejor que vengas, me parece que mamá se muere”. Su esposa cae en coma a los tres días de haber vuelto a la casa y permanece así once días. Celebran una pequeña fiesta el segundo día que ella pasa en la casa: salmón Nova Scotia, chocolate, un risotto que él preparó, queso brie, champán. Una ambulancia lleva a su esposa al hogar. Ella le dice: “Paséame en silla de ruedas una última vez por el jardín, antes de que vaya a la cama”. Su esposa rechaza el tubo alimenticio que quieren ponerle los médicos y pide morir en su casa. Ella dice: “No quiero más asistencia, ni líquido ni comida”. Él llama al 911 por cuarta vez en dos años y le dice a quien atiende:“Mi esposa, seguro que tiene neumonía otra vez”. A su esposa le hacen una traqueotomía. “¿Cuándo me la van a quitar?”, pregunta ella, y el doctor dice: “¿La verdad? Nunca”. “Su esposa tiene una grave neumonía”, les dice el médico, la primera vez, a sus hijas y a él, “y hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que sobreviva”. Su esposa usa ahora una silla de ruedas. Su esposa usa ahora un andador con ruedas. Su esposa usa ahora un andador. Su esposa debe usar bastón. A su esposa le diagnostican esclerosis múltiple. A su esposa le cuesta caminar. Su esposa da a luz a su segunda hija. “Esta vez no has llorado”, dice ella, y él dice: “Sin embargo, estoy igual de feliz”. Su esposa dice: “Tengo un problema en los ojos”. Su esposa da a luz a su hija. El obstetra dice: “Nunca vi a un padre llorando en la sala de partos”. El rabino los declara marido y mujer y él estalla en un llanto. “Casémonos”, le dice él y ella dice: “Estoy de acuerdo”, y él se pone a llorar. “Qué reacción”, dice ella, y él dice: “Estoy tan feliz, tan feliz”, y ella lo abraza y le dice: “Yo también”. Ella llama por teléfono y le dice: “¿Cómo estás? ¿Te parece que nos veamos y charlemos?”. Ella se despide de él en la puerta de su edificio y le dice: “Esto no está funcionando”. Él conoce a una mujer en una fiesta. Charlan largo rato entre ellos. Ella debe abandonar la fiesta para ir a un concierto. Él le arranca el número de teléfono y dice: “Mañana te llamo”, y ella dice: “Eso me gusta”. Él se despide de ella en la puerta, le da la mano. En cuanto ella se va, él piensa: “Está mujer será mi esposa”.