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El instante y la libertad en Montaigne (Rachel Bespaloff)

Leí El instante y la libertad de Rachel Bespaloff (con traducción de Manuel Arranz) en un tren. Ida y vuelta. Miraba por la ventanilla, rumiando lo leído. Ante mis ojos, escenarios rothkianos de amarillos y azules. Lo lejano, en apenas unos segundos quedaba atrás. El porvenir era un proyecto abolido. La figura de Montaigne sigue creciendo, sus ensayos no pierden vigencia. En ellos (en lo que llevo leído; ensayos que habida cuenta mi desmemoria tornan inagotables) prima el sentido común, la sensatez, la templanza. No era un revolucionario Montaigne, no descendió a los infiernos ni ascendió a los cielos nos dice Bespaloff. Como un estilita, en lugar de una columna optó por un torreón, allá se dedicó al estudio y examen de sí mismo, a extraer todo lo que su yo tuviera que ofrecerle, que como vemos era mucho y bueno. Un yo que deviene universal.
No hay descripción tan ardua como la descripción de uno mismo, y ciertamente tan útil, nos dice Montaigne. Las sentencias de Montaigne son árboles de ancha copa en los que encontrar amparo:
La grande y gloriosa obra maestra del hombre es vivir de modo conveniente. Todo lo demás, reinar, atesorar, edificar, no son más que pequeños apéndices y adminículos a lo sumo.
Para la autora, Montaigne, no se limita a decirnos cómo es el hombre, sino que lo crea.
Bespaloff relaciona a Montaigne (sus Ensayos) con San Agustín (Confesiones) y Rousseau (Las ensoñaciones de un paseante solitario). Establece relaciones a su vez con Baudelaire (uno de los rasgos distintivos del pensamiento occidental es que el sentimiento de la existencia aflore en la angustia de la intuición y de la finitud; Libertad vinculada al ser y a la nada). Descartes y Nietzsche (para ambos el héroe es alegre). El ensayo de Bespaloff anima a leer a Montaigne y ella se ocupa en entenderlo y explicárnoslo. En Montaigne, como en todo ser pensante, anidaba la contradicción y esto resulta evidente en su concepción de la cultura al tiempo que exaltaba el no-saber. Montaigne nos pone en guardia contra la mentira, la pasión del conocimiento y la humildad del no-saber, dice la autora. El instante del título, supone para Montaigne recrear la vida en el instante, cuyos elementos constitutivos son la gracia, el don, el abstenerse de actuar, que impone la calma al espíritu inquieto y al corazón ansioso, el recogimiento de la voluntad que lleva el yo hacia sí mismo abriéndole a la presencia de las cosas, la tranquilidad de esa soledad… por ello no deja Montaigne escapar las mínimas ocasiones de placer que puede encontrar.
Montaigne es fiel a su independencia:
Cuando mi voluntad me entrega un partido, no lo hace con una obligación tan violenta que infecta mi entendimiento […] Adoran todo lo que está de su lado. Yo ni siquiera excuso la mayoría de cosas que veo en el mío.
Una enmienda, por tanto, al sí a todo tan común, capaz de anestesiar el mínimo atisbo crítico. Y lo hace desde su posición burguesa, acomodada, no atacada por ningún tipo de sentimiento amoroso (no tuvo pareja), ni filial (no tuvo hijos) que pusiera en peligro (o a salvo) su día a día.
Hoy en día no podemos releer los ensayos sin darnos cuenta, con una especie de estremecimiento, lo importante que es la presencia de un hombre que nos devuelve el sabor de la libertad siendo libre el mismo.

Montaigne (Stefan Zweig)
La obra de una vida (Bela Hamvas)

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Montaigne (Stefan Zweig)

Hasta el momento había leído algunas novelas cortas de Zweig (Novela de ajedrez, Carta a una desconocida, Mendel el de los libros) así como una biografía muy interesante sobre su persona, Las tres vidas de Stefan Zweig de Matuschek, pero ninguna de sus múltiples biografías. Me he decantado por la que Zweig escribiera de Montaigne, con el cual creo que guarda bastantes similitudes. Para ambos, aunque Montaigne no se sintiera escritor (Lo soy todo menos un escritor de libros. Mi tarea consiste en dar forma a mi vida. Es mi único oficio, mi única vocación) la literatura era una labor absorbente, que dejaba fuera todo lo demás. Dice Zweig:

Lo que Montaigne busca es su yo interior, que no puede pertenecer al estado, a la familia, a la época, a las circunstancias, al dinero o a la hacienda: es el yo interior al que Goethe llamaba su ciudadela y en la que no permitía la entrada a nadie. Y Montaigne está decidido a sustraer ese único rincón a la comunidad conyugal, filial y civil.

Digo que se parecen porque ambos parecen entender el matrimonio como lo contrario al amor, más una carga que una satisfacción, si atendemos por ejemplo a lo que dice Zweig de Montaigne tras regresar seis meses después de su huida pánica de la peste en este párrafo:

Parece que podrá disfrutar de sosiego después de haber vivido tantas cosas: la guerra y la paz, el mundo, la corte y la soledad, la pobreza y la riqueza, la actividad y el ocio, la salud y la enfermedad, el viaje y el hogar, la gloria y el anonimato, el amor y el matrimonio, la amistad y la soledad.

Para Zweig, su matrimonio también fue una carga, y la relación con las hijas de su mujer, nunca fue buena. Siempre fue consciente el austriaco de que no era un hombre familiar.

En la escritura de sus ensayos, que nacen en la intimidad, Montaigne trata de buscarse a sí mismo, de dilucidar su esencia. Cuando estos alcanzan reconocimiento y notoriedad, ya no se trata tanto de saber quién es Montaigne, sino de afirmarse y mostrarse a los demás.

Todo público es un espejo; todo hombre presenta otro rostro cuando se siente observado.

El éxito de Montaigne, el hecho de que hoy en día se le siga leyendo y valorando, creo que en buena medida atiende a su falta de dogmatismo, apelando siempre a que cada cual viva su vida, no la vida de los demás.

Lo que ha sido pensado en libertad nunca puede limitar la libertad de otro.
No se puede aleccionar a los hombres, solo guiarlos para que se busquen a sí mismos, para que se vean con sus propios ojos. Ni gafas ni píldoras.

Uno debe tomar tanto como le apetezca, pero no dejarse tomar por las cosas. Hay que comprobar sin descanso el valor de las cosas, no sobrevalorarlas, y acabar cuándo acaba el placer. No convertirse en esclavo, ser libre. Quién piensa libremente, respeta toda libertad sobre la tierra.

Montaigne siempre defendió su independencia, su propio juicio, el valor de su propia experiencia. Dice Zweig:

No se había adherido a ningún rey, a ningún partido, a ningún grupo, y no había elegido a sus amigos en función de las siglas de su partido ni de su religión, sino en función de sus méritos.

Montaigne no va en busca de un puesto en la Corte, y en contra de su voluntad acaba como alcalde de Burdeos. Montaigne deja la política como entró. Dice Zweig:

Sabe que ha conseguido lo que Platón considera como lo más difícil del mundo: abandonar la vida pública con las manos limpias.

Al final de sus días Montaigne, siente o experimenta la exaltación de una de sus lectoras hacia su obra (sus ensayos), la joven Marie de Gournay, a quien confiará lo lo más preciado de su herencia, la edición de sus Essais después de su muerte.

Sin duda es mucho mejor leer directamente los ensayos de Montaigne, pero como acercamiento o aproximación a la figura del padre de los Ensayos, esta sucinta biografía de Zweig resulta precisa, equilibrada, documentada, subyugante; puro músculo.

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