Las zonas comunes es un libro de Nicolás Dorta (Guía de Isora, Tenerife, 1978) que consta de cinco relatos: La grieta, El río, Palmira, La fuga y Árbol de Navidad. Dorta despliega sus relatos en lo prosaico, en lo costumbrista, sus personajes son personas corrientes. El reto está en lograr que los relatos no lo sean.
Presente la enfermedad en una mujer que va perdiendo la cabeza, mudada a una residencia de ancianos en La grieta (para mí el mejor relato).
El pasado es un peso, un lastre, comunicado con el presente sin alteración, como siente una mujer en Árbol de Navidad, quien ya adulta e inserta en un lienzo familiar con marido e hijos, siente que la frustración sigue ahí latente, la incandescencia de esos mundos posibles, las opciones no consumadas son ahora un ronroneo, una voz que no se acalla, que inquieta e impele a hacer cosas imprevisibles o al menos a barruntarlas, a rumiarlas como idea.
Un joven en El río recuerda el tiempo pasado en una banda de música que opera como la banda sonora de su vida, y ahí las primeras salidas del pueblo, los primeros besos, amores, la vida bullendo. Sobre todo esto, común a la mayoría, llega el cierre con un detalle importante, porque cuando alguien dice nuestro nombre en voz alta, más allá de dar cuenta de nuestra presencia actúa en este relato como una magdalena de Proust, para ir en busca del tiempo vivido.
En La fuga un hombre que vive apartado en un lugar de la isla de Tenerife (en la que se desarrollan todos los relatos) se obsesiona con los ruidos de las cañerías, las manchas en las paredes, que lo mantienen entretenido en su soledad, como si la vida se expresara en estas manchas, en estos ruidos, esa vida que se niega a desaparecer, unos pensamientos recurrentes sin principio ni final.
Palmira es el relato más largo y sorprende que siendo el protagonista del relato un escritor fajado en toda esa tarea de «limpiar» palabras, en una página leamos: La marea ha bajado hasta sus últimas consecuencias y en la siguiente página leamos: Cuando quieres a alguien lo haces hasta las últimas consecuencias. Ahora podríamos hablar de los matices, la palabra justa, y todo eso que va asociado al «limpiar» al «pulir», al «desbastar», todo aquello que hace que relatos sobre personas y situaciones corrientes o comunes no lo sean. No hay tal mudanza.
Comenta Almudena Sánchez en el epílogo que celebra el nacimiento de este autor bautizándolo como el escritor del viento. Leyendo estos relatos el único viento que he experimentado ha sido un ligero cosquilleo en las pestañas cuando pasaba las páginas de este libro tan bellamente editado como siempre por Ediciones Franz.