Archivo de la categoría: Opinión

Pablo D´Ors Editorial anagrama  2003

Andanzas del impresor Zollinger (Pablo D´Ors 2003)

Pablo D´Ors
Editorial Anagrama
2003
150 páginas

Varias veces me he visto tentado por este libro, que ha reeditado Impedimenta, el año pasado. Finalmente me he leído el libro que publicaría Anagrama allá por 2003.

Habiendo leído ayer El amigo del desierto también de D´Ors, uno va reconociendo ciertos elementos comunes en ambas novelas, más allá de una extensión casi similar.

Estas andanzas del veinteañero Zollinger se llevan a cabo en un mundo utópico, donde no hay apenas maldad, o la única que Zollinger sufrirá será aquella que le obligue a dejar su pueblo, para vagar durante seis años y pico, hasta que finalmente complete el viaje circular que le devolverá al punto de partida.

El libro se estructura en seis apartados. El anhelo de Zollinger por ser impresor, su salida del pueblo y posterior trabajo como guardavía, más tarde como soldado, luego como ermitaño, después como zapatero y finalmente como impresor, viendo así cumplidos todos sus sueños.

Zollinger está lejos de ser un héroe, si bien, su forma de entender la vida lo hace especial. Donde otros se dejan arrollar y vencer por el tedio, la ira, la envidia (o cualquier otra pulsión humana), Zollinger, quizás por su corta edad, por su falta de maldad o bien porque le falta dos hervores, siempre saca algo positivo de todas las situaciones que vive. Así, será capaz de ser feliz ejerciendo de ferroviario (enamorado), de funcionario chupatintas estampado sellos, bajo un singular régimen castrense, remendando zapatos o abrazando árboles sinfónicos en medio de un bosque donde no entra la luz del día.

Las andanzas del impresor Zollinger, entretienen, divierten, provocan la risa y resultan un bálsamo para el espíritu por su buen rollito, su aliento mágico y por esa mirada esperanzada, que hacen de esta novelita una fábula fabulosa.

Pablo D´Ors

August razonaba para sí que al igual que frente a un impreso sucio y desaliñado el espíritu del lector se contrae y, sea por las tachaduras o por estar mal doblado, tienden las manos a soltarlo lo antes posible, a todos gustan, por el contrario, los impresos limpios y presentables; parece que ante ellos el espíritu se ensancha, e inicia uno la lectura de los mismos con otra predisposición; con los documentos bien compuestos y pulcros se siente uno orgulloso de la condición humana. (página 101)

No se pueden manejar expedientes impunemente. Son demasiado abstractos. (página 97)

Pablo D´Ors | El amigo del desierto

Pablo D´Ors editorial anagrama

El amigo del desierto (Pablo D´Ors 2009)

Pablo D´Ors
Editorial Anagrama
2010
137 páginas

Pablo D´Ors era otro escritor que quería leer desde hacía tiempo. Me he iniciado en su mundo literario con su novela, más que recomendable, El amigo del desierto.

Su lectura no es una experiencia religiosa, pero casi. D´Ors reflexiona sobre la potencia del silencio y su madre, la soledad, y su capacidad transformadora. Ese silencio viene ligado al desierto, una relación que todos entendemos, ya que nos es fácil visualizar ese territorio de arena, calmo, casi infinito, donde nuestra mirada se pierde en el más allá sin distracción alguna.

Nuestro personaje, Pavel, vive en una ciudad, soltero y sin hijos. No está insatisfecho, pero la vida que lleva no le parece plena, lo suficientemente intensa y verdadera, quizás.

En la solapa del libro que hojea Pavel un fulano habla de los desiertos y decide contactar entonces con su asociación, Los amigos del desierto.

Ese momento supondrá un punto de inflexión en su existencia. No necesita Pavel caerse del caballo, para ver el mundo con otros ojos. A menudo, un viaje exterior, propicia, o secunda, a su vez un viaje interior y surge entonces la necesidad de no volver, de no anhelar nada, de olvidarse incluso de sí mismo, de despojarse de casi todo. Esto nos suena ¿verdad?. Algo parecido les dijo Jesús a sus apóstoles cuando los embaucó en su aventura. Afrontar la vida desprovisto de todo, sin afanes materiales. Ser así dueño de uno mismo y sentirse finalmente libre, sin ataduras, felices de ser.

Pablo D´Ors

Pero el libro no es religioso, sino espiritual. Incluso se puede ser religioso sin creer en Dios (esto lo dice el personaje), y ahí es donde D´Ors comienza a rascar, a juguetear, de forma deliciosa, con ideas y conceptos como la poética del vacío o de la nada, en cómo colmar el espíritu no a través de la adquisición de cosas, sino a través del despojamiento, de soltar lastre, de ir borrando las líneas y contornos de uno mismo, construyendo un muro de silencio con las palabras que ya no necesita, incluso renunciando a la propia grafía.

La prosa de D´Ors me ha enganchado por su sentido del humor, su fina ironía (a veces me hacía pensar que el autor nos estaba vacilando, tomando el pelo, con algunas reflexiones u observaciones que nos brinda Pavel, que me resultan hilarantes) su prosa limpia, magnética, inteligente, sugestiva, en la que aborda entre otros temas: el silencio, el vacío, la renuncia, la libertad, el ser humano involucionando hacia su estado más primario, que me resultan sumamente interesantes y atractivos y que en manos de D´Ors logra que su lectura se haya convertido en algo apasionante.

Próxima estación: Andanzas del impresor Zollinger (Anagrama, 2003)

Jérôme Ferrari Editorial Mondadori

El sermón sobre la caída de Roma (Jérôme Ferrari 2013)

Jérôme Ferrari
Editorial Mondadori
2013
175 páginas

No me gustó Donde dejé mi alma, del galo Jérôme Ferrari. El sermón sobre la caída de Roma, aunque haya ganado el Goncourt en 2012, más que un sermón me ha resultado un coñazo.

Los mismos males que aquejaban Donde dejé mi alma, están presentes también aquí, en esta novela, que es anterior. Ahora, en lugar de una tragedia interior y una reflexión vacua sobre la violencia, Jérome nos da la tabarra con lo que supone el fin de una civilización, la extinción del mundo que hemos conocido. Así que se pone manos a la obra y nos engarza tres historias, a cual más aburrida. La palma se la lleva aquella que nos relata como dos jóvenes corsos dejan su pueblo para ver mundo y una vez en la facultad parisina, abandonarla, para volver a su pueblo y regentar un bar, donde los parroquianos se emborrachan, echan la partida, se embrutecen, mientras camareras con calculadoras entre las piernas, acarician los genitales de los comensales, a modo de bienvenida.
Ferrari no sabe si ponerse lírico o burro, y opta por lo segundo, por impactar con el mal gusto, lo soez, empleando una prosa pobre y errática, que da el golpe de gracia a una novela que ni me ha divertido, ni entusiasmado.

El contraste entre ese mundo actual que se cae a pedazos, en manos de jóvenes superficiales, y ese mundo de comienzos del siglo XX, habitado por Marcel y sus hermanos, un mundo doloroso, enfermo y cruel, donde cada día vivido era una batalla, solo sirve para poner en evidencia que el presente es algo tan leve y efímero como un parpadeo.

Jérôme Ferrari

Esos devaneos que Jérome se trae sobre el fin de la civilización, sobre la caídita de Roma, revestidos bajo la piel de una novela, aburren desde las primeras páginas, ya que no coge el tono en ningún momento y su prosa parece de cartón piedra, una cháchara con delirios de épica y grandeza (y nulos efectos), que no lleva a ninguna parte. Pasar de un homicidio pre-castración a los últimos estertores de San Agustín, sin apenas transición, es todo cuanto preciso para decidir que de Jérome voy servido.

Si alguien está interesado en las Señales que precederán al fin del mundo, que lea a Yuri Herrera. Ese libro sí me ha gustado. Y si la cosa va de Bárbaros, lean el ensayo de Baricco. Amen. Podéis ir en paz.

Mark Adams

Dirección Machu Picchu (Mark Adams 2013)

Mark Adams
2013
Editorial Xplora
351 páginas

XPLORA es una editorial valenciana independiente formada por un grupo de amantes de los viajes, el deporte, la montaña y los libros, que comenzó su andadura el año pasado, que tiene si no me equivoco seis libros ya en su catálogo. Uno de ellos es el del americano Mark Adams, titulado Dirección Machu Picchu.

Si hay libros que crean la ilusión en el lector de que somos más inteligentes, hay otros libros, como el presente que nos hacen parecer menos espabilados de lo que somos y corren el riesgo de alienarnos. Mark Adams no es Patrick Leigh Fermor. Una página de El tiempo de los regalos o de Maní, le da mil vueltas a las 351 páginas de este libro, que a pesar de lo que diga National Geographic, en su portada, a mi parecer, ni es divertido ni es inteligente.

Mark Adams es editor de una revista de viajes. Cansado de ver los toros desde la barrera, tras empaparse de la historia de Bingham III, y dado que en 2011 se cumplían 100 años del descubrimiento de Machu Picchu por Bingham, Mark, decide coger su maleta, despedirse de su mujer y de sus tres hijos por unas semanas, y hacer el mismo recorrido que 100 años antes hizo Bingham.

Hay en la blogosfera bitácoras de viajes estupendas, infinitamente más divertidas y apasionantes que la historia que despacha Mark, que apenas daría para un artículo de una docena de páginas en cualquier revista de medio pelo. No sé por qué razón, algo anecdótico, consigue materializarse de tal manera, que acaba convertido nada menos que un (mal) libro.

Mark se traslada a Perú. Contrata a John, australiano, curtido en mil batallas, que le hará de guía, y cuyas batallitas, son lo poco interesante del libro. De hecho, un libro escrito por John tendría mucha más gracia que el de Mark, ya que éste es tan negado escribiendo, que cuando se pone en plan chistoso resulta repelente. Casi todas las metáforas que emplea son locales, así que los lectores europeos (si es que alguien más, además de un servidor, ha leído este libro) no creo que captemos la sutileza de comparar una montaña andina con un Walmart, aunque al final hace alguna concesión y así, tenemos esa estampa visual en la que una trocha frondosa se asemeja en su sube y baja a un índice bursátil, a la baja, camino del colapso. En fin. Ejem.

Lo mejor del libro es cuando Mark parafrasea a Bingham, y podemos leer algo de lo que este escribió cien años atrás. Eso, sumado a las anécdotas de John, algo de barniz histórico donde aparecen por ahí un puñado de extremeños sádicos (Cortés, Pizarro..), ciudades perdidas entre la fronda selvática, huesos de presuntas vírgenes y unas cuantas reflexiones de saldo sobre temas varios, Indiana Jones incluído, dan como resultado un libro cuya dispersión y escaso mordiente, aburren a más no poder.

Si Binghman «descubrió» o no Machu Picchu, al final, es una excusa para publicar este libro y hablar de Binghman, cuyas conclusiones, las de Mark, hubieran tenido cabida en un par de párrafos postreros, en el artículo antes citado. Además, para Mark parece que lo más trascendente del asunto es dejar al lector con la duda de si bajo el sombrero de John, se esconde una melena o una bola de billar como cráneo, pero amigos, para salir de dudas, hay que hacer este vía crucis y leerse el libro, que es tan penoso (es un suponer) como hacerse de rodillas el Camino Inca. Después de leerme algo así, y haber sufrido tanto, me queda la duda de si soy un turista o un aventurero, en el mundo de las letras viajeras.

Hubiera estado bien que el libro incorporara fotos, bien de Bingham, en blanco y negro, o de Mark, pues la prosa de Mark es tan pobre y blanda, que a duras penas uno consigue visualizar lo que éste entiende por ejemplo por sublime.

A modo de despedida, y para no extenderme más con un libro que no lo vale, dejo algún párrafo que permite entender a qué me refiero cuando digo que la prosa de Mark es pobre

«comimos barritas energéticas de quinua y vimos pasar por el desfile por debajo de nosotros: jubilados estadounidenses con camiseta a juego; hombres hablando español con chaqueta y corbatón: turistas japoneses avanzando en silencio y en fila india, cada uno llevando una bolsa de Prada; cinco estupendas mujeres vestidas como en los años 70, caminando en grupo unidas y parando con frecuencia para rellenar con hierba los huecos entre las piedras, susurrando conjuros al mismo tiempo. Una pareja universitaria, con sonrisa nerviosa y pupilas dilatadas, intentando mirar en todas las direcciones a la vez. Cuatro excursionistas, llegados de Camino Inca, hablando alemán. Uno de ellos llevaba una gorra de ciclista multicolor, un chaleco sin mangas, de vinilo color rojo desabrochado hasta el ombligo y pantalones cortos de azul satinado. El padre Calancha se hubiese cagado encima». (página 217)

En Manhattan había oído suficientes conversaciones pretenciosas sobre finanzas para saber qué esperar mientras ascendía la pequeña colina que conducía nuevamente al patio de la escuela. Y efectivamente, allí estaba: Mr. Super Deluxe Travel Guy. Reconocí sus botas, eran las más caras que había; el dependiente de una tienda deportiva cercana a mi casa me había recomendado comprarlas únicamente en el caso de que fuese a intentar subir el Everest. Sin oxígeno suplementario. El americano estaba gritando por su teléfono móvil mientras caminaba tratando de encontrar el punto con mayor cobertura» (página 192)

Después de semanas de conversaciones centradas en rocas, mulas, movimientos intestinales y la tendencia ocasional de las mulas a hacer deposiciones como rocas, unos pocos minutos de charla urbana y adulta, era como deslizarse en una bañera de agua caliente con el New York Times del domingo. Katie y yo hablamos sobre libros en los que nadie moría de frío o se caía en una grieta. Hablamos sobre países que ambos habíamos visitados, restaurantes en los que los dos habíamos comido, y sobre películas que ella había visto y yo esperaba ver algún día cuando mis hijos se fuesen a la universidad y tuviera de nuevo la ocasión de quedarme más de las ocho y media de la noche.(página 194)