Pablo d’Ors
Fragmenta
2012
80 páginas
Pablo d’Ors (Madrid, 1963) conoce a la doctora África Sendino (1960-2008), oncóloga del Hospital La Paz, cuando este oficia como sacerdote en el mismo. A Sendino le diagnostican un cáncer de mama que resultaría letal. Ella quiere dejar su testimonio antes de morir y al conocer a Pablo unas pocas semanas antes de su muerte, ella le pide que escriba sobre ella, sobre su vida y su muerte. Los escritos que conforman sus Diarios son pueriles, deslavazados, según Pablo y comprueba además que lo que Sendino escribe no le hace justicia, que su figura, para él encomiable, no se ve reflejada en sus palabras escritas, que en nada le van a la zaga a su insigne figura. A tal fin hay que literaturizar la vida y sus postrimerías, sacarle brillo, hacerla ejemplar, ficcionar la realidad para que esta resulta más potente y esa es la misión de Pablo.
El caso es que el libro de Pablo resulta a su vez deslavazado y desleído, porque más de la mitad del libro Pablo se la pasa hablando acerca de por qué ha escrito este libro y lo que es el libro en sí -resulta ser la mínima expresión- tal que si hemos de creer que Sendino fue alguien tan especial, deviene casi una cuestión de fe, pues si nos remitimos a los hechos, a las palabras de Sendino, no podemos formularnos juicio alguno.
Sí me ha gustado lo que dice Pablo de cómo Sendino vivió su muerte, porque no la capeó, porque arrostró su tragedia, sus miedos, porque quiso estar presente hasta su final por más que sus familiares tomarán decisiones sobre su persona sin tenerla en cuenta, cuando era de hecho la única implicada en esa representación letal, lo que la conduce a escribir:
Morimos a este mundo antes de que nuestro corazón deje de latir.
Sendino defiende que hay que dejarse ayudar, que en el ayudar y en el dejarse ayudar los humanos nos reconocemos como tales, al igual que en el sufrimiento, que hay que compartir, abrirlo a los demás, para aliviarnos y que si existe el sufrimiento es precisamente para entregarlo, para no dejar al mismo tiempo de sorprendernos sobre nuestra capacidad de resistencia.
Otra reflexión interesante es lo que se dice respecto a tomar consciencia de cuándo dejamos de ser nosotros mismos, una vez que la enfermedad (in-firmitas; esa falta de firmeza, de fuerza, que nos impide estar en pie) nos merma, despoja y transforma, así como el papel que deben asumir los médicos en estos trances, de cara a humanizar estos momentos tan duros para el enfermo, para el paciente (doblemente paciente, porque en una cama de un hospital, sin apenas distracciones, la paciencia se convierte, nos guste o no, en el pan nuestro de cada día), para quien una simple conversación ayuda tanto o más, que el resto de la medicación.