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Vidas minúsculas (Pierre Michon)

En Cuerpos del rey Michon cuenta que leyendo ¡Absalón, Absalón! de Faulkner encontró ahí al padre del texto, el aliento que precisaba para escribir, tal que antes de acabar la novela de Faulkner ya estaba escribiendo Vidas minúsculas, con una gran sensación de libertad y gozo.

Vidas minúsculas lo escribió Michon en 1984 y Anagrama lo publicó en España en 2002 con traducción de Flora Botton-Burlá. Libro fundacional hoy descatalogado. Sería una muy buena decisión de Anagrama incluir este libro en su Colección Compactos 50 y darle así una nueva vida y una gran alegría a los lectores presentes y venideros de Michon.

Parece una buena idea al escribir hacerlo acerca de lo que se conoce, de aquello de lo que se sabe de primera mano, situando entonces la experiencia en el centro del relato. Michon elaboró bajo estos presupuestos unas cuantas biografías familiares, ocho, que conforman a su vez, una suerte de autobiografía, insoslayable, deslumbrante, que brilla, a mi parecer, a un nivel superior a otras novelas autobiográficas de calado de Limónov, Dovlatov o Bouillier y pienso en El libro de las aguas, Retiro o Tres circunvoluciones alrededor de un sol cada vez más negro.

Una manera de conjurar la vasta y vaga y necesaria muerte es la escritura, que cual bálsamo de Fierabrás se cree capaz de curar todas las heridas; la página en blanco que cauterizará y vivificará cuando con sangre se escribe.

Michon tardó en escribir y uno piensa que sus lecturas -que facultan la escritura- fueron decantadas sin prisa alguna, esperando el kairós, el instante preciso en el que el escritor como un director de orquesta eleve su batuta y la música, aquí escritura, se impulse ya en un arsys irrefrenable y deslumbrante; amasijo de palabras que Michon abrillanta cual azófar, que son también afirmación y conciencia, hollando con el arado de su escritura, uncido a la memoria, los terrosos surcos del pasado en los que germinaron recuerdos sarmentosos, acres, cantos rodados, como su infancia enfermiza, el paso por un hospital psiquiátrico, los albores brumosos a resultas de días barbiturizado, amores feroces porcinos desmedidos desnortados, sin estar nunca a la altura de una realidad que le niega y sisa las palabras, el Verbo y su Gracia, la plenitud de la escritura la liberación de verse alzado y a lomos de un texto tan montaraz como libérrimo, el reinar en la página en blanco y ante un corifeo de voces pretéritas y abismales que le susurran sus historias para que no desaparezcan del todo en esa tolva infinita que la nada es y Michon cumple, vaya si cumple y erige e inventa con creces, haciendo del lenguaje alquimia.

Vidas minúsculas supuso su impresionante obra fundacional, la piedra sobre la que anda desde entonces Michon construyendo su Gran Obra, palabra a palabra, piedra a piedra, a cincel, exprimiendo el lenguaje, aportando múltiples capas al lienzo que la hoja en blanco es y sí, quizás, se escucha hablar, y resulte incluso en primera instancia, pomposo, pedante, cargante, pero luego una vez habitando y develado el texto, asumido entonces el reto, la propuesta, la lectura procesional a paso de costalero, el deleite y la ganancia son exponenciales.

Pierre Michon en Devaneos

El origen del mundo
Llega el rey cuando quiere
Mitologías de invierno. El emperador de Occidente
Cuerpos del rey
Los Once

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Los Once (Pierre Michon)

Encima de la mesa, o mejor, sobre el lienzo, once figuras, once personajes (Robespierre, Collot, Lindet…), una especie de última cena laica, el alma colectiva de la Revolución Francesa de 1789, punto de inflexión a partir del cual la soberanía de la nación recaerá en el pueblo, tiempo de Ilustración, Terror y Guillotina, de la razón letal; Michon se saca de la chistera el cuadro Los Once (novela publicada en 2010 con traducción de María Teresa Gallego Urrutia), lo sitúa en el Louvre, ante los ojos de un espectador y de su explicador, que le irá dando cuenta de la historia del cuadro, de su autor, Corentin, de aquellos años de esperanza y terror, los años previos del tráfico de esclavos, el yugo blanco, la construcción de canales, esclusas, la madera de ébano que convertirá, como en la alquimia, el sudor ajeno en oro y riquezas inconmensurables, Michon no da puntada o pincelada sin hilo o pincel fino, como gran detallista que es y la narración engancha, embriaga, te subsume en ese momento histórico, algo parecido a lo que lograba Vuillard en su 14 de julio, solo que aquí la cámara no está entre la gente, a la altura de la cintura, más bien aquí sería una cámara a vista de dron, capaz de plegar el tiempo histórico (por ahí aparece Michelet, autor de la Historia de la Revolución Francesa) y el espacio, en 137 páginas maravillosas.

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El origen del mundo
Llega el rey cuando quiere
Mitologías de invierno. El emperador de Occidente
Cuerpos del rey

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Cuerpos del rey (Pierre Michon)

Hace algo más de seis años leí El origen del mundo de Pierre Michon. No lo disfruté y después de haber leído y disfrutado sin tasa de otros libros de Michon como Llega el rey cuando quiere o Mitologías de invierno. El emperador de Occidente, me impondré una relectura.

El presente libro publicado en 2006, con la traducción, siempre sobresaliente, de María Teresa Gallego Urrutia, agrupa Cuerpos del rey y Tres autores. Los tres autores son Faulkner , Balzac y Cingria, del que si no me equivoco no se ha traducido nada al castellano.

Las semblanzas de Michon me recuerdan a las que hacía Javier Marías en Vidas escritas. El meollo son las palabras que Michon dedica a Faulkner, su padre tutelar, aquel que le sitúa en el camino de la escritura, el padre del texto, tal que sin Faulkner quizás no hubiera existido el Michon escritor.

La escritura viene a ser una especie de magia, de alquimia, si se quiere, en la que alguien normal es capaz de alumbrar un texto escrito inmortal, imperecedero, mítico, hete ahí los dos cuerpos del rey. Pensemos en Shakespeare, Cervantes, Proust, Joyce, Balzac, Flaubert, Beckett… incluso del propio Michon si la inmortalidad lo pusiera en nómina.

Puedo transcribir aquí un buen número de párrafos, los múltiples hallazgos con los que uno se va topando a medida que holla el texto, pero es mejor no desvelar nada, sí apuntar que Michon consigue con su escritura, marcada por una brevedad insondable, una especie de salmodia y encantamiento en el lector cómplice con estos ensayos deliciosos.

Al igual que Michon dice de Faulkner que sus textos, sus preguntas, son su vida misma, a veces, las menos, ante un autor uno encuentra las respuestas a muchas preguntas, un lenguaje en el universo michoniano que es amparo y liberación.

Cuerpos del rey. Pierre Michon. 2006. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia. 160 páginas.