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Charles Baudelaire

Las flores del mal (Charles Baudelaire)

Me parece un arte complicadísimo la traducción. Me parece aún más difícil traducir poesía. En este caso, las poesías de Baudelaire, del francés al castellano. En una poesía, cada palabra es un mundo, y una palabra puede malograr un poema.

Estoy leyendo la traducción de Carlos Pujol para Austral. Que es como sigue:

XII
La vida anterior

Mucho tiempo viví bajo amplísimos pórticos
que los soles marinos con mil fuegos teñían,
y sus grandes pilares, majestuosos y rectos,
simulaban de noche ser basálticas grutas.

Con las olas giraba la visión de los cielos,
concertando del modo más solemne y más místico
los enérgicos sones de su música inmensa
y el color del crepúsculo reflejado en mis ojos.

Allí tuve una vida de tranquilos deleites
rodeado de azul, de esplendor, de oleaje
y de esclavos desnudos impregnados de aromas

que con hojas de palma refrescaban mi frente,
y que sólo tenían por misión ahondar
el punzante secreto que por dentro amargaba.

En internet este libro está colgado en uno de esos repositorios donde se puede encontrar casi de todo.

La traducción encontrada ahí es como sigue. Atención también a los signos de puntuación.

XII
La vida anterior

Yo he vivido largo tiempo bajo amplios pórticos
Que los soles marinos teñían con mil fuegos,
Y que sus grandes pilares, erectos y majestuosos,
Hacían que en la noche, parecieran grutas basálticas

Las olas, arrollando las imágenes de los cielos,
Mezclaban de manera solemne y mística
Los omnipotentes acordes de su rica música
A los colores de poniente reflejados por mis ojos.

Fue allí donde viví durante las voluptuosas calmas,
En medio del azur, de las ondas, de los esplendores
Y de los esclavos desnudos, impregnados de olores,

Que me refrescaban la frente con palmas,
Y cuyo único fin era profundizar
El secreto doloroso que me hacía languidecer.

Creo que una sola lectura no es suficiente para sacarle el jugo a esta extensa colección de poemas. Me han gustado los dedicados al vino, y aquellos con referencias mitológicas. Baudelaire recurre a los mitos griegos (Circe, Caronte, Electra, Sísifo…) y a obras como la Odisea, para enhebrar sus poesías, que abundan en lo trágico, en lo desgarrador, en una continua imposibilidad de amar a tanta beldad, en la bajada continua a los infiernos, con poemas poblados de muerte, demonios, gusanos, sepulcros, borrascas, oscuridad; todo aquello que cifra un mundo en descomposición.
Deja la puerta a veces abierta a la esperanza, mediante la huida hacia latitudes más amables, la cual enseguida se ve ahogada por los dedos negros de la muerte, de la imposibilidad, por esa angustia, ese spleen al que dedica también unos cuantos de sus poemas.

Lo dicho, toca, leer y releer en bucle, unas cuantas veces más, para seguir decantando estos versos y disfrutar del aroma de estas flores, del mal.

Aquel_vivir_del_mar_Aurora_Luque_cubierta

Aquel vivir del mar (Aurora Luque)

Aurora Luque
Acantilado
2015
273 páginas

Esta muy recomendable obra de la poeta y traductora Aurora Luque recoge las poesías (o fragmentos de ellas) de más de cincuenta poetas griegos, que comprenden desde la poesía épica arcaica hasta la poesía tardía, pasando por la poesía lírica arcaica, la poesía del drama, la poesía helenística, y la antología palatina. Un lapso de tiempo de más de mil años. Todas las poesías tienen un elemento común, el mar.

Empieza la antología con el que será el más conocido de todos los poetas, Homero y su Ilíada. Con esto empezó todo. La primera aparición del mar en la literatura griega ocurre en el verso 34 del canto I de la Ilíada: el sacerdote Crises, recién humillado por el caudillo Agamenón, que se niega a devolverle a su hija Criseida, se aleja de los campamentos caminando por la orilla. El silencio del anciano contrasta con el inacabable discurso del mar. A partir de este momento, el rumor de las olas y el aroma de yodo y de salitre no dejarán ya nunca de impregnar la escena poética.

Nada tiene de raro que los griegos, rodeados de islas, tuvieran el mar muy presente en sus composiciones poéticas. Así, el mar es sustento para los pescadores y alimento para los ciudadanos y muchas veces deviene un cementerio marino, donde las madres pierden a su hijos. Un mar que como en el caso de Hesíodo resulta ser el enemigo, de tal modo que se embarca una sola vez en su vida, para participar en un concurso de canto, del cual resulta ganador, en una localidad vecina.

Muchos dioses y diosas provienen del mar o este es su medio. Nadie desconoce el regreso de Ulises a Ítaca, en ese periplo que parece eterno, surcando los mares, desoyendo los cantos de Sirenas, sorteando toda clase de peligros, en su singladura por el ponto vinoso. O bien las Nereidas, o el trayecto del toro-Zeus y Europa, sobre el mar, hasta la Isla de Creta etc.

El mar no solo es tragedia, sino también propicia la voluptuosidad, el deseo, el fragor sexual y cómo no, la pulsión bélica como bien se plasma en los poemas que recogen las gestas de los griegos en la Batalla naval de Salamina, contra el Imperio Persa, con Jerjes a la cabeza.

Cada fragmento de estos jirones de poesías, algunas tan breves como un par de líneas, como en el caso del poema de Alejandro de Etolia, y El pez escolta, lleva un título y los poetas mayores se nos presentan con una pequeña biografía. Al final del libro hay unas notas que hacen más enriquecedora la lectura y también un prólogo, que oficia como una invitación al viaje, al que no deberíamos ofrecer resistencia, pues leer este libro es una singladura gozosa, una empresa nutricia para el espíritu.

A medida que leemos constatamos como el paso del tiempo, los mil años que recoge la antología, opera sobra los poetas, cambiando la manera que estos tienen de entender la poesía, y de aprehender y explicitar su experiencia con el mar.

Todos los poemas están traducidos por Aurora quien en el prólogo explica la misión imposible que supone tratar de devolver algo del sabor lírico a las viejas palabras helenas, así como la imposibilidad de rendir cuenta fiel de ritmos, sílabas y metros. Si Borges exigía dos requisitos obligatorios a todo poema, a saber, comunicar el hecho preciso y tocarnos físicamente, como la cercanía del mar, esta antología lo cumple.

Una antología que descubrirá a poetas poco conocidos y dará pie para abundar más en ellos y en sus obras. Muy escasa es la participación femenina en la antología: Safo y Erina. Al inmortal Homero, hay que sumar la presencia de otros poetas como Píndaro, Esquilo, Sófocles, Aristófanes, Calímaco, etc.

La Ilíada y la Odisea de Homero

La Ilíada y la Odisea

Hay libros que uno siempre tiene en mente y que nunca (o casi nunca) lee. La Ilíada y la Odisea los dos grandes poemas de Homero (o de quien sean, pues su autoría no parece confirmada al 100% y parece que pudiera ser una obra mancomunada o bien Homero plasmó por escrito lo que venían siendo cantos dispersos a los que logró dar una unidad inédita hasta entonces) son dos de esos libros que me propuse leer antes de las elecciones municipales y que finalmente he conseguido acabar. Los dos.

Ciertos libros tienen mucha fama, incluso demasiada, pero luego no los lee nadie o no tienen tantos lectores como se merecerían. Me juego medio meñique a que estos dos libros de los que hablo han sido leídos en mi país, España, por menos lectores que los que leyeron El código da Vinci, por citar uno.

Puestos a comparar diré que me ha gustado nucho más La Odisea (12.110 versos hexámetros), pues me resulta éste mucho más divertido y aventurero que La Ilíada (15.869 versos hexámetros), que lo encuentro más reiterativo, con una estructura más monolítica, la cual se va replicando de canto en canto hasta su final con la entrevista entre Aquiles y Príamo cuyo hijo ha muerto a manos del primero.

Así hablo (Príamo) y le infundió (a Aquiles) el deseo de llorar por su padre. Le tocó la mano y retiró con suavidad el anciano. El recuerdo hacía llorar a ambos: el uno a Héctor, matador de hombres, lloraba sin pausa, postrado ante los pies de Aquiles; y Aquiles lloraba por su propio padre y a veces también por Patroclo…

Homero, Ilíada 24.507-511

La Ilíada no narra toda la guerra de Troya, sino un breve lapso de tiempo que no llega a los dos meses, en el que finalmente muere Héctor al desatar la furia de Aquiles, que renuncia a su inmortalidad para pasar a la posteridad como un mortal de aureola divina (leeros Aquiles en el gineceo de Gomá) y los asediadores logran tomar la ciudad. Uno de ellos es Odiseo o Ulises, quien tras acabar la guerra, siendo él el artífice de introducir el caballo de madera que le dará fama inmortal, decide volver a su casa, en Ítaca.

El asedio les ha durado 10 años y en volver a casa desde Troya, le llevará otros diez años, toda una odisea. Una travesía que según leo por ahí se podía haber realizado en unos tres meses sin problemas.

Creía que el regreso de Ulises sería un reguero de anécdotas innumerables. Me equivocaba. A Ulises le suceden unas cuantas cosas, sí, pero casi las podemos contar con los dedos de una mano: su huida del cíclope Polifemo, su desoír de las sirenas, su escapada de Circe, su visita al Hades, etc. El libro son 400 páginas y pasada la 200, Ulises llega al hogar y el resto es consumar su venganza que bebe (pero a la inversa) de cualquier producción coreana tipo Old boy (no se hace ascos a la violencia más explícita).

Ulises quiere retornar a su casa, reencontrarse con su mujer Penélope, que lo espera después de 20 años, sin flaquear ésta, tejiendo matinalmente y destejiendo con nocturnidad y alevosía un sudario y con su hijo Telémaco, que ve impotente desde su más tierna infancia hasta su adolescencia como los galanes del pueblo van achicando su patrimonio, instalados todos ellos en la casa de su madre diariamente, mientras la pretenden y tratan de convencerla de que se espose con alguno de ellos, convencidos de que Ulises ha muerto allende los mares.

A mitad de la novela, Ulises llega al añorado hogar gracias a la diosa Atenea que le echa un cable trasmutándolo bajo el (reversible) aspecto de un viejuno harapiento, hasta que logre poner las cosas en su sitio. Esto es: matar a todos aquellos que se han aprovechado de su hacienda e importunado a su amada en su ausencia. Porque Ulises será facundo en ardides, pero a la hora de manejar la espada, la lanza y el cuchillo no se queda atrás.

No es difícil no disfrutar con la poesía inflamada de Homero, con sus epítetos, con su grandilocuencia, con su poesía épica casi febril, que merece ser leída en voz alta, recitada, sea uno un aedo o no, porque este texto pide a gritos ser declamado y sobre todo leído.

Ahora bien, los más perezosos, a quienes un hexámetro homérico os asuste casi tanto como a un político hablando de justicia social, podéis comenzar leyendo La Ilíada de Baricco.

El 15 de noviembre del pasado año vi y disfruté muchísimo en el Teatro Bretón con la particular versión de La Odisea perpetrada por El Brujo, que fue el acicate definitivo para leer finalmente a Homero.

Ahora veo el mar y pienso en el ponto vinoso y espero con ansia viva que alguna diosa de blancos brazos derrame sobre mí el regalo del sueño, camino de la piltra.

Y si leer no es lo vuestro, os dejo un audio de la Fundacion Juan March, una conferencia de Emilio Crespo Güemes, Homero y la épica. La Ilíada frente a la Odisea.

La universidad blanca de Ismael Belda

La Universidad blanca (Ismael Belda)

Pocos libros me animan a acercarme a la poesía. Leer este de Ismael Belda (Valencia, 1977) ha sido una decisión acertada. Quizás, porque este libro difiere mucho del lirismo que chorrean la mayoría de libros de poemas, de versos intrincados y significados ocultos, donde más que mostrar, juegan a guardarlo todo bajo el manto de los interrogantes, bajo la hojarasca marchita de palabras tan inflamadas como hueras.

Esta poesía en prosa de Belda me engancha desde el extrañamiento, desde la sorpresa, desde los márgenes, y sustenta su narración en las manos de un autómata, que viaja, que tiene sexo mecánico, penetrado por la historia de Rosamunda, acompañado su cerebro artificial por ciertas voces como la de Vlad Tepes, Donatien o Kleist. Rosamunda, desplazada luego en ese cableado amoroso del autómata por Venetia Phair, en busca ésta de un mapa que no posee: Vesperal. Como se titula la novela que Ismael dice llevar 10 años escribiendo y que quiero leer cuando se publique.

Un mundo que imagina o crea Ismael para nosotros, que bebe (y nos emborracha) de lo fantástico, en la universidad blanca, con sus nueve divisiones (si pudiera saltar los muros, remontar el río hasta su fuente, yo sería el más alto cantor, indiferente al día, a mis hermanos; músico de los vientos dorados de tu amor, los alados y lentos derroteros de luz de tu terrible y viva espada. En los linderos, en la noche furtiva y los aloes últimos de la albada, se esconde, aún cerrada, oscura, atroz, la entrada donde sollozan los oboes).

Un texto que al igual que la postrera y profunda primavera, también florece en sí mismo.