Archivo de la categoría: Relatos

Signor Hoffman

Signor Hoffman (Eduardo Halfon 2015)

Eduardo Halfon
Libros del Asteroide
2015
144 páginas

Signor Hoffman de Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) lo conforman seis relatos.

En el último relato que cierra el libro y el más extenso, titulado «Oh gueto mi amor«, el protagonista se traslada a Łódź, a fin de conocer el pueblo y la casa en la que vivió su abuelo judío, antes de ser éste enviado a distintos campos de concentración, para salir vivo, y sin ninguna gana de volver a Polonia, ni a su pueblo, al considerar a los polacos unos traidores a los que no les tembló el pulso al confinar en el gueto de Łódź, a un tercio de la población judía, que sumaba más de 200.000 almas, cuando los alemanes comenzaron su exterminio y tomaron la ciudad en 1939, pasando a llamarse Litzmannstadt.

El protagonista de este relato es el mismo que el de Monasterio y quizá el mismo autor de la novela, porque lo narrado parece autobiográfico. Lo tenemos de nuevo ataviado con un gabán de color rosa (a falta de nada mejor al haberse extraviado su maleta), visitando Auschwitz, avivando la memoria de su abuelo a través del recuerdo de este, como si visitando los mismos lugares en los que éste vivió, llegara a entenderlo algo mejor, y afianzar así mejor sus recuerdos, acompañado en su periplo por madame Maroszek, si bien una vez en la casa donde antaño moró su abuelo, no sabe bien verbalizar por qué motivo está allí. Nada extraño, porque a veces necesitamos sentir cosas que hurtamos a nuestro cerebro, o que no necesitamos procesar mediante la razón.

Los relatos me resultan todos ellos bastante tristes.

El protagonista, que es el mismo en todos los relatos, viaja mucho, aunque como afirma en un momento determinado, quizás todos los viajes no sean otra cosa que un único viaje.

Primero va a Italia, a Calabria, donde descubre que allí Mussolini, en Ferramonti di Tarsia, también creó durante la II Guerra Mundial campos de concentración donde confinaron a los judíos y donde le invitan para hablar de su abuelo judío, y al acontecer en esos días la muerte del actor Philip Seymour Hoffman y él apellidarse Halfon, acaba adoptando el nombre del primero y emborrachándose junto a la mujer que ejerce de cicerone, a base de ginebras, con las que quiere enturbiar el narrador su raciocinio y quitarse de encima esos billetes, para él sucios, que le han entregado a cambio de sus palabras, cuando piensa que esa réplica, esa reconstrucción, del campo de concentración que ha visto, no es otra cosa que un parque temático dedicado al sufrimiento humano, a lo que él, con sus palabras y en su empeño de honrar la memoria de su abuelo, no hace sino contribuir a ese teatro.

En otro relato coge su coche y en un par de horas se traslada desde la capital (en Guatemala) a una playa del Atlántico, donde constata que mientras él vive a cuerpo de rey, a otros les falta casi de todo, cercenado su futuro por múltiples limitaciones (física, mentales, sociales, culturales), como constata al ver a un joven encerrado, cual ave, entra las cuatro paredes de su jaula bambú.

En el siguiente relato la acción se traslada hasta una población sita en la frontera con México, donde una familia de cafeteros le demuestra con hechos que a través del trabajo duro, la adquisición de conocimientos y la formación necesaria, uno puede ser dueño de su presente y de su fortuna, sin que venga ningún europeo o norteamericano a mangonearlos, ni a robarles el fruto de su trabajo, mientras en el ambiente flotan las muertes violentas de todos aquellos jóvenes asesinados, que les fueron así arrebatados a sus padres, ya por siempre mutilados estos y ya perdidos para siempre en sus selvas interiores, donde no entra la luz.

Seguimos viajando. Nos vamos a Belice, frontera con Guatemala. El protagonista ve como sus planes se desbaratan, mientras perdido en un pueblo de mala muerte, espera que le reparen el coche, y pueda poner pies en polvorosa a todo meter, pues todo a su alrededor, fuera de su fortaleza de confort, se le antoja precario y peligroso.

Más tarde vuela a Harlem, a Nueva York y descubrimos cómo sobrevivir a esos domingos tediosos, gracias a los recitales de música que ofrece una mujer que ha perdido a su hijo.

En estos relatos no creo que Halfon llegue al nivel de Monasterio, pues la mayoría de ellas van poco más allá de su entidad anecdótica, no obstante, al menos un par de ellos muy buenos, el primero y el último, no carecen de interés.

Creo que para Halfon la literatura es enmascaramiento, adopción de otros roles, suplantación, un ejercicio de memoria, un punto de fuga, un alejamiento del ser, pues como afirma el autor en un momento de su narración, este aprovecha cualquier ocasión para distanciarse de su condición de Guatemalteco «tanto literal como literariamente”.

En Monasterio (reseña) sucedía algo parejo, pues ahí Halfon se cuestionaba valientemente y con mucho humor, qué implicaciones tenía para él ser judío y en qué medida renunciar, o distanciarse de una religión (entendida como un yugo), o no vivirla o sentirla como otros quieren imponernosla, a veces es la única manera de ser dueños de nuestras propias vidas.

Un ojo siempre parpadea

Un ojo siempre parpadea (Miguel Carcasona 2015)

Miguel Carcasona
Tropo editores
2015
155 páginas
Ilustración: Óscar Sanmartín Vargas

Para todos aquellos que se fueron a vivir a una urbanización y comprobaron que el amor periférico agravado por la paternidad/maternidad era un viaje sin retorno hacia la felicidad, para aquellos que gastaron alguna broma durante su juventud y ésta devino macabra y fatal, para aquellos que desearon a una chica por encima de sus posibilidades y acabaron con el corazón esquilmado, para aquellos a quienes el destino se la tenía guardada mientras conducían, para aquellos que disfrutaron de lo lindo con El Ministerio del tiempo y con las historias paralelas y con personajes que encallan en el pasado, para aquellos que comprueban cada verano del 82 que nunca serán otra cosa que unos pagafantas, para todas aquellas mujeres que buscan o fantasean con una salida o una fisura en su áspera y aborrecible realidad, para aquellos a quienes les dieron una oportunidad y la desaprovecharon, para todos aquellos que creen que el pasado se repite y que todo lo malo vuelve, para todos aquellos que se orgasman escuchando a Brel, para todos vosotros y para otros muchos, este libro de relatos de Miguel Carcasona (Sangarrén 1965) quizás os interese porque lo que es a mí todas estas escenas cotidianas (y trilladas y manidas y muy manoseadas), más o menos dilatadas (y muchas paridas con forceps y medio abortadas), marcadas por el sexo, el fracaso, el hastío, el deseo insatisfecho y el mal fario, a mí me han convencido entre muy poco y casi nada.

La portada, obra de Óscar Sanmartín Vargas, como todas las suyas, es muy buena.

El Conde y otros relatos

El Conde y otros relatos (Claudio Magris, 2014)

Claudio Magris
Editorial Sexto Piso
Traducción: María Teresa Meneses
80 páginas
2014

La editorial Sexto Piso publicó a finales del año pasado este libro del triestino Claudio Magris que recogía cuatro relatos inéditos (incluso en Italia), con traducción de María Teresa Meneses.

El primero de ellos es El Conde, es el que da nombre al libro, el más extenso, pero no el más enjundioso, a mi parecer.
Estamos en el río Duero, donde un Conde recoge los cadáveres que aparecen flotando en el mismo, acompañado de nuestro narrador que oficia de marinero, buzo, despensero, tripulación y arponero, que se aferra al amor como un náufrago a un leño. El Conde, es tan afable de puertas para afuera (prestigiado por su ingrata labor, la cual le granjea el reconocimiento de todo el mundo) como misógino y hace todo lo posible para desincentivar las pasiones amorosas de su ayudante, quien, merced a su ineptitud ve alejarse de su vera a mujeres (María, Giba, Nina) con las que podría alcanzar algo parecido al amor.
El marinero narrará a un periodista su vida gris, acuática, mortecina, sus devaneos amorosos y como al final y dado que el amor carnal parece estarle vetado, se aferrará a un mascarón de proa de una embarcación ultimada, donde verá materializado, ya dueño y señor de su soledad y a su manera, el ideal femenino, complacido ante la perspectiva de acabar.

En La portería, un antaño hombre de negocios liberado de la carga de los mismos y en el momento de su jubilación, opta por recolocarse, de extranjis a su familia, como portero de uno de sus inmuebles. Las obligaciones laborales pretéritas, las jornadas interminables, dan paso a otros menesteres más livianos y satisfactorios, dándole a nuestro protagonista este nuevo oficio la libertad, curiosidad y el aliento necesario para sentirse dichoso, rodeado de sus hijos y nietos, al tiempo que recuerda su gozosa juventud en su Moravia natal, bajo el Imperio, antes de que Trieste pasara a formar parte de Trieste, esa ciudad volcada al mar en la que vive.

En Las voces el protagonista es un hombre que busca y encuentra amor/compañía/alimento en las voces de mujer grabadas en los contestadores automáticos. Es él un profesional, un forense vocal, capaz de ir más allá de lo que la voz enuncia, llegando al corazón mismo de esas voces femeninas. O eso cree él. El caso es que la tecnología, la era de la información, el progreso en definitiva, va reemplazando esas voces originales, por otras mecánicas, artificiales, robóticas, para desespero de nuestro protagonista, que sabe que libra una batalla perdida, a pesar de lo cual no quiere dar su brazo a torcer, sabedor de que su vida pende de un hilo. Telefónico.

El que cierra el libro es el relato más breve Ya haber sido. Ese ya haber sido es lo que nos sucede cuando dejamos de ser algo que no queremos dejar de ser, pero sin irnos del todo. Es decir, cuando perdemos la fama, la gloria, el poder, el reconocimiento, el vigor sexual, la juventud, cuando todo ya es pasado, y dejamos de ser eso que nos hizo ser lo que somos o fuimos, pero seguimos aquí, sin habernos desmaterializado todavía.
Magris reflexiona sobre el término «nostalgia«, o el «regreso al dolor«, acerca del concepto de Mitteleuropa (una caja fuerte, vacía , pero con una cerradura que desalienta a los ladrones deseosos de meter dentro quién sabe quién), la necesidad de que en las postrimerías de nuestra existencia, las cosas se parezcan, de que todo resulte igual en todas partes y que estas rutinas y costumbres ejerzan como bálsamo existencial contra la añoranza, contra la nostalgia, cimentando un débil y pueril mojón frente a la muerte.

Un placer leer a Magris. Una lectura muy gozosa.

araña, cisne, caballo

araña, cisne, caballo (Menchu Gutiérrez)

Menchu Gutiérrez
2014
Ediciones Siruela
136 páginas

En Ánima Wajdi Mouawad daba la voz a los animales. En cada escena los personajes cedían la voz de la narración a cuantos animales nos podamos imaginar: caballos, perros, monos, palomas, moscas. Todos ellos dialogaban con los humanos, descifrando sus sudores, secreciones, fluidos y flujos corporales.

En araña, cisne, caballo, si nos atenemos al título del libro y a las ilustraciones de la portada (una especie de bestiario), está claro que la cosa va de animales.

Pero Menchu, al contrario que Mouawad, trasciende lo común, lo tópico, lo sensitivo, y va más allá de los códigos que todos asumimos en nuestra relación con los animales que nos rodean, lo cual era más o menos lo que me esperaba de una escritora como Menchu, de la cual el año pasado leí su libro La niebla tres veces (que agrupaba sus tres primeras novelas).

La prosa de Menchu en este libro de relatos me resulta a menudo inasible, críptica, cerrada, pero a su vez de una belleza fúnebre. Una lectura que me perturba, que me desasosiega, que me tiene en vilo, una lectura magnética, cuyos relatos tengo que leer una y otra vez, y tras varias pasadas voy asumiendo el significado (si esto llega a ser posible o es sólo una ilusión de los sentidos), apreciando su cadencia y un ritmo casi musical (un réquiem), sobre todo en los relatos cortos, como (la construcción de la telaraña) uno de mis favoritos.

Los humanos y los animales se confunden y transforman mediante la metamorfosis, donde las uñas se convierten en pezuñas, los pelos en escamas, las heridas en branquias y siempre flota en el ambiente un presagio fúnebre, algo maldito, como (los huevos de la muerte), una placenta que parece incapaz de no crear otra cosa que no sea dolor, desgarro, orfandad, donde todo sucede en el linde, en la frontera, donde la mirada otorga un significado o su contrario donde todos los arquetipos atienden a la unidad, a la de una sola voz, un solo cuerpo, un único espacio, un común final.

Menchu demuestra sus dotes narrativas en el formidable relato que cierra el libro, titulado madre. Un relato que va sumando párrafos sobre los ya construidos, con ligeras variaciones, hasta llegar a la escena final, donde ese ojo que mira por el ojo de la cerradura, va exhumando el significado de su historia, a medida que desaloja la tierra.

Y ahora he dado un paso más en la telaraña, y continúo sin saber si sonrío a la araña o es la araña la que sonríe a mí.

Yo, insecto de mí, he caído en la red de Menchu Gutiérrez, en su telaraña, pegado me he quedado a la subyugante celulosa de su prosa. Inútil es pues resistirse.