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El sueño de Ramón Bilbao

El sueño de Ramón Bilbao (Javier Reverte)

El escritor Javier Reverte pone su oficio al servicio de la mayor gloria del bodeguero Ramón Bilbao, nacido en el último tercio del siglo XIX y fallecido en 1966 (sin descendencia, según reza la web) cuyos caldos son bien (re)conocidos hoy por los amantes del néctar báquico; bodegas Ramón Bilbao que en 2024 cumplirán su primer centenario.

Como no hay mucha información disponible sobre Ramón (ni siquiera su fecha exacta de nacimiento), más allá de los recuerdos traídos al presente por amigos y familiares, Javier pergeña aquí un singular y sucinto relato biográfico para hablarnos sucintamente de la condición humilde de Ramón, nacido en el País Vasco, en la localidad de Etxevarri, su temprano interés por el cinematógrafo y el teatro, su talante empresarial, emprendedor y viajero, lo que casa bien con sus lecturas de mocedad de Julio Verne y su archiconocido personaje trotamundos Phileas Fogg. Esa vena viajera, la explota Javier (que se encuentra entonces en su salsa) a través de los sueños que le endilga a Ramón mientras yace este en un sofá que le transportará a lugares como Calcuta, donde un anciano le transmitirá el secreto del aroma del vino, que Ramón hará suyo y que pasa por no ganar en cantidad lo que se pierde en calidad.

No se dan muchos detalles acerca de cómo Ramón llega a conseguir la fama o renombre que llegaría a atesorar en el futuro, más allá de que se endeudó en su día para poder comprar cepas americanas (tras los desastres provocados por la filoxera), o que junto a consumados especialistas, se hizo con una preparación intensa para la cata, tampoco se aclara si algunos de los dibujos de cintas transportadoras, aerostatos, zepelines, automoviles con forma de tubo, dibujos que colocaría en las paredes de su oficina, llegarían a buen puerto, si esa imaginación, su capacidad visionaria (nos cuentan) llegaría a materializarse o no.

Bodegas Ramón Bilbao. 2018. 88 páginas. Director de Arte, maquetación y portada: Mi Abuela No Lo Entiende.

Lecturas y enlaces periféricos | La filosofía del vino (Béla Hamvas) | Museo Vivanco de la Cultura del Vino | Días de vino y rosas | La leyenda del Santo Bebedor (Joseph Roth)

Pepitas de calabaza

El desapercibido (Antonio Cabrera)

Los veraneantes de interior refutan a Heráclito

Antonio Cabrera

De la misma manera que algunos libros nos los meten por los ojos y parece ineludible sortearlos, otros, permanecen en las estanterías buscando un lector, y su préstamo bibliotecario se asemeja a sacar un cuerpo del depósito de cadáveres. Leer es entonces exhumar, o mejor, resucitar. Llegué a este libro por casualidad, recorriendo hileras de libros, hasta que el azar o el destino, lo puso -afortunadamente- en mis manos.

Antonio Cabrera, leo que da clases de filosofía, ha escrito unos cuantos libros de poesía, y leyendo la novela se aprecia su aprecio por la naturaleza.

El libro está compuesto por más de 90 fragmentos, bajo el aspecto de microcuentos, greguerías, poesía y prosas que fijan el interés del autor -o mejor- su mirada y los sentidos, en los paisajes en los que la vista se abisma; una mirada que registra en primera persona lo que ve, ya sean pájaros (oropéndolas, mirlos, urracas), níscalos, piedras; un mirar que registra los colores y los matices, la graduación del orto, del ocaso, de la noche.

Una mirada secundada por el tacto, por el trabajo de la piel, -frontera o cascarón- que sabe de cicatrices, de la erosión del tiempo, pero que no tiene memoria, y ahí es donde entra el autor, con sus recuerdos de la infancia y los tajos que una navaja deja en la piel, de la adultez a lomos de una vespa; una mirada agradecida hacia el pasado, pues como dice Antonio, ahí está lo que fuimos, mientras que el futuro, es algo muy parecido a lo de ahora, poco atractivo y promisorio.

Plantea asociaciones interesantes entre un trastero y la memoria, allá donde depositamos aquello que no necesitamos tener a mano, pero de lo que -como sucede con nuestros recuerdos, agradables o no- no queremos desprendernos pues son parte de nosotros.

Creo que -como le pasa al autor- a todos nos ha pasado alguna vez leer un aforismo mal, y luego comprobar que nos gusta más tal como lo hemos mal leído, que en su redacción original. Aforismos que a mí se me antojan en muchas ocasiones, materia prima para nuevos aforismos.

La filosofía impregna toda la narración, pero no una filosofía pontificante, sino una filosofía de la proximidad, de lo cotidiano, donde anida la duda, el titubeo, el quizás, el a lo mejor. Un ir contra lo establecido, contra esos axiomas repetidos sin pensar demasiado en ellos. Por eso, Canetti, Delfos, Píndaro, Séneca, es uno de mis textos preferidos del libro. O la constatación -en Conseguir– de que no vivimos en un círculo sino sobre una línea en avance, en avance sin más.

Hay prosas que son vasos comunicantes como Voces de este mundo -donde se quiere la soledad, acompañada por las voces de este mundo- y Nos salvamos, donde el mundo nos salva y nos libera de nuestra vida interior.

Otras muchas prosas se podrían agrupar al igual que hace el autor en Sobre la noche o Tacto, pues hay por ahí unas constantes que se mantienen sobre los despertares, las cosas, los paisajes. El autor habla de mirar, pero no lo evidente, sino de privilegiar lo escondido, lo oculto, algo parecido a desvelar, tal que reconoce por ejemplo el valor de la vid, del sarmiento tan ninguneado, de esos animales que como el armiño mejoran un cuadro Davincesco, una mirada trabajada y musculada, para un espectador activo para quien el mundo y la realidad son sorpresa y alimento.

La prosa de Antonio me resulta serena, cuidada, risueña (lean las Greguerías, o Un Koan) divertida, inteligente e interesante (lo referido a la Poesía es muy jugoso: La poesía manipula la realidad, pero no se le exige que la desentrañe. Nos da un conocimiento que solo ella puede darnos, un conocimiento raro: mejor cuanto meno explícito, poderoso cuanto más inseparable de su vehículo verbal), y a ratos balsámica. Creo que Libélula cifra bien el espíritu del autor. Donde otro escritor hubiera convertido la libélula en un relato gore y sangriento, Antonio lo resuelve de una manera más natural, nada forzada, pues así es este libro: sencillo, franco, ameno.

Libros como este son un buen antídoto contra la astenia, de todo tipo.

Pepitas de Calabaza. 2016. 172 páginas.

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La linterna sorda (Jules Renard)

De la misma manera que hay editoriales que ponen en el mercado ediciones muy cuidadas y prolijas, otras editoriales este aspecto lo descuidan hasta llegar a límites sonrojantes.
La linterna sorda lo edita Ediciones Baile del Sol. La portada del libro es horrorosa. En ella se ve al autor, Jules Renard, pixelado. El nombre del autor y el título del libro parecen hechos con Wordart. Más allá de esto, luego en la introducción, un tal Genaro Estrada, que además del prólogo hace la traducción, se casca un «excrutador«. Más adelante, ya como traductor, habla de un ratón que «Roza mis suecos, les muerde su madera…«. En Canarias dirán suecos, cuando hablen de zuecos, pero al escribirlo toca escribirlo bien.

Respecto al libro en sí, este es un ramillete de aforismos, microrrelatos y algún relato de más aliento. Aquí sucede lo de siempre, la gran pregunta. ¿Se debe publicar todo?.

De Renard leí con mucho agrado sus Diarios. Aquí, en este batiburrillo algo de lo bueno de allí lo encontramos aquí; está esa mirada, esa confrontación entre lo que pensamos y lo que decimos, como si el lenguaje hablado y escrito, no fueran más que máscaras. Está la reflexión continua sobre la escritura, como ese hombre de letras que gustoso moriría de literatura, donde hay un diálogo curioso, porque a ese hombre de letras que no fuma, no bebe, no juega, no tiene queridas, quienes le increpan, dicen de él que no es un hombre, y lo apuntalan luego con un «es un hombre…de letras» o ese Eloi que cree haber escrito una obra maestra, al recibir los elogios de sus escuchantes, los cuales le colman, pero que al mismo tiempo lo atormentan, si no se ve en el futuro capaz de mantener el nivel, de ser capaz de generar ya por siempre obras maestras.

Renard parece ser un tipo que miraba y miraba bien, que escribía sobre lo que conocía y ese ambiente rural en el que se movía lo plasmó en las Historias naturales, donde la voz a los animales. Alguna me ha gustado como esta:

LA MARIPOSA

Carta amorosa plegada en dos, que busca la dirección de una flor.

Cuando habla de una familia de árboles me gusta esto: «Su muerte es prolongada y conservan a sus muertos en pie, hasta que caen hechos polvo».

Hay en el resto de libro unos cuantos textos como estos arriba enunciados, que demuestran el ingenio del autor, su humor, su ironía, pero de la misma manera, destellos aparte, otros muchos relatos -la mayoría- son naderías, esbozos, que no aportan nada para el recuerdo.

El problema a la hora de acometer la obra de un autor es que según por donde le entremos, a veces, no nos quedan luego más ganas de seguir abundando en él. Dicho esto, recomendaría ir a sus Diarios, pues ahí Renard brilla, en esta La linterna sorda, Renard no brilla, parpadea y la sensación que queda al leer esta obra de Renard es la de quedarnos sin pilas justo cuando más nos hace falta la linterna.

Ediciones Baile del Sol. 116 páginas. 2011. Traducción de Genaro Estrada.

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Galveias (José Luís Peixoto)

Guardaba muy buen recuerdo de Libro, la primera y única novela que he leído de José Luís Peixoto y que le supuso el reconocimiento de José Saramago. No creo que este último estuviera muy satisfecho de esta última novela de Peixoto, la cual transcurre en Galveias, localidad alentejana donde nació el autor en 1974.
Precisamente la novela se ambienta en 1984, con la caída de un meteorito, que supone el macguffin -o cebo- de la novela, pues si pensamos que aquello tiene una trama de misterio, suspense o ciencia ficción, erramos. El meteorito cae y luego lo que viene y flota en el ambiente es una nube de azufre apocalíptica, que finalmente ofrece un final esperanzador, alumbramiento mediante.

No sé si es la prosa de Peixoto o la traducción, o ambas, pero hay ciertas cosas que al leerlas chirrían:

Con el rabo lleno de paseo, la perra volvía por la tarde para echarse una buena siesta […]. Incluso cuando dormía, con el hocico sobre el suelo, en postura de persona, era un presencia.

Sin distinción de carácter, de tamaño, de edad, de dinero en el bolsillo, de macho o hembra, el dolor los postró…

En la novela, Peixoto no tiene un estilo definido, así que pasa de lo vulgar a lo poético, de lo esmerado a lo zafio, y de paso mete en la narración a hombres primitivos cuya sexualidad se manifiesta a través del abuso sexual, el estupro o el puterío; no faltan los malos tratos, el alcoholismo, la cerrazón -así la joven docente se verá hostigada por los vecinos cuando ésta con su mejor voluntad trate de alfabetizar a los adultos con escaso éxito y muchos sinsabores-, las vejaciones a los animales -como esos perros eviscerados- y una manera de narrar tan desenvuelta y chabacana que pasa de lo realista al mal gusto reiteradamente.

Se suceden las historias de los habitantes de Galveias, y el caso es que sus andanzas resultan anodinas, insulsas, cansinas -donde las palabras parece que van al papel, azarosamente, tal como caen- historias humanas que tienen mucho de folletín y de culebrón, donde no falta el golpe de efecto o el postrero momento estelar con el que Peixoto trata de ganarse al lector, tocándole la fibra, recurriendo al resorte sentimentaloide.

Luego, esas historias se entrecruzan finalmente de tal manera que podemos hacernos una composición de lugar de la realidad Galveiasense. Esto diría una sinópsis, pero es falso. Lo que Peixoto refiere es lo mismo de siempre, aquello que acontece en Los Santos Lugares Comunes Rurales, a saber: eso de Pueblo pequeño, infierno grande, donde no faltan los malos rollos, las habladurías, el dedito acusador, las envidias, los enconos, el mal fario y ese odio cainita hacia el vecino, por mucho que luego cuando vayan a misa en romería y el cura los ahostie, pongan todos ellos caras de buenos y se den la paz como hermanos e hijos de Dios -y de puta, que diría Peixoto-.

En fin, una DECEPCIÓN mayúscula.

Literatura Random House. 2016. 244 páginas. Traducción de Pilar del Río y Antonio Sáez Delgado.