Archivo de la categoría: Ricardo Menéndez Salmón

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Horda (Ricardo Menéndez Salmón)

En su novela El silencio, Don DeLillo planteaba la situación de un apagón digital. Una imagen del silencio, en el que nos veríamos sumidos. Un silencio que quizás, me pregunto, no nos sería liberador. En Horda, Ricardo Menéndez Salmón, nos presenta un horizonte distópico, limado, vaciado por el silencio humano. Si Lluís Duch acuñó la feliz expresión «empalabrar el mundo«, aquí tenemos un mundo sin palabras, sin risa, sin recuerdos. Pregunto ¿Podemos seguir hablando de humanidad?
Si el orgullo humano en la construcción de la Torre de Babel fue castigado con el caos de las lenguas, aquí otra clase de presunción (el abaratamiento del lenguaje; aquel del que nos hablaba Javier Marías en este artículo) es castigada con el silencio, la sustracción del lenguaje y los recuerdos. El humano así vaciado cuenta con un mono como mascota. Al frente los niños. El que ponga un pie fuera del tiesto será eliminado. El ojo panóptico es Magma es Tesauro. El humano un ser vaciado, convertido en un cascarón de carne y hueso.
El protagonista es Él, arquetipo de la resistencia y la esperanza. Y sin nada que perder decide huir, buscar el norte. A su vera un bonobo. Dos criaturas bajo un cielo vaciado de dioses.
En una esfera, cuanto más te alejas, más cerca estás de regresar al origen.
Si la evolución condujo hasta el homo sapiens, como nos pasa en el juego de la Oca, a veces hemos volver al punto de partida. Avanzar ya no sería sólo una cuestión de suerte, sino de hacer las cosas de otra manera.

Leer bien significa arriesgarse a mucho, dijo Steiner. Arriesguémonos, y de paso disfrutemos de la prosa de Ricardo y su sintaxis, hontanar en el que abrevar para apagar, aunque sea momentáneamente, la sed.

Ricardo Menéndez Salmón en Devaneos

Gritar
Los caballos azules
La ofensa
La luz es más antigua que el amor
La noche feroz
Niños en el tiempo

El Sistema
Homo Lubitz
No entres dócilmente en esa noche inquieta

Gritar (Ricardo Menéndez Salmón)

Gritar (Ricardo Menéndez Salmón)

No había leído más relatos de Ricardo Menéndez Salmón desde que leyera en su día Los caballos azules; relatos que datan del 2005. Un par de años después Ricardo publicó en Lengua de Trapo, Gritar, colección de nueve cuentos. Ese mismo año publicó también La ofensa, novela que le abrió las puertas de la editorial Seix Barral, momento cumbre en su carrera literaria, como nos desvela Ricardo en su último libro No entres dócilmente en esa noche quieta.

Bajo el alero de la literatura caben mil mundos. Mundos de mundos. Ese parece ser el espíritu de estos relatos. El primer relato, Mi vida en llamas, me traía en mente el último libro de Ricardo, esa particular biografía paterna. En el relato un padre agoniza. Y no le dice al hijo antes de morir Más luz, sino Lee, y el vástago lee. El padre muere y el hijo sufre la pérdida paterna y una separación parejil, y a un hombre en llamas frente a él, y a su vecina desnuda tras el cristal de la escritura. Muerte y nacimiento (en camino), latiendo o expirando el unísono.

En El placer de los extraños se mezcla lo filosófico con lo fantástico y el noir para alumbrar un personaje con tirón, un tal José Mendoza. Una manera de habitar los intersticios de la historia, muy presente ésta también en otros relatos como Los ancestros y un descendiente de Pieter el Rojo, con La dormición de la Virgen como elemento fantástico y seductor. Un manejo del tiempo, elástico, capaz de replegarse, de acelerarse en uno de los mejores relatos Las noches de la condesa Bruni, texto sugerente rebosante de misterio que maneja a la perfección la expectativa del lector.

Lo prosaico, absurdo y humoroso se manifiesta en Gritar, donde una pareja encuentra en el grito, el alarido, el barritar, una comunión decibélica que los sitúa en otro estadio de la evolución al que a la palabra antecedía el gruñido, el graznido.

Ricardo recurre a popes de las letras para dos relatos. Joyce, en Hablemos de Joyce si quiere, relato impregnado de una naturaleza kafkiana, en el que Joyce aparece de refilón en una foto que sirve de reflexión para abordar el azar y la creación literaria. Para una historia privada de la literatura, con Kafka como protagonista es uno de los relatos que Ricardo mejor elabora: un tema sugerente de corte filosófico, la historia muy presente, una prosa opulenta, y el afán de tratar de sintetizar ese mundo de mundos y su construcción (también literaria) en un puñado de páginas fabulosas.

Los dos relatos más flojos me han resultado A nuestros amores -sobre la mesa la eterna disyuntiva, los miles de ramales que se abren en nuestro horizonte. Las decisiones amorosas adoptadas. Y la pregunta de si se acertó o no. Aquí resumido en un no, pero sí- y El terror. La vida sólo es soportable por el hecho de que nadie coincide con el dolor de nadie, escribió Cioran. Y así una pareja recibe a las cuatro de la madrugada una llamada de una chica que quiere hablar con su padre, pidiéndole ayuda, pues su chico acaba de morir. Una llamada sin auxilio, una llamada perdida, un dolor ajeno estéril para su interlocutor. Una correspondencia que no es tal y que por eso a la pareja no solo le resulta soportable, sino que les refuerza en su alegría, porque por esta vez, al menos, la desgraciada no es su hija, que duerme plácidamente, sustraída al terror que anida ahí fuera.

Ricardo Menéndez Salmón es uno de los cinco finalistas del VI Premio Ribera del Duero de la editorial Páginas de Espuma, con su libro “Algunas hipótesis en torno al fin del mundo”. En breve, habrá pues, más relatos de Ricardo de los que dar buena cuenta.

Ricardo Menéndez Salmón en Devaneos

Los caballos azules
La ofensa
La luz es más antigua que el amor
La noche feroz
Niños en el tiempo

El Sistema
Homo Lubitz
No entres dócilmente en esa noche quieta

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No entres dócilmente en esa noche quieta (Ricardo Menéndez Salmón)

La escritura como salida, huida, fuga. Una proyección del ser bajo el imperio de la imaginación, segregando personajes, diálogos, sustanciando la realidad, enriqueciéndola, aumentándola. El escritor y sus novelas, el afán de reconocimiento, el prestigio, las ventas de libros, viajes, conferencias, becas. Miles de kilómetros. Recortes de periódicos en álbumes familiares. Orgullo familiar. Ensoberbecerse. La relación (y posterior ausencia) entre hijos y padres ya es género literario: Kafka, Halfon, Peixoto, Vilas, también, ahora, Ricardo Menéndez Salmón. El padre muere (Mi padre falleció en la Unidad de Paliativos del Hospital… Así arranca el libro) y el hijo entonces trata de dilucidar su relación, analizarla con alma de forense, de archivero, con toda la objetividad posible: mudar la biografía en expediente. Metamorfosis quimérica, como la utopía del no lugar de la muerte, que es todo. Explicarse a uno mismo a través de los padres. Su padre. Ricardo también. Apartarlo de la masa de padres e individualizarlo. Contar su historia, la del padre y la suya. Relacionadas ambas. Tratar de atrapar la biografía paterna con la red invisible de la escritura. Toda familia es un tira y afloja. Un balancín con un eje precario. ¿Un cordón umbilical convertido en un rosario de cuentas pendientes? El padre enfermo. La enfermedad como un éter respirado por el hijo y su madre durante años. La enfermedad asedia, merma, jibariza, apoca, socava, aploma. Al enfermo y a cuantos le rodean y velan. La enfermedad como un patrimonio exclusivo, monopolizando los afectos, los apegos. Envileciéndolos. La vida paterna como una muerte crónica desde los treinta, después de un infarto. Más adelante un cáncer. Más zarpazos. Más arena ganada al mar. Un cauce que se achica. La reciedumbre un espejismo. La vida como viacrucis. La tierra firme del Monte Calvario. Vivir o morir. Vivir o sobremorir. El azar de su parte. Un destino demediado. No ser un insecto al despertar. Pero sí, otro. Ricardo, el hijo, vive dos décadas infaustas. Miedos, temores, pesadillas, el Nirvana en la radio. La inocencia perdida. La Parca enseñando los dientes cariados. La familia como fortaleza, un asedio presentista, absoluto. La necesidad imperiosa de huir. Hacerlo, a lomos del corcel de la escritura. El nido vacío. El hijo ya fuera de la férula paterna y materna. Alimentar el vacío, la separación, la ausencia. El ciclo sigue su curso. El hijo luego será padre con hijos. Otra perspectiva. La experiencia es el peine que te da la vida cuando ya estás calvo, me decía mi abuela. Superado el golfo de los cuarenta Ricardo hace balance, coge distancia. El hijo trata de descifrar a su padre muerto. Mirar la vida a mi padre, eso debería haber hecho todos los días, mucho rato, escribía Vilas en Ordesa. Ricardo está harto de mirar, la vista agotada, la presbicia en el corazón, su aliento viciado por la enfermedad paterna. Huir lejos, más luz, más distancia. La paradoja es que el viaje trazará una órbita elíptica que superado el ecuador de la (gloriosa) existencia conduce de nuevo a la familia, al origen, al núcleo, a la oscura raíz. La mirada se ve ahora corregida por la escritura filial que trata de entender al padre y al hijo, que busca comprender, empatizar, palpar la otredad, sentir el dolor, la tristeza, la desesperanza, el horizonte mellado y alicorto del otro, del padre, del tronco, y la de aquel que entonces era sólo rama pero que va también sumando anillos. Si a la novela se le pide al menos verosimilitud a una biografía se le ha de pedir sinceridad. Y Ricardo lo hace al despojarse de la máscara y escribir a corazón abierto, como si llevara tatuado en el antebrazo un memento mori que le llevará al despojamiento en pos de lo esencial: el ser. La escritura entonces como una palinodia moral privada, que es pública. Uno de los capítulos de este bellísimo libro concluye con aires gongorinos. Acabemos viviendo, galopando pues, antes de convertirnos en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Seix Barral. 2020. 192 páginas.

Ricardo Menéndez Salmón en Devaneos

Los caballos azules
La ofensa
La luz es más antigua que el amor
La noche feroz
Niños en el tiempo

El Sistema
Homo Lubitz

Mitologías de invierno. El emperador de Occidente (Pierre Michon)

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Cuando leí El origen del mundo, de Pierre Michon (Cards, 1945), esta lectura pasó por mí sin dejar rastro alguno. He disfrutado sin embargo ahora lo que sí está escrito con otro libro suyo, que son dos novelas. Mitologías de invierno y El emperador de Occidente, y aún más con la segunda que con la primera.

Mitologías de invierno, como apunta Ricardo Menéndez Salmón en el prólogo, y cuyo nombre, al contrario que el del traductor, Nicolás Valencia, aparece en la portada junto al autor del libro, es una suerte de bestiario, de doce personas, ubicadas entre Irlanda y el Causse Francés a lo largo de la historia; abadesas, obispos, reyes, caudillos, médicos o espeleólogos, jóvenes dispuestas a morir para conocer así a Dios, asoman aquí, para tomar vida con apenas cuatro trazos, y conducirme al asombro (la thaumasía de los griegos), ante ese paisanaje humano tan variopinto; asombro que supone como decía Lledó «descubrirme al otro«, donde brilla el poder de la palabra escrita (que se lo digan a Columbkill, el lobo, guerrero y monje el cual cuando deja la espada, cabalga de monasterio en monasterio, donde lee: lee de pie, tenso, moviendo los labios y frunciendo el ceño, con esa violenta manera de entonces, que tampoco nos es concebible. Columbkill el Lobo es un lector brutal), lo sobrenatural (como el Rey capaz de hablar la lengua de los pájaros), el ansia de poder, y esa tentación que les ronda y que no saben si les viene de Dios o del Demonio.

El emperador de Occidente nos sitúa en el siglo IV, siguiendo las gestas (ya pasadas) de Alarico, Rey de los Godos, venciendo este a los Romanos y referidas por alguien muy próximo a él, Prisco Atalo, un tañedor de lira que le acompañó en sus campañas bélicas y que luego exiliado y pensionado en la isla de Lípari dialoga con el joven Aecio, quien se verá finalmente batallando contra los hunos Atila en los Campos Cataláunicos.
Sobre ese fondo histórico Michon monta una delicada pieza de orfebrería, de poco más de 60 páginas, que avanza en vertical pues su corta extensión es engañosa, ya que al igual que otras obras como Ravel de Echenoz, Terraza en Roma de Quignard, o La siesta de M. Andesmas de Dumas, vienen a demostrarme que no son necesarias cientos de páginas para crear una narración poderosa, una vibrante y emocionante ficción.

Ediciones Alfabia. 2009. 166 páginas. Prólogo de Ricardo Menéndez Salmón. Traducción de Nicolás Valencia.

Lecturas periféricas | Decirlo todo (Enrique Vila-Matas)