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El extraño caso del Dr. Jekyll  y Mr. Hyde

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (Robert Louis Stevenson)

Hay novelas breves que pasan a la historia por méritos propios. Cuando Robert Louis Stevenson publicó en 1886 a sus 35 años El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y le fueron llegando comentarios a su obra, algunos de los cuales cuestionaban ciertas partes de la novela, por su falta de verosimilitud, o mejor, porque ciertas cosas que se decían no parecían propias de un rufián como Hyde, Stevenson se defendía aduciendo que si hubiera tenido un año para escribirla y no unos pocos meses y mucha estrechez económica, además del socavamiento de una maltrecha salud, la novela hubiera sido otra. Mejor no, muy probablemente.

Leída hoy, el lector ya va avisado, porque la novela de Stevenson y el binomio Jekyll y Hyde forman parte ya de nuestra cultura moderna. Hay adaptaciones cinematográficas para aburrir. Hace nada estaba viendo la sexta temporada de la serie Once upon a time y salían Jekyll y Hyde y aquello -junto a las horas confinado en el domicilio, y a que para un lector voraz y buen amigo esta novela sea su preferida- actuó como acicate para esta lectura. Lo interesante sería saber qué sentiría un lector cuando tuviera entre manos a finales del siglo XIX una novela como ésta, precursora -como se anuncia en la introducción a cargo de Manuel Garrido– de géneros como la novela de detectives y la ficción científica. En el plano psicológico parece que el entramado de Freud, sería a su vez, como algo creado ad hoc para explicar la novela de Stevenson. Henry James se preguntó al leerla si aquella era una obra de elevada intención filosófica o la más ingeniosa e irresponsable de las ficciones. Esta pregunta ya va a cuenta del lector de una obra que ha mantenido vivo su espíritu con el paso de los siglos, como se ve.

Stevenson genera suspense desde el comienzo y hasta casi el final no se desvela el pastel y esto redunda en favor de la tensión narrativa, generando una atmósfera enfermiza, un climax sostenido y muy bien dosificado que se acrecienta en su final, cuando queda finalmente claro qué relación existe entre Jekyll y Hyde, cuando el doctor trata de explicarse y entenderse por escrito, aduciendo razones psicológicas para desentrañar la disociación que experimenta, los dos polos personales que no se tocan, actuando uno como contrapeso del otro, pero sin la fuerza necesaria para que Hyde no se desmadre y se rinda a sus obscuras y letales pasiones, ante lo cual solo la muerte (doble) parezca resultarle a Jekyll una opción válida.

El halo fantástico de la novela de Stevenson aboca irremediablemente a otra novela anterior, Frankestein, publicada en 1818. En 1882 Maupassant había publicado, a su vez, un relato fascinante, titulado El Horla, donde también se daba una disociación, narración con la que Maupassant trataba de expiar sus fantasmas personales, los mismos que lo conducirían a la locura y la muerte.

Richard Holmes

Huellas. Tras los pasos de los románticos (Richard Holmes)

Iba leyendo este libro de Richard Holmes (Londres, 1945) y cuando llevaba unas 30 páginas dedicadas a Stevenson, no me convencía, más bien me aburría lo que leía e hice un parón. Una opción era abandonar el libro definitivamente, otra -ventajas que tienen libros de estas características- era abordarlo por cualquiera de los otros tres autores retratados por Holmes.

Me decanté por las páginas finales, las que que Holmes dedica a Gérard de Nerval y el texto se puso entonces muy interesante, con fragmentos como los siguientes:

«Si un joven se dedicaba «al comercio o al sector manufacturero» podía esperar «todos los sacrificios financieros posibles» de su familia; e incluso si no tenía éxito en un primer momento su familia se quejaría pero seguiría ayudándolo. Un hombre que decidiera ser «médico» o «abogado» debería contar con varios años en que no tendría suficientes clientes o pacientes para obtener beneficios, y su familia se «sacaría el pan de la boca» para que seguiría adelante. «Sin embargo, nadie considera que el hombre de letras, haga lo que haga, por mucha ambición que tenga, por muy dura e incansablemente que trabaje, necesite el mismo apoyo en la vocación que ha seguido. O que su carrera que puede acabar siendo tan sólida desde un punto de vista material como las otras, probablemente tendrá -como mínimo en nuestros tiempos- un período inicial que es igual de difícil».

«La actividad literaria puede dividirse en dos clases. De un lado, el periodismo literario, con el que uno puede ganarse la vida y que da una posición sólida y reconocida a cualquiera que lo practique diligentemente; por desgracia, no lleva a nada elevado ni duradero. Del otro, tenemos la escritura de libros propiamente dichos, obras de teatro, estudios sobre poesía y demás, que en todos los casos es un trabajo lento y difícil; e inevitablemente requiere un trabajo preparatorio largo y un cierto periodo de documentación y estudio sin frutos inmediatos. Sin embargo, solo ahí es donde se encuentra el futuro literario de uno: el prestigio y una vejez feliz y honorable».

«Lo que escribo ahora gira en un círculo demasiado estrecho. Me alimento de mi propia sustancia y no me renuevo».

Dejé a Nérval y seguí luego con Shelley, centrándose en el tiempo que pasó en Italia, en Pisa, Nápoles, en La Spezia, donde muere ahogado, mientras navegaba en su velero Don Juan.

Lo interesante de la novela, es que además de que los biografiados son de ánimo viajero, tal que leer es viajar, el autor habla sobre su labor de biógrafo, lo que arroja reflexiones como estas.

«El biógrafo tiene que dominar el lenguaje subjuntivo; tiene que manejarlo e interpretarlo con la misma seguridad que el resto de tiempos del pasado».

«Sin embargo, el biógrafo va a adquiriendo poco a poco convicciones sobre la personalidad de sus biografiados. Después de estudiarlos y de vivir con ellos durante varios años se convierten a su juicio en una de las verdades humanas más importantes; y pienso que quizá en las más fiables. Esta idea de la personalidad acaba por ser muy fuerte y parece -y es algo extraordinario- que entre biógrafo y biografiado se llega a un relación de confianza.

«El biógrafo ve todos los hechos como parte de un patrón en desarrollo: ve el antes y el después, tanto la causa como la consecuencia. Por encima de todo detecta las repeticiones y la manifestación de un comportamiento significativo a lo largo de toda una vida. A partir de todo esto, he llegado a convencerme de la integridad de la personalidad humana. A largo plazo, incluso los defectos, los deslices, las reacciones contradictorias y los caprichos súbitos de una persona parecen insertarse en un patrón de personalidad».

«El gran atractivo de la biografía parece radicar, en parte, en su aspiración a un perspectiva coherente e integral de los asuntos humanos […] Al fin y al cabo, la vida pública y privada son coherentes; y la una no tiene sentido sin la otra. La biografía contempla la vida desde un punto de vista griego: el carácter se expresa en las acciones y puede entenderse, aunque no necesariamente justificarse».

«He llegado a creer que la recreación de la textura cotidiana de una vida concreta -llena de los sucesos prosaicos, triviales, divertidos, rutinarios de una relación amorosa; en una palabra, la recreación de la intimidad- es prácticamente lo más difícil de una biografía; y, cuando se consigue, lo más cautivador».

Una de las biografiadas es Mary Wollstonecraft, objeto de su interés cuando Holmes quiere conocer de primera mano la revolución francesa de 1789. Paginas quen son un tratado humano, donde la auténtica revolución vine cuando es madre y Mary descubre cosas inéditas en ella, que dejan para el recuerdo textos, recogidos en las Lecciones que escribe para su hija, de gran sencillez pero muy emotivos por los cercanos que resultan.

Finalmente me uní de nuevo a la aventura de Stevenson y de Holmes -que replica y sigue los mismos pasos que el primero, casi con un siglo de diferencia- por las montañas francesas de Las Cevenas. No me gustaba esta narración porque Holmes aquí tenía una mayor presencia, pero luego esta se va minorando y Stevenson se perfila mejor y Holmes además de plasmar al detalle el esfuerzo físico que supone la travesía, transmite bien ese sentimiento contradictorio de querer vivir a salto de mata, solo y sin compromiso y al mismo tiempo la necesidad de tener a alguien cerca. Resulta curioso cómo, si en unas notas Stevenson se muestra sincero, luego a la hora de publicar su periplo por tierras galas, la narración a pesar de ser autobiográfica orilla muchas cosas, tal que el hueso se queda oculto tras una hojarasca de palabras que no permitan llegar a fondo y que quizás sea extensible a buena parte de las autobiografías, que son más bien algo más parecido a una ficción, cuando como hace Stevenson, se mudan los sentimientos y lo expresado ya no era lo que entonces el autor sentía.

He experimentado una sensación de gozo, pareja a la que sentí, o creo que sentí, al leer Peregrinos de la belleza, donde María Belmonte seguía también los pasos, las huellas, de otros escritores por Grecia e Italia. Ambos transmiten su entusiasmo, su pasión y esta lectura amén de amena, enriquecedora y subyugante es una invitación a conocer y a querer leer a estos románticos, a Nerval, a Shelley, a Stevenson y a Mary Wollstonecraft, ahora que ya no son unas entradas en wikipedia, sino algo más cercano, más humano, más corpóreo.

Turner Publicaciones. 2016. 348 páginas. Traducción de Guillem Usandizaga.