Archivo de la categoría: Roberto Bolaño

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La literatura nazi en América (Roberto Bolaño)

¿El Bolañista nace o se hace? ¿Se hace después de que el lector se abrace y se funda con monumentos de papel como Los detectives salvajes o 2666, o tras la lectura de obras menores, al menos en extensión, como Amuleto, Nocturno de Chile o Estrella distante? ¿Lo es después de leer sus relatos, de entusiasmarse con la esperanza de ver más inéditos del autor dejar de serlo? ¿Soy ya Bolañista?

Acabo de leer La literatura nazi en América y me he visto y sentido inmerso e inmenso en su lectura. Aquí Bolaño es un prisma a través del que pasa la luz blanca de la inteligencia y de la inventiva y se descompone luego esa luz en un haz de colores, en biografías que disparan en todas las direcciones y que cifran el espíritu de Bolaño, su necesidad de aventurarse por nuevas estructuras, de exprimir la ficción hasta ser capaz de crear un buen puñado de vidas imaginarias que como es de esperar, en las manos de Bolaño resultan más vívidas e intensas que si fueran reales. La literatura es aquí juego, y reescritura, tal que en Estrella distante (publicada poco después de esta) recupera la figura de Hoffman (con otro nombre y a las hermanas Garmendia que aquí son las hermanas Venegas) el poeta piloto-militar-asesino y Bolaño pasa a convertirse en personaje.

Leo que Bolaño con esta novela publicada en 1996, destacó definitivamente. No me extraña, porque Bolaño despliega aquí todo su ingenio, todo su humor, un desparpajo que continúa en El epílogo para monstruos. Si Bolaño se hubiera fundido con Pessoa es muy posible que ambos hubieran sido capaces de escribir todos los libros aquí enunciados.

No sé si ya soy Bolañista o lo era de nacimiento, en cualquier caso sigo bajo el influjo, deslizándome ya por La pista de hielo de Amberes.

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Nocturno de Chile (Roberto Bolaño)

De haber seguido a este ritmo ya valoraba la posibilidad de registrar el dominio unlibrodeBolañoaldia.com pero no, luego de Nocturno de Chile me he quedado sin provisiones.
Me maravilla la destreza que tiene Bolaño para llevarnos de un sitio a otro sin darnos cuenta, de ir hilando historias o continuas digresiones (en el caso de que hubiera una historia medular) sin que la cosa rechine, más bien al contrario, pues sin tener muy claro hacia dónde vamos, si el movimiento fuese una circunstancia necesaria, lo narrado resulta interesante y ya te ves leyendo una ristra de biografías Papales, viendo como unos halcones hacen limpieza de esas ratas voladoras que conocemos como palomas en ciudades de Italia o de España, o en Santiago de Chile, viendo cómo se pasa de la victoria de Allende, su llegada al poder y su muerte, al golpe de estado de los militares de Pinochet, a quien el narrador de la novela, Sebastián, poeta y cura afín al Opus se verá -en un giro no exento de cierto rocambolesquismo- dando clases de marxismo, más que nada para saber Pinochet (quien se las da de intelectual) y los suyos a quienes se enfrentaban y qué serían capaces de hacer los marxistas. Los militares lo tenían muy claro.

Las novelas de Bolaño no son redondas, son icosaédricas, y algunas caras como la Dictadura chilena y la manifestación literaria en forma de poetas, novelistas, soirées, múltiples referencias a títulos de novelas y la querencia del autor hacia la literatura grecolatina se repiten, sin ir más lejos en la anterior novela que leí de Bolaño, Amuleto o en Estrella distante donde Bolaño abordaba también la dictadura en Chile y la dicotomía del poeta/militar en un maridaje funesto de ética y estética, donde la cultura no sustrae a quien la ostenta de darse a la barbarie. Aquí a Sebastián le sucede otro tanto, en la medida que habría de arrostrar un sentimiento de culpa, fruto de su cobardía, si llegara a entender que lo que hizo no estuvo bien.

Interesante me resulta la figura de Farewell seudónimo del crítico más importante chileno, convertido en un estuario (antes de devenir dique seco) donde desembocarán toda clase de escritores y muy divertida la aparición de Neruda, el pope de la poesía Chilena, Premio Nobel de Literatura, ese tipo de escritor perfecto, a lo Octavio Paz contra los cuales Bolaño, quizás por su falta de petulancia (la de Bolaño) siempre arremetió. Presente también esa tensión irreconciliable entre vida o literatura como si hubiera que decidirse por alguna, como le insta Sebastián a María Canales, para que deje de escribir y viva, una escritura y toda la parafernalia que la rodea que le sirve a la inédita escritora para sustraerse a la realidad inmediata que tiene ahí mismo, en su hogar, bajando las escaleras que conducen al sótano, al horror.

Y hablando de Farewell hay una canción de Guccini del mismo título que es una maravilla y me sirve como despedida y cierre.

Roberto Bolaño en Devaneos (Los detectives salvajes, 2666, Estrella distante, Amuleto)

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Amuleto (Roberto Bolaño)

Leía Amuleto de Roberto Bolaño y me venían en mientes algunas secuencias de El autor, película de Manuel Martín Cuenca (basada en El móvil de Cercas) en la que un aspirante a escritor, siguiendo las recomendaciones del profesor de su taller de escritura, se despelotaba en su casa, disponiendo los cojones sobre la mesa, a lo Hemingway. Me venía en mente esta secuencia por lo que la escritura puede tener de obsesión, escritura que se manifiesta aquí bajo la forma de una novela, novela que es un arte imperfecto, más imperfecto que otras disciplinas artísticas, decía Bolaño. Tan imperfecto que se podría estar reescribiendo ad infinitum.

Escribir creo que no pasa por poner la polla o los cojones sobre la mesa, como harían esos poetas machitos de los que se pitorrea la narradora de esta novela, la poeta Auxilio Lacouture, pero sí creo que pasa por estar dispuesto a sacrificarse en el altar de las letras, con todas sus consecuencias. Bolaño llega a los cuarenta, con problemas hepáticos menoscabándolo, consciente de que la muerte juega con las cartas marcadas y siempre gana y logra alargar la partida durante diez años, en los que se inmolará (vivificándose) escribiendo a un ritmo frenético (Amuleto la escribe en 1998), hasta que muere en 2003, a los cincuenta años.

Hace años tenía la idea de que Bolaño era un autor difícil, árido, donde sus novelas estaban pobladas de prostitutas de noctívagos, aherrojados a existencias bukowskianas. Esto lo pensaba hace casi dos décadas, cuando leí por primera vez Los detectives salvajes, sin apreciar esta novela en absoluto. Me perdí en aquella búsqueda, en su aventura detectivesca. Ahora, pasado un tiempo, no sé si con más con cultura, pero sí con unas cuantas lecturas a las espaldas, leo a Bolaño de otra manera (segunda lectura de Los detectives salvajes, 2666, Estrella distante). Lo leo, me conmueve y me jode mucho que Bolaño se muriera tan pronto.

En Amuleto Bolaño tiene la literatura y a sus poetas entre manos. Poetas chilenos a los que Bolaño conocía muy bien, a los que leía a fondo. En Amuleto Bolaño es Auxilio, la madre de los poetas mexicanos. Esta ahí la relación maestro alumno en la que los dos aprenden mutuamente. Parra, maestro de Bolaño reconocería como su carrera se vio relanzada tras las muy favorables palabras de Bolaño hacia su obra, lo que le hizo ganar lectores.

¿Qué sucederá con la literatura? ¿Qué sucederá con la novela? ¿Qué pasará con sus artífices?. Bolaño especula. Unos escritores irán a parar a las plazas de las ciudades en forma de estatuas, otros serán poetas de masas, otros serán olvidados con la muerte de su último lector.

A Bolaño le gusta jugar, y con estos juegos literarios un servidor se relame, leyendo todo lo que tiene que ver con las profecías literarias que Auxilio experimenta sobre autores como: Thomas Mann, Virginia Woolf, César Vallejo, Ezra Pound, Joyce, Cesare Pavese, Paul Celan, Pizarnik, Duras, Chéjov, Borges, Alfonso Reyes, Marguerite Duras (“Marguerite Duras vivirá en el sistema nervioso de miles de mujeres en el año 2035”).

Cuanto más leo (según que libros y según que autores) más disfruto a Bolaño. Si dos décadas atrás la lectura de Los detectives salvajes me pasó sin pena ni gloria, creo que fue porque la literatura no me gustaba tanto como ahora y cuando se habla en la novela de Jerzy Andrzejewski y de la traducción que hizo Pitol de la novela de Andrzejewski sé que habla de Las puertas del paraíso. Una novela preciosa. Respecto a Pitol, en su Autobiografía soterrada, comentaba los autores que según él iban camino de pasar a la posteridad. Entre ellos estaba Bolaño (junto a Piglia, Saer o Aira (el cual afirmaba recientemente en una entrevista: que leer a Ovidio puede ser mucho más estimulante que leer a DFW. Bolaño va en la misma línea y hay una apartado de la novela, una digresión, en la que acude a los mitos griegos. De hecho los textos grecolatinos nunca dejan de pasar o de reformularse).

Se puede hablar de un universo Bolaño porque en sus novelas uno lee y habita en ellas y aquí por ejemplo vamos cogidos del brazo de Auxilio, la madre de la poesía mexicana, aquella uruguaya residiendo en DF en el 68 se queda en la Universidad leyendo unos poemas encerrada en un baño en el preciso instante en el que los militares y los granaderos violan la autonomía de la universidad y entran en el centro. Auxilio resiste allá escondida durante dos semanas o más. Luego su leyenda crecerá, transformada su experiencia en metáfora proteica de la resistencia. Recuperamos también a Arturo Bolaño y a Ulises Lima. Como Bolaño era muy dado a la reescritura, aquí coge la figura de Auxilio que aparecía en el capítulo 4 de Los detectives salvajes, mantiene lo escrito y lo hila con dos temas importantes en su escritura: la muerte y el amor.

porque la muerte es el báculo de Latinoamérica y Latinoamérica no puede caminar sin su báculo”.

La muerte que durante el siglo XX arrasaría Latinoamérica y Europa con abundantes dictaduras y guerras.

“Y los oí cantar, los oigo cantar todavía, ahora que ya no estoy en el valle, muy bajito, apenas un murmullo casi inaudible, a los niños más lindos de Latinoamérica, a los niños mal alimentados y a los bien alimentados, a los que lo tuvieron todo y a los que no tuvieron nada, qué canto más bonito es el que sale de sus labios, qué bonitos eran ellos, qué belleza, aunque estuvieran marchando hombro con hombro hacia la muerte, los oí cantar y me volví loca, los oí cantar y nada pude hacer para que se detuvieran, yo estaba demasiado lejos y no tenía fuerzas para bajar al valle, para ponerme en medio de aquel prado y decirles que se detuvieran, que marchaban hacia una muerte cierta. Lo único que pude hacer fue ponerme de pie, temblorosa, y escuchar hasta el último suspiro su canto, escuchar siempre su canto, porque aunque a ellos se los tragó el abismo el canto siguió en el aire del valle, en la neblina del valle que al atardecer subía hacia los faldeos y hacia los riscos”.

Esos niños que nos recuerdan La cruzada de los niños. Esos jóvenes desaparecidos, muertos, infaustos, para cuyos viajes iniciáticos solo tuvieron billete de ida.

Y el amor, ese pan candeal de nuestras existencias. Siempre ahí supurando en la literatura portátil, errabunda, deslocalizada de Bolaño.

Y yo les digo (si estoy bebida, les grito) que no, que no soy la madre de nadie, pero que, eso sí, los conozco a todos, a todos los jóvenes poetas del DF, a los que nacieron aquí y a los que llegaron de provincias, y a los que el oleaje trajo de otros lugares de Latinoamérica, y que los quiero a todos”.

Si de Los detectives salvajes salió Auxilio y nació Amuleto, de Amuleto podría haber salido una novela que llevara por título La historia de mis dientes (adelantándose así a Luiselli).

Me gusta leer a Bolaño porque sus novelas quizás no sean un amuleto, ni tampoco una cota de malla contra el desaliento, pero me gusta pensar que sí.

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Estrella distante (Roberto Bolaño)

Como en Los detectives salvajes o en 2666, en Estrella distante también hay una absorbente trama detectivesca y una búsqueda. Allá eran la de la poeta Cesárea Tinajero y del escritor Archimboldi, aquí la de Carlos Wieder: poeta, piloto, militar, asesino. Bolaño especula sobre la dictadura en Chile, recreándola, tras la muerte de Allende, sobre uno de aquellos magos de la muerte ajena que desaparecían a los enemigos del Régimen.
Bolaño, muy dado a reescribir sus novelas (como hiciera empleando un fragmento de Los detectives salvajes para su novela Amuleto), amplía aquí, como explica en el pórtico de la novela, lo que aparecía al final de La literatura nazi en América, para centrarse en esa figura poliédrica de alguien capaz de conciliar sus aspiraciones estéticas, como los talleres literarios, y las sentencias o versos descabalgados que el poeta Wieder caligrafía en el cielo a lomos de su avión, con un ética (o falta de ella), que no le impide borrar del mapa sin miramientos incluso a personas hacia las que podría sentir algo, como las hermanas Garmendia.
La búsqueda de Wieder alimenta el juego literario (a los que Bolaño era muy dado), convirtiendo la narración en el juego del gato y el ratón.
Bolaño se explica por boca de sus personajes y nos lleva a Concepción, a Barcelona, a Blanes: territorios que conoce. Procede al estudio del mapa de la literatura chilena: Neruda, Gabriela Mistral, Huidobro, Jorge Cáceres, Lihn, Teillier, Nicanor Parra, etc, ejerce su espíritu crítico para analizar someramente la obra de todos estos poetas, algunos de los cuales, como Nicanor Parra, fueron maestros confesos para Roberto. A otros como a Octavio Paz, a pesar de su (reconocido) buen quehacer poético, Bolaño, en su época de infrarrealista lo vilipendiaría.
Pasado el tiempo la pregunta es si vale la pena llevar ante la justicia a los criminales de guerra. El protagonista cree que no, que llega un momento en el que estos monstruos, estos genocidas, quizás no se convierten en abueletes entrañables, pero sí en personas inofensivas, incapaces ya de hacer daño a nadie.
Ese es el desenlace hacia el que nos aboca el final de esta trepidante novela: no hacer nada o ajusticiar y reparar el daño ajeno con más muerte.